Sábado 28 de abril, 20:00 horas. Auditorio Valley de Piedras Blancas. Oviedo Filarmonía y Coro Universitario de Oviedo, Joaquín Valdeón (director). Entrada gratuita.
Obras y solistas: Magnificat (J. Willcocks) para soprano, coro, metales, órgano y percusión, Patricia Rodríguez Rico (soprano), Sergei Bezrodny (órgano). El sueño eterno (Guillermo Martínez) para soprano, bajo, sexteto vocal, coro y orquesta (sobre textos de Edgar Allan Poe): Juan Jurado y Nuria Sánchez (narradores, Maliayo Teatro), Patricia Rodríguez (soprano), Sebastián Covarrubias (barítono), Ángel Álvarez (órgano y armonio).
El compositor asturiano, aunque nacido en Venezuela, Guillermo Martínez Vega (1983) volvía a estrenar en Oviedo el día antes otra obra donde la voz es protagonista contando nuevamente con "su soprano" la ferrolana Patricia Rodríguez Rico y Joaquín Valdeón como destinatario y responsable del resultado global, comenzando la velada con otra obra de nuestro tiempo que resultó un maridaje perfecto para el concierto que llegaba al auditorio de la capital del concejo de Castrillón, pequeño y acogedor, con buena acústica aunque algo "apretados" todos los intérpretes.
El Magnificat (1997) de Jonathan Willcocks para soprano, coro mixto, órgano, metales y percusión es una nueva incursión del compositor británico nacido en 1953 en la música vocal que tanto domina, cinco partes que mezclan latín e inglés del siglo XV inspirado en oraciones a María, con ciertos paralelismos con la obra siguiente: músico formado en escolanía, utilización de textos eclesiásticos y profanos en distinto idioma, y sobre todo volcados en la voz solista y coro con unas instrumentaciones de nuestro tiempo que no pierden nunca la referencia tonal. Las notas o comentarios al programa son de Daniel Moro Vallina dejándolas enlazadas desde aquí.
De los instrumentos utilizados en el Magnificat la formación de metales de la OvFi contó con cuatro trompetas, tres trombones (uno bajo) más una tuba, lo que da idea del potencial sonoro, sumándoles dos timbalistas con distintas percusiones y un órgano que quedó algo oscurecido por momentos ante el derroche instrumental, siempre excesivamente presente para compartir protagonismo con un coro reforzado -aunque todavía corto en efectivos- para contrapesar toda la masa sonora, falto igualmente de una afinación más precisa así como de la deseada homogeneidad y empaste por otra parte esperables cuando se "arman" voces para la ocasión al no contar con plantilla suficiente para abordar estas obras. Con (que no frente a) todo, la soprano gallega nunca quedó tapada y en sus intervenciones volvió a brillar su voz, amplias dinámicas desde la calidez a la fuerza en Et misericordia o There is no rose, así como el "tutti" final del Gloria. La dirección de Valdeón siempre atenta y precisa aunque prendada del poderío de esta obra donde podría haber equilibrado un poco más las texturas y dinámicas.
Para El sueño eterno además de los anteriores efectivos el compositor aumentó hasta niveles desconocidos en su ya amplia producción la plantilla: la Oviedo Filarmonía creo que completa con cuerda, arpa, maderas, metales y una percusión más que abundante destacando siete timbales, campanas y un gran despliegue de placas, parches, látigo, carraca, triángulos, platillos, gongs... apareciendo también el órgano, sustituido en el centro de la composición por un armonio situado detrás de mi fila 13 que enriqueció el ya por sí caleidoscópico colorido instrumental, con el tenor del sexteto vocal, quinteto al frente en distintos momentos (se ve en algunas de mis fotos), el coro, como apunté anteriormente algo corto para las necesidades de la obra, y los solistas que tuvieron que lidiar con este tonelaje tímbrico, nuevamente la otra protagonista del concierto Patricia Rodríguez y el barítono chileno afincado en Barcelona Sebastián Covarrubias, que sustituyó al bajo inicialmente previsto (Miguel Ángel Arias Caballero) sin hacerme olvidar el color vocal tan distinto. Todavía queda añadir a los dos actores que interpretaron al inicio los textos en español de Allan Poe en los que se inspira, "La durmiente" o "El sueño eterno", ya onírico desde el planteamiento inicial (sin escuchar ninguna nota).
Las cinco partes de esta cantata son un nuevo ideario de sonoridades y armonías a cargo de un Guillermo Martínez que me asombra con cada obra, si bien ésta tenga altibajos en cuanto a mantener tensiones o expectativas que parecen llevar una senda y toman otra. Puede ser cierto "abuso" por momentos, en mi humilde opinión, de cierta reiteración en un leit motiv no del todo "redondo" aunque rítmicamente resulte. Su experiencia coralista (Escolanía de Covadonga, El León de Oro) y organista es clara en todas sus obras por el mimo con el que compone para ellos, en esta cantata tanto el Inicipit coral como las arias de bajo -esta vez barítono- y soprano, Hechizo y Nocturnos respectivamente, algo corta la interpretación del primero y sobrada la segunda, teniendo nuevamente a su favor poder mantener tensión y volumen para todo lo que las envuelve. Pese a ello destacar la musicalidad demostrada por ambos solistas, aunque componer pensando en una voz concreta creo que se nota.
Las partes instrumentales buscan más que melodías, que las hay y hermosas, texturas y combinaciones realmente asombrosas, destacando el juego entre arpa, cello y corno inglés seguido del ya mencionado armonio con el tenor del sexteto, y creador de solos plenamente líricos para el violín de concertino Andrei Mijlin o la exquisitez del cello a cargo del premiado Gabriel Ureña, sobremanera en el interludio orquestal central cuyo título es el de la propia cantata.
No analizaré la obra, que lo hace muy bien Daniel Moro, pero quiero reflejar que supone un paso adelante corroborando un lenguaje propio donde ese "tutti" final de Lux despliega sueños y realidades, recursos bien utilizados como ese acorde final del órgano que parece cerrar un ciclo abierto por Richard Strauss en su Zaratustra, conjugando herencias siempre claras que Guillermo Martínez nunca esconde pero trasciende, cinematografías siempre presentes porque su música (re) crea imágenes.
Enorme trabajo de todos los participantes, orquesta entregada, coro muy implicado en una obra complicada de concertar, solistas seguros y la dirección de un Joaquín Valdeón capaz de ensamblar todo el complejo sonoro de esta nueva obra, actual y espero que atemporal, auténtico valedor de la música de Guillermo Martínez. La cosecha del 83 sigue regalando unos frutos que darán mucho que contar.
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