Revista Coaching

Hacerse el tonto

Por Carolus @n_maquiavelo

A nadie le gusta sentirse más estúpido que los demás. Por lo tanto, el truco consiste en hacer sentir sagaces e inteligentes a sus víctimas y, sobre todo, más sagaces e inteligentes que usted. Una vez que las haya convencido de esto, nunca sospecharán que usted tiene motivaciones ocultas contra ellos. 


Hacerse el tonto. Forrest Gump

 Hacerse el tonto. Forrest Gump

La sensación de que alguien es más inteligente que nosotros es casi intolerable. En general procuramos justificar esa diferencia de distintas maneras: "Sólo es una persona muy leída, mientras que yo tengo conocimientos reales y concretos". "Sus padres tenían dinero como para darle una buena educación. Si mis padres hubiesen sido ricos, yo no tendría nada que envidiarle..." "No es tan inteligente como cree." Y, por último, el conocido comentario: "Podrá saber mucho más que yo sobre su especialidad, pero, más allá de eso, no es nada inteligente. Hasta Einstein era de inteligencia mediocre cuando actuaba fuera del campo específico de la física".
En vista de lo importante que es la idea de ser inteligente para la vanidad de la mayoría de la gente, resulta fundamental no insultar nunca inadvertidamente o impugnar la capacidad intelectual de una persona. Esto constituye un pecado imperdonable. Pero si usted logra sacarle provecho, esta regla de oro le abrirá todo tipo de caminos hacia el engaño. Asegure a los demás, de manera subliminal, que son más inteligentes que usted, o muéstrese algo corto de entendederas, y podrá manejarlos a su antojo. La sensación de superioridad intelectual que usted les brinda desactivará por completo su desconfianza y les impedirá sospechar de usted.

Hacerse el tonto. Otto Von Bismarck

Hacerse el tonto. Otto Von Bismarck

En 1865, el canciller de Prusia, Otto von Bismarck, quería que Austria firmara un tratado que favorecía, en todos sus aspectos, los intereses de Prusia, contra los intereses austriacos  Bismarck tendría que hacer gala de una sutil estrategia para lograr que los austriacos accedieran a firmarlo. El negociador austriaco  el conde Blome, era un ávido jugador de naipes; su juego preferido era el quinze, y a menudo decía que era capaz de juzgar el carácter de un hombre por la forma en que jugaba al quinze. Bismarck sabía de esas expresiones de Blome.
La noche anterior al comienzo de las negociaciones, Bismarck, con aire inocente, propuso a Blome jugar una partida de quinze.
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