Revista Cultura y Ocio

Hank ha vuelto

Por Calvodemora
Hank ha vuelto
 
 "Conozco a muchos escritores estadounidenses que matarían por estar aquí. A mí me da lo mismo”.
[Bukowski en Apostrophes, tertulia literaria televisiva del críticoBernard Pivot]
1978. Charles puso una condición: “Volveré a Europa si me dais dos botellas de buen vino francés mientras espero salir en antena”. Se las pimpló junto a Linda (su segundo matrimonio, la mujer que le acompañó hasta su muerte) en el estudio de Bernard Pivot, crítico literario con un programa que hoy, una tarde lluviosa de octubre, trataría sobre escritura y marginalidad. Junto a Charles, invitado de honor, habría una escritora de largas ojeras, un escritor de mostacho curvo y el loquero que trató al poeta surrealista Artaud con electroshock. Bukowski aguantó estoico el maquillaje, las luces blancas y un pinganillo en la oreja. Salió al plató mamado. Vaciló a Pivot. Y como vio que el moderador pasaba, comenzó a mascullar y a cortar la corrección de sus compañeros. “Súbete la falda y te diré si eres una buena escritora o no”, le dijo a la mujer. “¡Cállate!”, le espetó Pivot. A lo que Bukowski se arrancó el auricular, acabó la botella a morro y se piró a grandes zancadas. En la puerta del programa se armó el jaleo. Terminó agarrando a un guardia. Amenazó a todos con un cuchillo: “¡Dejadme salir de este jodido sitio!”.
(Rolling Stone)
Heredó cuartuchos baratos, cucarachas tristes. Su amigo Jed nunca jugó en Nôtre Dame y acodó un resto de cordura a una barra de bar. Wagner bebía licor de malta de Tailandia y Rockefeller fumaba colillas sin apurar frente a un retrato del abuelo, que murió en Normandía. Siempre le dolieron los años, las horas, los minutos y los bocadillos de embutido de hígado entretenían las tardes en unamesa de tugurio con dos fulanas contando monedas. Dios se paseaba por su cuerpo y le tatuaba frases hermosas con forma de corazón. Dios y Hank compartían cosas verdaderamente hermosas. A Dios el mundo le salió mal y a Hank le parecía formidable esa imperfección. Esperó la muerte como todo el mundo, y tal vez la mereció antes. Sus poemas no eran exquisitos ni engolosinaban a las críticos trajeados de los suplementos culturales de los domingos. La verdad absoluta no existe. Ni la poesía absoluta. Está la cerveza, el bourbon y el sexo. Como en un blues de John Lee Hooker al que le hemos robado un término. Noches infestadas de ratas: el infierno junto a una máquina de escribir. El whisky en la guantera del Buick. Hipódromos reventados de sonrisas de tahúr. Putas con pezones como dedales. A la resaca no le salen bien las conjugaciones y la prosa desbarra. Alguien se descerraja un tiro en la boca delante de la madre de Hank. Ha pedido que retiren al muerto.Salvo el vals número dos, el que extrajo Kubrick del olvido y lo colocó en el centro del cosmos, Shostakovich hace una música muy triste, Hank se acerca a Brahms con respeto, pero termina tuteándolo. Todos tenemos una canción en el corazón, pero la tuya es muy larga, le suelta. Mis novelas son erecciones imposibles, no creas. Anoche cayó un cuento del maestro de lo sucio en mis manos. Hacía tiempo que no sabía de él. Ha vuelto, pero nunca se ha ido. He ido esta semana de Lovecraft a Bukowski, metiendo de por medio unas cuantas crónicas de desahucios y un par de marcas en el bar en donde desayuno. Me he encontrado un disco de Prokofiev y he buscado uno de Stephane Grappelli sin éxito. El spotify te garantiza cierta salud melómano, pero ahora solo es un cielo de diez horas al mes. Primero te regalan la derecha del padre y luego te la van quitando sin que se note. Es el método tradicional: te fidelizan por la calidad del producto. La vida es un producto perfecto a pesar de algunos que se obstinan en enfangarla. No sé si Hank iría mañana a la huelga. Tendría un millón de razones para ir, pero tampoco tendría un trabajo remunerado, cotizable, que le permita expresarse en término de huelga. De mí, de mi posición en la huelga, no hablo en el blog. Decidí hace un tiempo no manifestarme en términos políticos. Debería incluso no manifestarme en ningún término. Uno no sabe nunca para qué sirve esta rendición de vicios y si mezclar un Buick y una sinfonía de Prokofiev, un libro de Bukowski y un página al azar del periódico de hoy dará un texto que me contente al menos a mí, al que escribe poco antes de cerrar el martes. Lo cierro con un moderado entusiasmo. Mañana abriré el miércoles con Prokofiev. Porque llevo un par de días prokofiado y siento que me va a costarme salirme de las masas orquestales y de la nube sinfónica. Se está bien a veces dentro de un cuento de Hank. Bien recordando lo estupendo que era leerlos en los días de instrucción castrense, en mitad de la nada, rodeado de gente absurdo, absurdo uno, en el fondo, metido hasta el cuello en las bondades del alcohol. Ah el tiempo, el inefable, cómo nos agotas.

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