Revista Cultura y Ocio

Hacer o enseñar: esa es la cuestión

Por Bcmt

Hacer o enseñar: esa es la cuestión
La frase de George Bernard Shaw, «El que sabe, hace; el que no sabe enseña» resulta crispante e incómoda para los que hemos sentido la vocación docente. El problema es si las estadísticas le dan la razón. Pienso en ello y me digo que ni loca me dejaría tocar por un cirujano que pasara el 80% de su tiempo enseñando y solo el 20% en el quirófano. Tampoco me dejaría defender por un gran catedrático en derecho que no ha practicado en los juzgados e incluso no contrataría a un formador en jardinería, albañilería o electricidad pudiendo elegir al jardinero, albañil o electricista del barrio. La práctica, el saber hacer, la experiencia profesional, infunde confianza. La teoría inspira admiración y un cierto respeto que, en ocasiones, es más bien distancia. En mi experiencia de la vida el que sabe hacer no enseña. Es cierto que tal vez será un negado para explicarme cómo lo hace, pero, como no podré ser cirujano, abogado o albañil… me basta con que me lo haga perfecto, aunque no consiga entender ni su nombre.  Hacer o enseñar: esa es la cuestiónLe doy vueltas a mis disciplinas de cabecera y me cuadra. Un porcentaje importante de los pianistas profesionales que he conocido (es decir, que tocan más de 30 conciertos remunerados al año y pueden vivir de ello) no se dedicaban o se dedican a enseñar. Sí que han sentido, sobre todo a partir de los 40 ó 45 ganas de compartir su sabiduría, pero siempre lo han hecho con tres condiciones: eligiendo el momento, el marco institucional y pudiendo decidir qué alumnos sí y cuáles no. Conozco grandes maestros que jamás habrían dado clase a Lang Lang, y eso que el chico toca muy bien. Por principio, porque no les va ese tipo de pianista. Sin más. En el circuito profesional ha habido concertistas más abiertos, como Achúcarro, y otros, que han aceptado alumnos con cuentagotas, como Brendel. Dentro de estos maestros, algunos, por su naturaleza, son unos soles. Tampoco es que acepten al más matado, pero, incluso corrigiéndote, son cariñosos. Otros son… tajantes y no es porque sean unos sádicos, sino porque son así consigo mismos. Tal vez no andasen muy duchos de didáctica, pero una clase con ellos y subías de nivel. El contagio, el aprendizaje por simpatía, la inspiración, pero también algo concreto: un tío que sale a tocar dos veces por semana tiene un bagaje de soluciones prácticas que funcionan sí o sí. A veces los profesores te explican magníficamente cómo tocar, en un mundo ideal, con pianos perfectos, y, sobre todo, con todo el tiempo del mundo por delante.
   En Musicología parece más compatible hacer y enseñar, pero no conozco ni un solo caso que, habiendo tenido la posibilidad de vivir de la investigación haya dicho: — Oye, no, lo dejo, porque prefiero el contacto con los alumnos.Ni uno. Participar en un seminario de doctorado, mejor que de máster, y de máster mejor que de Grado sí, pero dejar el Consejo de Investigaciones Científicas o sus equivalentes internacionales para meterse cuatro días por semana en las aulas ni un caso.La frase de Bernard Shaw tal vez se hace realidad a la inversa. Me explico. Yo la formularía de otra manera: «el que enseña deja de hacer». Son muchos los instrumentistas que ganan plazas docentes en su mejor momento, tocando un buen número de veces al mes. Pasa el tiempo y dejan de tocar en público, dejan de aprender nuevo repertorio. Es extraño, porque, si uno se pasa el día corrigiendo la posición de mano de los demás, su forma de interpretar, etc., te debería ser más sencillo autocorregirte y estudiar. Y lo es, el problema es que no te pones. No te pones porque es bastante complicado pasar del estado mental en el que uno trabaja la técnica e interpretación de otro a la propia. En Musicología pasa algo similar: alumnos que acaban la carrera con ritmo vertiginoso, con unas ansias de congresos, publicaciones y doctorado casi enfermiza consiguen —en parte por ese fenomenal interés— una plaza docente o, por seguridad, se sacan las oposiciones tales o cuales. A los 8 años siguen sin defender la tesis.
En resumen, he visto docentes que sabían enseñar y hacer, pero a los que, el peso de los años de docencia les dejaba exhaustos y yermos. Creo que, a fuerza de estar pensando en cómo ayudar a los otros, uno se vuelve incapaz de mejorar hasta su propio CV. Y eso, sin contar en qué circunstancias se enseña ahora. Para empezar, la falta de plazas. Para seguir la ausencia de unas líneas de actuación coherentes y equitativas con todo el profesorado. Una de las cosas que más me ha sorprendido en España es que se mide con diferente rasero a los profesores y he visto penalizar opiniones docentes antes que incumplimiento de horarios.Hacer o enseñar: esa es la cuestiónEstoy convencida de que hay que adaptarse a los tiempos y que este sistema de absoluta veneración al maestro ya no es posible. Pero no sabría cómo definir el que he visto en España: muy susceptible con cosas que yo consideraría ínfimas y excesivamente paciente con faltas que para mí son graves, como el desconocimiento de la materia que se imparte. Mi conclusión tras estos casi 10 años de docencia en España es de una cierta perplejidad: jamás me habría afectado por cosas que han ofendido a mis alumnos, pero, en cambio, no habría tolerado que mi plan de estudios no esté diseñado por especialistas de las materias ni habría aceptado uno donde no se me forma en aquello que es imprescindible para entrar en el circuito de la especialidad. En unas cosas les veo muy sensibles y en otras considero que tienen una paciencia y capacidad de aguante absolutamente excepcional.En esta coyuntura, sí me inclino, con cierta pena, ante el dicho de Shaw: pudiendo hacer, uno prefiere no enseñar. 

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