Revista Opinión

Hay que dejar de escuchar (solamente) a los especialistas

Publicado el 14 septiembre 2020 por Plple @PLPLE
Hay que dejar de escuchar (solamente) a los especialistasPhoto by Mat Reding on Pexels.com

La pandemia de coronavirus nos ha dejado (y nos sigue dejando) muchas enseñanzas. Y una de ellas, es que no se le debe prestar atención solamente al especialista en una cuestión específica, sino también al resto de expertos, y también a gente cuyas experiencias o filosofías aporten una mirada externa desde el sentido común. Si bien este artículo puede aplicarse a múltiples ramas de prácticamente cualquier ámbito, me centraré específicamente en los variados daños que ha causado la epidemia, simplemente por hacer caso sólo a los expertos directos: los infectólogos.

En el medio de una crisis viral, tal cual nos ha tocado con la infección mundial por Covid-19 (un coronavirus emigrado desde China), los que tenían la palabra para explicar, analizar y predecir, eran los infectólogos. La infectología es una especialidad médica que se encarga del estudio, prevención, diagnóstico y tratamiento de las enfermedades producidas por agentes infecciosos (bacterias, virus, hongos, parásitos) y que pueden ser potencialmente contagiosos. Evidentemente, esta elección de especialista fue la correcta y obvia. Al menos, al principio.

Los infectólogos poseen el conocimiento general que les aporta su materia, pero también cuentan con experiencia o especialización adicional en ciertos campos. Así, habrá infectólogos que se especialicen en tratar parásitos, otros en la investigación científica de probables soluciones a nuevos hongos, o que tengan más experiencia en infecciones víricas producidas en donde geográficamente ejerzan su trabajo (por ejemplo, en América Latina tenderán a saber más sobre dengue que en Asia). Esto ocurre en cualquier rama del conocimiento: un arquitecto podrá especializarse en un tipo de diseño, o deberá enfrentar problemáticas que pueden presentarse en ciertos terrenos y no en otros (inundaciones por ejemplo). Por ello, habrá especialistas que tengan conocimientos y aportes distintos que otro especialista con las mismas calificaciones. No todos son equiparables, ni siquiera sabiendo lo mismo.

Sea el especialista que sea, como primer acercamiento, es algo inmejorable, pues nos da el conocimiento enfocado sobre el problema primordial (el coronavirus descubierto el 2019 de la pandemia del 2020). Pero desde el momento en que se decidieron tomar medidas extras de contención y tratamiento, el campo de expertos consultados debió haberse diversificado (se hizo en mayor o menor medida a nivel mundial, pero nadie contempló todas las posibilidades) para abarcar la mayor cantidad de escenarios y problemas colaterales que dichos controles y restricciones podían llegar a tener. Y no sólo en la salud, sino también en la economía, en las relaciones sociales, etc. Y más cuando hay disidencias entre los mismos expertos.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) contiene a miles de médicos de todo el mundo, infectólogos incluidos. Y ellos fueron quienes declararon no sólo el estado de pandemia, sino también las recomendaciones tajantes que debía tomar la gente. Recomendaciones que, por no prestar atención al sentido común y al resto de las especialidades médicas (no hablemos de especialistas externos, como en economía o estadística), dieron información errada, engañosa, y hasta giraban 180 grados con cosas que habían sentenciado poco antes.

Así, la OMS, representante máxima de la salud de todo el mundo, primero recomendó no usar barbijos de ningún tipo. Luego, que se usasen máscaras médicas especiales y desaconsejaron los barbijos comunes o tapabocas (hasta dijeron que eran contraproducentes). A los pocos días, recomendaron tapabocas de cualquier tipo para todo el mundo, incluyendo cuellos o bufandas. Esas idas, venidas, y vueltas a ir, ocurrieron por no prestar atención a los detalles. Sólo las máscaras especiales frenan en seco al virus, los tapabocas son casi inefectivos porque frenan una parte de la circulación. Desatendieron el hecho que, en medio de una pandemia de un virus muy contagioso, que se frene parte de la circulación, implica menos infectados (y por ende, menor extensión del contagio y menos muertes). Así también, los estudios se hicieron sobre personas que contagiaban o se contagiaban con un barbijo. Nunca contemplaron que ambos tenían barbijo, por lo que la parte de la circulación se podía reducir a la mitad (por haber dos barreras de contención). Variable que también olvidaron muchos youtubers que rociaban un aerosol detrás de un solo barbijo demostrando su inefectividad.

Lo mismo ocurrió cuando se estudió al virus en laboratorio: la OMS anunció primero que el virus “no era como el resto” y que podía sobrevivir en superficies hasta por 7 días completos. El director de la OMS no aclaró que los estudios preliminares de laboratorio fueron en condiciones favorables para el virus (mantenerlo lo más posible para saber cuánto dura). Todavía hoy no se han hechos “estudios de campo” para saber cuánto duraría el virus “en la vida real” en circunstancias normales. Para hacer un paralelismo entendible, es como si tuviesen un cachorro y trataran de ver cuánto tiempo tarda en morir sin comida, pero dándole agua, cuidado, cariño, y manteniéndolo calentito en una caja, a salvo de todos los peligros. Ese estudio sería muy diferente si al cachorro lo soltaran en el medio del bosque en pleno invierno, a la intemperie, sin comida ni agua, con los riesgos propios del entorno (barrancos, puntas afiladas, plantas venenosas) y en medio de cientos de otros animales predadores (en especie y en número). El primer ejemplo es equiparable a un estudio en laboratorio; el segundo, a uno de campo. Las diferencias entre ambos son abismales.

Como habrán podido ver, ni siquiera alejándose de los infectólogos con especialización en virología se dejaron de cometer errores. Y a medida que nos alejábamos exponencialmente del punto de interés, más y más errores se fueron cometiendo, desde lo médico al más allá.

Muchos gobiernos tuvieron en cuenta sólo a los infectólogos. Y si uno habla con ellos, la solución más lógica sería la estricta: básicamente, vivir en una burbuja sin contacto con nadie. En la expectativa, nadie se contagiaría porque nadie tendría contacto con recorridos virales. En la realidad, no existe forma de comer siquiera sin tener contacto con otras personas. Pero nacieron las cuarentenas estrictas como forma de parar el contagio, sin tener en cuenta lo económico, lo social, lo educativo, lo político, lo judicial, lo habitacional, lo nutricional, lo filosófico mismo de la vida sin poder ser vivida como corresponde.

Pero ni siquiera la medicina escuchó a la propia medicina. Se alzó la voz de los virólogos, pero se desestimó a la de los psicólogos y psiquiatras que preanunciaban una ola de depresión y un abanico de síndromes variados. Se priorizó a los infectólogos, sin contar a los dietólogos y generalistas, que avizoraban otras pandemias (de sobrepeso y sedentarismo) que acarrearían otros problemas de salud, incluso más peligrosos que el mismo virus. Ni siquiera escucharon a los hermanos galenos, los inmunólogos, que reflotaban estudios que demostraban que la vitamina D (aportada en gran parte por el sol, que en una ciudad se puede tomar en parques, plazas o paseos al aire libre) era la principal defensa contra cualquier virus. Pero en muchos lados, se prefirió encerrar a todos bajo techo y a la sombra. Y por meses y meses.

Esto fue variando considerablemente según cada región o país, y en gran parte de los casos, los resultados no pueden ser medidos fácilmente. Se pueden contar los muertos, pero no si sólo murió de covid o de algo más. Se pueden contar los infectados, pero no los que quedaron con secuelas psicológicas después de tanto tiempo de encierro o de recibir un constante bombardeo de noticias sobre infecciones, muertos y pocas camas en los hospitales. Se pueden contabilizar los recuperados, pero no los que jamás podrán recuperarse económicamente al tener sus negocios tanto tiempo cerrados. Podríamos decir que no hay nada peor que un muerto, pero no podemos calificar el dolor de no poder ayudar a un pariente enfermo y ni siquiera poder acercarse a abrazarlo por última vez, o poder despedirse velándolo como corresponde si ha fallecido.

Es por esto que siempre debemos escuchar todas las voces posibles sobre cualquier duda o problema. No sólo la del especialista, sino también la del experto, y abrirnos también a otras ramas y especialidades, y nunca dejar de escuchar al sentido común. Desestimar a expertos o análisis de simple lógica (en tiempos en donde la lógica escasea), es encerrarse en un objetivo sin tener en cuenta el contexto ni el entorno. Hasta un francotirador con un blanco claro debe tener en cuenta múltiples variables, desde el viento hasta la rotación de la tierra. No contemplar la multiplicidad de cosas que afectan a la multiplicidad de las cosas, es un error que se magnifica cuantas más variables entren en juego, y a cuantas más cosas queramos controlar. Más, si esas cosas tienen vidas. Si eso ha ocurrido en el ámbito de la ciencia dura, es más que obvio que puede aplicarse a cualquier otro. Muchas veces, eso hace la diferencia entre calidades de vida. Y también, entre la vida y la muerte.

PLPLE

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