Revista Insólito

Hablar mal de los otros

Publicado el 03 septiembre 2013 por Monpalentina @FFroi
Hablar mal de los otros
Quizá convenga detenerse un momento a pensar en esta institución de la maledicencia.
Frente al bien decir se alza monumental la figura del mal decir. Cuando en el lenguaje habitual alguien no dice bien  es preocupante, le corresponde, sobre todo si es aún jóven, comenzar a espabilarse y ocuparse de nombrar bien lo que quiere expresar, y los términos en que se dirige a sus iguales, y a sus Otros más cercanos, y aprender a decir lo que se debe decir y en el momento en que se debe decir, cuándo se debe hablar para no decir nada, y cuándo se debe decir algo alto y claro sin necesidad de hablar. Ese lento y gradual proceso que va del mal decir al bien decir, pasa por muchas etapas, líos, conflictos, malentendidos y sobrentendidos. Incluso rupturas, que manejando mejor ese arte del bien decir hubieran podido evitarse. Lecciones que se aprenden tarde.
Pero de la maledicencia nos interesa aquí su versión 'contra alguien'. Y aquí se me ocurre que hay dos aspectos, el arte y el goce.
Convendrá el lector que ese arte de hablar mal de los otros lo tienen algunos dotados excepcionalmente para eso que se llama la lengua viperina, esa lengua dividida en dos, y que suelta veneno. Se reconoce al sujeto dañino desde el parvulario.
Pero junto al arte de hablar mal de los otros, está el goce de hablar mal de los otros. No me refiero al placer que da el juntarse dos para hablar mal de un tercero, fórmula habitual. Me inclino por la tesis del goce, es decir, de encontrar satisfacción a la vez que dolor en el hecho de hablar mal de los otros. Quien así se conduce, sabe que está hablando mal de sí mismo, y que el odio o la envidia que manifiesta, el afán de herir tiene un fundamento en la pésima opinión que tiene de sí mismo. Por eso el placer y el sufrimiento se anudan cuando alguien echa pestes, porque no hay fin, porque goza sin límite de hablar mal de los otros, de ahí el peligro al no saber poner freno.
No hay que confiar nunca mucho en quien siempre nos habla mal de los otros. Al menos sin asegurarnos que sabe decir otro tanto de sí mismo.
Siempre nos quedará Montaigne, cuando se hacía eco de la sentencia clásica: "El olvido es el remedio de las injurias". Siempre mejor olvidar las veces que hablaron mal de nosotros, y de sus autores. Porque disponemos a nuestro favor de otro proverbio antiguo: "El mentiroso ha de tener buena memoria". Y porque necesitamos una ciudad clara, sin maledicencias.
@Columna del autor en Curiosón: "Vecinos Ilustrados"


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