Revista Filosofía

Hannah Arendt y la senda aristotélica (IV)

Por Zegmed

Partiendo del marco propuesto, lo que nos queda decir es que, al parecer, Arendt no opta por Aristóteles para la cuestión del juicio porque, como ella misma sabe, la EN ofrece un problema grave y sugiere sin más que la contemplación es la forma más enaltecida de vida para el hombre. Esta forma de interpretar el texto nos conduce, claro, a un conflicto fuerte con la filosofía de Arendt que había diferenciado el juicio dedicado a lo particular de la mera abstracción teórica[1]. Como sabemos, Arendt trata de reconducirnos al mundo de la apariencia renunciado a las falacias de la metafísica, al más allá y a las verdades eternas que nos retiran del mundo[2]. Arendt veía con ojos de sospecha el pensar[3] y lo hacía en virtud de la gran capacidad que habían tenido los pensadores para evitar este mundo concreto, el de la fragilidad humana narrada en LCH. Arendt había privilegiado ya desde finales de la década del sesenta el valor del diálogo como constitutivo de la acción y de la política. Todas las obras de Arendt están marcadas por el sello de la senda inaugurada en LCH: el ámbito de la política es el ámbito de la libertad y del diálogo en la diferencia, esta lexis es necesaria porque el mundo de la acción, el mundo de la apariencia es el único que tenemos y en él pueden suceder las cosas más impredecibles, desde las más grandes conquistas de la libertad hasta los más oscuros pasajes de la historia, como el del nacional-socialismo encarnado en Eichmann.

Para Arendt, este tipo de episodios no son más que la señal de la ausencia de juicio, de la incapacidad para ponerse en el lugar del otro, de la limitación para atender al problema concreto de cómo debe uno actuar ante una situación dada. Si este es el esquema, es obvio que Arendt no podía optar por el Aristóteles del libro décimo de la EN. Es por ello que decide optar por Kant, no porque vea en Kant a un pensador que directamente plantea la cuestión del juicio en los términos que ella necesita, pero sí porque ve en él a un pensador que puede servirle de invitación para pensar lo particular en su conexión con la comunidad.

La tesis que aquí hemos propuesto nos deja convencidos de que era ese el propósito de Arendt y la crítica que hemos desarrollado no quiere debilitar la fuerza de sus conclusiones, sino mostrar que a nivel teórico sostenerse en Kant no es la mejor opción. Lo que proponemos como alternativa es apelar a la phrónesis aristotélica. Pero para ello hubo que despejar el camino de la posible razón por la cual Aristóteles no fue la pauta escogida por Arendt, esto es, la aparente escisión entre contemplación y vida práctica. Superado el impasse nos parece claro que en Aristóteles se encuentra la fuente más importante para el pensamiento político de Arendt y que podemos ver en él un sendero renovado para pensar la fragilidad humana desde su contextualidad, a partir de la experiencia del diálogo y del profundo anclaje en el compartir comunitario. La puerta queda abierta, toca tender con firmeza los puentes.


[1] Lo curioso es que también Aristóteles hace esta diferencia con mucha claridad. En 1142 a 10-20: diferencia al hombre prudente (phronimós) de los geómetras y matemáticos que sí pueden ser muy jóvenes. La diferencia radica en la experiencia. El joven puede teorizar sin problema, pero no tiene aún la experiencia para conducirse, con juicio podríamos decir, en la vida práctica. Creo que no es solo un parecer mío el hecho de que esta apreciación es muy similar a la crítica arendtiana a los pensadores que pueden ser muy duchos en la elucubración, pero tremendamente limitados en el juicio para lo particular-práctico.

[2] Arendt, H. De la historia a la acción. Barcelona: Paidós, 1995.

[3] De esto da cuenta, entre otras cosas, el epígrafe con el que cita a Heidegger en la Introducción de “El pensamiento” en La vida del espíritu: “El pensar no conduce a un saber como el de las ciencias. El pensar no produce ninguna sabiduría aprovechable para la vida. El pensar no descifra enigmas del mundo. El pensar no infunde inmediatamente fuerzas para la acción”.


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