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Hallobloggween: micro-relato "LÁGRIMAS DE SANGRE"

Publicado el 31 octubre 2010 por Olivia
¿Quién dice que el mundo bloggero languidece? No, nada de eso. La autora TERESA CAMESELLE, compañera de ADARDE, ha tenido la brillante idea de convocar un Hallobloggween para que autores, aficionados y quien disfrute con la creatividad de la escritura, participe con un relato terrorífico.
He aquí el mío, un pequeño bocadito de narrativa fosca ambientado en la ciudad de Nueva York. Espero que disfrutéis con su lectura.
LÁGRIMAS DE SANGRE
—Mírala —le susurró apoyados muy juntos en el pretil del puente—. ¿A que es hermosa?
Él la sostenía con la cintura. Con la mano libre, a la vez que le hablaba en confidencia, trazó un arco muy despacio desde Brooklin al East Side. Quería que sus ojos retuviesen la imagen de la ciudad y la noche.
La atrajo hacia sí con esfuerzo, a ella se le empezaban a doblar las rodillas.
Para su propio deleite, contempló una vez más el brillo azul de sus ojos en silencio y con infinito cuidado, casi con veneración, cerró esa mano bañada en sangre que aún mostraba la palma al cielo.
—Las últimas lágrimas de una mujer son rojas —se dijo observando las gotas que resbalaban por sus nudillos.
Giro el rostro hacia ella y estudió de arriba abajo su vestimenta de turista.
—Ahora ya conoces mi secreto —le confesó con una sonrisilla enajenada—. Me pierden los ojos azules, no puedo evitarlo.
Ella tenía el cuerpo medio vencido sobre la baranda, le bastó con alzarle las piernas para lanzarla al vacío. Se inclinó sobre el pretil y contempló cómo caía y caía mientras sus brazos ejecutaban un burdo bailoteo en el aire, como el de una marioneta rota. No hizo ni ruido cuando la vio perderse para siempre en la negrura de las aguas.
Joven y desconocida… como tantas. Desaparecían a decenas. No le preguntó ni su nombre, para recordarla le bastaban sus ojos.
Contempló con un suspiro la belleza de los rascacielos en sombras, metió los puños en los bolsillos y se alejó caminando puente abajo.
En el cobijo de su mano ensangrentada, atesoraba lo mejor de ella. Apretó los dedos para gozar de la suavidad viscosa de sus ojos claros. Tan hermosos y aún tibios.

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