Revista Opinión

Hay que triturar el discurso de los nacionalistas

Publicado el 24 julio 2017 por Vigilis @vigilis
Los nacionalismos de carácter disgregador dentro de España tienen ubicado su origen en el contexto de los nacionalismos de segunda generación que se extendieron por el continente europeo en la época del llamado Concierto Europeo. Aquellos estados-nación —nacionalismos de primera generación— surgidos tras el terremoto napoleónico y revolucionario (la revolución inventa la nación pero es la guerra contra el corso lo que la pone en práctica) tenían gran multitud de lenguas diferentes en sus senos. Los mayores imperios que intentaron crear un estado nacional como el ruso, el austríaco o el otomano al final fracasaron en su intento. Tempranamente el observador del siglo XIX tiene la helénica ruptura y paulatinamente el proceso de conformación de las naciones alemana e italiana.
Hay que triturar el discurso de los nacionalistas
¿Por qué fracasaron estos nacionalismos de segunda generación en estos países (de primera gen., como España o Francia)? Muchas pueden ser las razones. Por un lado tenemos la homogeneidad religiosa. En el caso español esto es algo que veo que se pasa de puntillas (¿consecuencia de que el estudio de las humanidades esté plagado de marxistas?). En Alemania la religión se emplea como elemento nacionalista unificador (en cierto modo el Imperio Alemán acabaría declarándole la guerra a la Iglesia Católica). En Grecia la Iglesia Ortodoxa es un elemento diferenciador básico respecto a los dirigentes de Constantinopla (ocurre lo mismo en Rumanía, Serbia y Bulgaria).
En España no había minorías religiosas políticamente coherentes. Por una parte las minorías estaban disgregadas y por la otra eran extremadamente minoritarias (aquellos protestantes de nueva ola que llegaron en el XIX a la soleada Andalucía sólo sentaron cátedra de "locos de la colina"). Descartada la religión queda el asunto de la lengua.
La lenta pero constante migración campo-ciudad, la incipiente industrialización y consecuente apiñamiento de los vecinos, los requerimientos de trabajos cada vez más especializados, la moda política que ilumina tertulias en casinos y cafés, la extensión de la prensa... todo ese mundo parecía conspirar para aumentar el público para la literatura. La ampliación de la oferta literaria y política hace aumentar su demanda ya que como todo adolescente situado en una discoteca el viernes por la noche sabe, la oferta crea su demanda (la incomprensión de la ley de Say es otra carencia manifiesta de los volúmenes marxistas que abultan en las bibliotecas de las facultades).
De ahí los certámenes de Juegos Florales y de ahí el paralelismo que se traza entre el Rexurdimento y la Renaixença. La primera reivindicación regionalista o nacionalista tiene que ver con algo tan inocente como el amor por las letras. Políticamente esto no tiene nada de inocente: todo lo que tenga en común un grupo de gente en un lugar determinado es candidato a convertirse en elemento de agregación partidista. Los primeros nacionalistas acaso imbuidos de un espíritu romántico e idealista señalarán la lengua vernácula como elemento de identificación nacional.
Hasta aquí estamos todos más o menos de acuerdo. Sin embargo se pasa por alto que el primer uso político de la lengua vernácula no venía precisamente de elementos disgregadores sino de candidatos a diputados en Cortes. Al menos en el caso gallego los primeros diarios políticos de caracter regionalista y con contenido escrito en gallego son sufragados por los partidos (los dos mayoritarios que había) y su fin era el de perpetuar el sistema del turnismo.
Ningún nacionalismo ha surgido jamás de las entrañas del pueblo. Ninguna revolución fue planteada por los humildes. Ningún gran cambio respondió a otra cosa que a la permanencia de los que antes estaban en el poder (con lavado de cara, véase el caso de la China roja) o a la competición entre élites muy contadas (el caso de Grecia o Egipto, por ejemplo, donde además tenemos intereses de terceras potencias metidas en el juego).
Sí, en el asunto de la revolución y los grandes cambios me temo que los estudios marxistas no ayudan demasiado (incluso hoy en día que hablamos de nacionalismo de tercera generación, basta con mirar de dónde viene el dinero). Normalmente la historia de las masas y de los humildes es una historia de silenciosa aquiescencia y visitas a la taberna. Eh, no por eso "Los miserables" de Victor Hugo deja de ser una estupenda obra fantástica o las invenciones históricas de Eisenstein obras clásicas para la cinematografía.
Retomo la pregunta inicial: ¿por qué aquí en España el nacionalismo disgregador fracasa? ¿Por qué la historia de los nacionalismos vasco, catalán, gallego, canario, asturiano, andaluz, etc. es la historia de sus fracasos, frustraciones y desastres? O planteado en términos que sean comprensibles para el americano: ¿por qué el nacionalista es un perdedor?
Mi teoría es que esto tiene mucho que ver con la forma que adoptan los diversos nacionalismos. En un primer momento el nacionalismo que aparece en España es el español (en Francia igual, etc.). El nacionalismo español (primera generación) aparece durante una guerra contra el invasor extranjero. Pocos momentos más importantes hay en la historia que las guerras existenciales. Este nacionalismo tiene una característica liberal: se trata de la idea de la soberanía nacional. Los más furibundos antinacionalistas serían los reaccionarios defensores del absolutismo y de la soberanía real.
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El nacionalismo español inicial no se basa en un agregador político preexistente (como la religión o la lengua) sino que se lo inventa. La agregación política se crea alrededor de la idea misma de ciudadanía que en aquel entonces era un concepto novedoso. La razón de ser de este movimiento y el origen de su fortaleza es que todos los habitantes no tienen que ser súbditos sino ciudadanos y que como tales poseen derechos inalienables. Los liberales no iban a basarse en la religión porque en aquel entonces ésta se inclinaba por las fuerzas absolutistas y tampoco iban a basarse en la lengua por dos motivos: uno, había un montón de lenguas y dos, la lengua no le importaba a nadie una higa.
De pronto el agregador político era vivir en este reino. No ser de una manera o pensar de una forma sino nacer aquí. Curiosamente este éxito del nacionalismo primero, del nacionalismo que crea el estado-nación, es imposible que sea reproducido por cualquier nacionalismo disgregador ya que no es posible ser ciudadano de dos países ni pueden existir países dentro de países (se trata de un imposible metafísico que no acepta discusión).
Ante esta gran muralla los nuevos nacionalismos construyen sus escaleras con el único material que les queda: la lengua. En este punto se produce un debate histórico sobre el rumor de fondo de los nacionalismos en España frente a la práctica inexistencia de estos rumores en Francia o Italia, países cuyos estados nacionales tienen también un origen liberal y que como el caso español cuentan con minorías lingüísticas. Se menciona Jules Ferry para el caso francés y la amenaza austríaca para el caso italiano. En España carecimos de la amenaza de un poder externo y sobre la educación lo que tuvimos fue el refrán "pasas más hambre que un maestro de escuela" y su maravillosa imagen especular "comer como un cura". Estas cosas explican en parte la diferencia pero sospecho que la cacareada diferencia es más fantástica de lo que nos creemos: los nacionalismos existen en esos países igual que en España solo que aquí parecen más importantes porque les damos más importancia. La importancia es como la masa: más tienes cuanta más añades.
Sí, desde luego se puede sostener con fundamento que de los países europeos que salen de una dictadura en los setenta España es el único que cuenta con minorías lingüísticas de importancia (y sus adheridos movimientos políticos). A estos se les dota de cierto poder de reclamación y aparecen concesiones políticas inauditas en cualquier otro país de nuestro entorno.
La —en otras circunstancias deseable e intelectualmente atractiva— descentralización política marida mal en un país con una larga tradición caciquil. De ahí los palacios y coches oficiales y la pompa y el boato de lo que deberían ser grises oficinas públicas. Desertores del arado con cátedra en cortes provincianas no sirvieron para aumentar la representatividad del pueblo sino para convertir esas cortes en las fincas particulares de grupitos cubiertos por el polvo de la dehesa con una agenda particular que no se suele mostrar en las campañas electorales. Se puede argumentar que esto mismo ocurre en la Corte del reino sin embargo —jamás un sistema político será perfecto— allí tienen los focos más cerca y existen instituciones aledañas que contribuyen a los equilibrios y contrapesos.
Como católicos tenemos una tendencia natural a buscar culpables de la situación. Sin duda cada uno tendrá su opinión. Por decir algo recordaré que cuando en una toma de posesión Manuel Fraga colocó a 4.000 gaiteros en la plaza del Obradoiro nadie lo metió en la cárcel. También puedo recordar que ni nacionalistas ni antinacionalistas tienen ningún problema con que las regiones cuenten con bandera e himno oficiales. Cuando los buenos buscamos culpables solemos señalar con el dedo a los malos mientras cometen un crimen —¡y hacemos bien!— pero con facilidad olvidamos hacer acto de contricción.
Retomando el asunto de las herramientas de que dispone el nacionalismo es importante tener en cuenta la construcción del pasado. La idea del origen común y de una historia de genuflexión frente a fuerzas extranjeras que ha impedido el deslumbrar del pueblo elegido es un tema común a todos los nacionalismos. Los primeros nacionalistas no necesitaron recurrir a eso porque la historia de la nación era la historia del país. Los segundos nacionalistas sin embargo necesitan construir una historia nacional partiendo de una historia regional. Esto es como comparar un capítulo de la Historia Universal con un pie de página.

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Vía @rpr3z

En lo de la invención del pasado hay una cosa que me parece muy curiosa y me ciño al caso gallego: se supone que la historia de los nacionalistas trata de decir lo guays que éramos y lo mal que estamos hoy o cómo la fuente de nuestras supuestas desdichas es la imposición de una supuesta fuerza exterior que no nos deja volar como las alondras. Esa fuerza exterior hace que nuestro futuro sea "incorrecto" por lo que hay que tener una dirección política autónoma para "corregir" la historia.
Lo que me llama la atención es que su historia inventada es menos gloriosa que la no inventada. La bobada esa que los niños gallegos tienen que estudiar sobre los "Siglos Oscuros" (donde dicen que a partir de los Reyes Católicos y hasta el Rexurdimento el gallego estaba prohibido y "España" conspira para masacrar nuestro idioma que es nuestra esencia nacional) no le da importancia a que durante esos siglos se siguió publicando en gallego (si dices que el gallego estaba prohibido este es un detalle relevante). Tampoco le dan importancia a que el número de personas que leían era muy limitado (según el invento nacionalista parece que en la Edad Media todo el mundo leía en gallego y luego los malvados Reyes Católicos lo prohibieron, en realidad leía muy poquita gente e incluso no era raro que monjes copistas no supieran leer). Como época gloriosa eligen más o menos tres momentos: los celtas (ese pueblo que jamás estuvo en Galicia pero que confunden con los castreños porque siguen basándose en autores superados hace cien años), los suevos (unos invasores que le hicieron la guerra a la población local, supuestamente celta ¿hola?) y el periodo de la lírica galaico-portuguesa.
Elegir la Baja Edad Media como época gloriosa para un "pueblo" es ser extremadamente audaz, eso se lo concedo. Durante este periodo en Galicia —igual que en el resto de Occidente— se vivían conflictos entre casas nobles. En el —pasado por alto por los nacionalistas— contexto de la Reconquista tenemos en España un poder real bastante más fuerte que en Francia, Borgoña, Inglaterra, etc. Los conflictos nobiliarios —normalmente por un asunto de lindes o de herencias, jamás por la autodeterminación de los pueblos, Señor dame fuerzas— hay que ubicarlos en relación a la fortaleza o debilidad de los reyes.

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—Somos una colectividad autogestionada.
—No me des la brasa.

Ciertamente las lenguas romances van separándose del latín y ciertamente por demografía y distancia a la frontera (y a la costa, que estaba casi despoblada por los ataques de los norteños) Galicia sería la zona de España más importante en aquel tiempo (francos y musulmanes hablan en sus crónicas de gallegos y de la Gallaecia para referirse a lo que conocemos como monarquía asturiana). El descubrimiento de la tumba del Apóstol (Alfonso II) y la creación de una nueva ciudad santa crean un camino de peregrinaje en el que se intercambian estéticas y saberes. Con la consagración de la basílica de Santiago tenemos el cénit del trovador galaico-portugués que como era de aquí era mejor que el provenzal. Alfonso X escribe en gallego y el idioma a los dos lados del río Miño era el mismo pero como la gente no salía de su casa el idioma no le importaba a nadie más que a algún mercader.
Desde luego que según se va ganando la guerra al moro la sede del poder se va trasladando pero no así la riqueza y la población, que permanecen en el norte. Con los moros pidiendo al árbitro la hora tenemos las guerras civiles castellanas en las que la nobleza gallega se divide en partidos. En estas guerras tenemos a la Santa Hermandad que fue una institución de seguridad pública que encontramos también fuera de Galicia. La definitiva guerra civil castellana podemos decir que la gana Isabel. Para los nacionalistas este es el momento más oscuro de la historia del pueblo gallego. Sin embargo el pueblo gallego que podía tener opinión (vecinos de ciudades) en aquella guerra apoyó a Isabel y ahí tenemos a la Santa Hermandad (los irmandiños) apoyando a la que será Isabel la Católica. El ulterior proceso de formación del estado moderno aliviará las cargas de las ciudades concediéndoles privilegios y menoscabará el poder nobiliario, también aparecerán nuevas instituciones de justicia que harán desaparecer el conlficto civil de Galicia. Y dicen que ésta fue la mala. Ésta que por cierto era hija de portuguesa cuyas damas de compañía también eran portuguesas (a una la encerró tres días en un baúl) con lo que muy probablemente supiera hablar gallego.
Luego está lo de prohibir el gallego. Tan prohibido estuvo que se siguió hablando en todas partes y tenemos también escritos en gallego del Siglo de Oro (estaba de moda el teatro, ¿por qué no hacerlo en gallego?). Durante esa prohibición tan prohibitiva a mediados del XVIII tenemos al Padre Sarmiento publicando canciones y poesía en gallego. Después vendrá la Guerra de Independencia con sus pasquines en gallego para llamar a los hombres a las armas e imbuirlos de nacionalismo español. En fin, etcétera.

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Esto sí es prohibir cosas.

El listo vendrá y dirá que no es que estuviera el gallego prohibido sino que estaba desprestigiado. Esto como poco es discutible por varias razones: en primer lugar la inmensa mayoría de la población ya tenía bastante con no morir de tuberculosis sin haber probado el queso y por otra parte el prestigio de una lengua es algo relativo: tenemos al castellano como lengua de la corte (por cierto, corte rodeada por la alta nobleza gallega, mucho Ulloa, Sotomayor y Andrade acabó de Virrey o Gran Almirante) en la época de la Monarquía Hispánica (era imposible competir con eso, ni siquiera llamándote "Francia").
Mi punto con todo esto es que dejamos al nacionalismo construir su historia y ahí no damos tanto la batalla. Sí es cierto que sobre la Historia Universal se ve que poco a poco va cayendo la manta negrolegendaria pero me parece que en los pequeños pies de página de la historia, lo que en este contexto nos importa, ni nos presentamos al combate.

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