Revista Cocina

Hasta siempre querida Compañera

Por Dolega @blogdedolega

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Recuerdo el día que llegarte a casa. Tenías poco más de tres meses y en cuanto entraste en la cocina, te metiste detrás de un mueble y no saliste hasta que no te dio la gana. De nada sirvió el pienso ó el agua. La gira de reconocimiento de tu nueva casa fue cuando tú quisiste.

No te dejaste intimidar por aquella bola de lana que te ladraba moviendo el rabo, rabo que se convirtió en tu mejor juguete y el mejor entrenamiento para la caza.

A las pocas semanas de llegar ya habías acabado con todas las lagartijas del jardín, me habías dejado un reguero de topos muertos a la entrada de casa y te había visto jugar al baseball con infinidad de ratones. Hasta que llegaste, no era consciente de la variedad y cantidad de fauna que habitaba en mi jardín. También aprendiste que los erizos son mala idea como pelotita para jugar. Estuviste días lamiéndote las heridas en las patas y no permitiendo que te curara.

Eras una adolescente cargada de altivez y suficiencia, con la madurez te llegó la dignidad del que sabe que es útil a su entorno y que se gana con su trabajo todo aquello que tiene. Esa actitud era lo que te hacía especial, no le debías nada a nadie, recibías y aportabas a la comunidad de la que eras miembro.

No tenías la capacidad del habla, pero tenías el don de comunicarte con la mirada, como cuando me acompañabas en el jardín y mientras yo iba armada con mi machete por entre la hiedra, tú estabas tumbada a mi lado y me mirabas diciéndome claramente “No seas ñoña que ahí no hay nada; este jardín está limpio de bichos que ya sé que te dan repelús”.

Todavía recuerdo aquel inefable día que lancé una trucha a lo alto de la librería de la cocina; en cuanto se me escurrió no sé porqué giré la cabeza y te miré; me mirabas absolutamente divertida y ya cuando te vi levantarte de tu sofá e ir a sentarte en el lateral de la librería mirando arriba y abajo, calculando dónde habría de caer el pescado, no me cupo duda de que eras un ser especial.

Nunca tuviste sentimiento maternal, pero siempre cuidaste de los más indefensos. Recuerdo cuando tu bola de pelo favorita, se quedó ciega por los años y salía al jardín, cómo no la perdías de vista y estabas pendiente de que las hurracas, las malditas y asquerosas hurracas no la incordiaran y se aprovecharan de que ya no se podía defender. Y al Rata, al que despreciabas profundamente, como le salvaste el pellejo más de una vez en el techo de la barbacoa; eso sí, esperabas que estuviera bien acorralado por las hurracas para subir y poner las cosas en su sitio. Luego le gritabas con la mirada un enorme ¡inútil!

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Te echaré de menos, querida compañera, han sido doce años juntas. Extrañaré tus ronroneos cuando te tumbabas en mis piernas, siempre y cuando ambas quisiéramos estar una con la otra, tus imperativos maullidos cuando querías entrar y mil cosas más…

Al final te ha ganado la batalla la terrible enfermedad que te transmitió ese gato salvaje que se coló en casa hace ya cinco años, porque tú lo tenías claro, era tu trabajo mantener tu territorio libre de alimañas y si te tenías que enfrentar, lo hacías sin dudarlo aunque corrieras el riesgo de un mal arañazo.


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