Revista Cultura y Ocio

He tenido un sueño – @dtrejoz

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

El cielo empieza a venirse por donde quiere, es parte de la magia del sofá, y eso es más que suficiente para dejarse caer en sus cojines sin cargos de culpa y mucho más que suficiente para empezar el cuento.

Les decía que el cielo se está cayendo en bodoquitos, en pequeños algodones de nubes coloridas, como retazos de acuarelas, desangrándose hacia el ocaso, derramándose por la parte más delgada del firmamento, allá donde el horizonte aun no decide si quedarse sobre la fiesta del mar o rendirse sin oposición bajo las faldas del cielo, ahí es su reino.

Detrás de alguna de esas nubes reposa un sueño. Casi nunca uno alcanza a percibir donde termina la nube y donde empieza el sueño, todo sucede en un instante, en el estado de reposo que los ojos consiguen no hay lugar para razonar, no se discute con la inconsciencia…lo demás es un asunto de sosiego.

A lo lejos parece escucharse un televisor encendido y abandonado a su suerte, por las rendijas de la persiana se va colando el frío de un octubre que amenaza con sorpresas, y un aroma a pino que va pasando inadvertido intenta confundirse con el aroma del emanador anti mosquito que está conectado en el tomacorriente a media sala, pero eso está afuera de consideración y de mi alcance, mi atención va más allá de mi sentido del olfato, incluso más allá de los techos oxidados que están en la zona baja de la calle. Creo que hasta éste punto no les he mencionado nada sobre las calles… ¿cierto?

Son dos calles. La que pasa por arriba formando un puente, por el sector de los locales de grandes ventanales, la zona de “boutiques”, puros negocios exclusivos y hermosamente decorados, son imanes para cualquier  mujer que tenga la osadía de pararse al frente de tanta exuberancia, de reojo me parece observar un par de botas altas que me traen a la memoria unos bonitos pies que he visto en mis hombros…incluso estuve a punto de revisar la talla. Luego una colección de bufandas multicolores roban mi atención, divago brevemente intentando recordar en donde las he visto antes, mientras un olor a pino y canela llenan la estancia de una sensación a navidad. Luego dejé salir mi vista por el cristal y observé la calle de abajo, la zona del pequeño mercado, el corazón del pueblo. Por todas partes hay cajones llenitos de verduras, la variedad es impresionante, me parece alcanzar a percibir el olor a elote recién asado y a pejibaye con mayonesa, café recién chorreado al estilo de antes, desde una vieja bolsa de tela que consigue sacar todo el sabor delicioso del grano molido, y las humeantes tazas en las mesitas que están sobre el boulevard, en los pequeños puestos que asemejan ser quioscos con sombrillas de lona para cubrirse del sereno, del sol, de la lluvia y de la nieve, según sea la época.

Desde la calle de arriba se ve que apenas está amaneciendo. El sol comienza a calentar los grandes ventanales, mientras en la calle de abajo aun todo es oscuridad, el sol todavía no alcanza esos rincones y el frío se apodera de ese sector de la ciudad.

Luego aparezco sentado a una mesa de las de sombrilla de lona, con una taza de delicioso café humeante en las manos, observo la taza para constatar que es un delicioso capuchino de vainilla de los que bañan con canela, y me quedo ahí en ese reposo viendo llover una pequeña garúa sobre los adoquines de la calzada. Desde el pequeño alero junto al horcón de pochote que sostiene al quiosco, observo a un girasol buscando desesperado el primer haz de luz que el sol pueda filtrar sobre el rincón, siento el latido del girasol, ahogándose de frío, con sed de sol, distingo la ralentización del universo, logro ver un remolino de partículas que han sido agitadas por una ráfaga de viento que ha invadido el boulevard, miles de dientes de león que la brisa ha arrebatado de la pradera del este, como un soplido de huracán llenando de magia la calle vacía, desparramando un olor a menta y a yerbabuena por los rincones del mercado. Ahora es orégano, ahora albahaca, ahora canela y clavo de olor…el café sigue humeante y alcanzo a ver como se forma una figura entre la espuma del capuchino que ahora está sobre mi mesa. El girasol sigue girando, y girando, y girando, y no alcanza a tocar el sol con sus pétalos de amarillo intenso, y no alcanza a saciar su sed, y parece morir de miedo entre la oscuridad de aquella calle, y si no es de miedo…será de olvido.

El sol apenas ha empezado a tocar los tubos de la baranda de la calle de arriba, el ángulo que tiene por ahora no hará posible que sus rayos hagan contacto con la calle de abajo… ¡y pobrecito el girasol!

Del otro lado de los ventanales, hacia la espalda de los negocios opulentos se ve la luna. De alguna forma parece rendirse ante la hermosura de la mañana, ante la belleza de otro amanecer, parece buscar abrigo en el insaciable horizonte de colores pastel, entre el bostezo de la calle moribunda de frío, parece alcanzar la última sombra de la cordillera para ocultarse…y también parece ser bebida por el mar, parecen tantas cosas y ni siquiera sé por qué lo digo, por qué lo noto, por qué lo escribo.

“Hay veces que sonríe con total naturalidad,

dejando reposar todo el silencio del mundo sobre sus labios.

– Y hasta al cielo duerme…y la sueña”

 

[Y yo qué sé de lunas mágicas vestidas de sonrisas que duermen cielos, solo creí que debían saberlo]

Al sur todo son techitos rojos y paredes blancas, mesitas con manteles estampados de casitas de montaña que se repiten cada dos, hornos de ladrillos con aroma a pan de banano, a canela y clavo de olor, a relleno de piña y chiverre, a otoños de octubre y a maldito olvido.

Y de pronto hay nieve… y las chimeneas están humeantes y no me explico quién nos dejó sin amaneceres, y el girasol de nuevo con sed, no entiende de ayeres sin sol, ni entiende de mañanas con frío.

Por la ventana veo nevar, poco a poquito la calzada de adoquines se empieza a cubrir de hielo, las mesas del pequeño boulevard ahora tienen una pequeña lumbre en sus centros, parecen candelas a lo lejos, pero podrían ser lámparas de canfín y absolutamente nadie va a recordarlo, porque no hay nadie a quien le importe, solo estoy yo observando, imaginando olores y sensaciones que desde hace mucho había olvidado, intentando juntar noches y amaneceres, y primaveras con otoños, intentando encontrarte en una calle que jamás hemos visitado, pero que conociéndote, sin duda te atraparía con sus grandes ventanales repletos de bufandas multicolores y bonitas botas, con las mesitas del boulevard atrapadas en el frío, porque sé que si hay frío vas a pedirme que te abrace, porque sé que si hay nieve vas a pedirme una chimenea y porque sé que si hay chimenea vas a desear que te haga el amor mientras que arde.

-Y por último el girasol.

No tengo ni puta idea de qué significa ese girasol, pero sin duda es la parte del sueño que uno nunca puede explicarse, la parte del subconsciente que regula nuestra actividad nocturna y toda la incongruencia que eso pueda significar.

Y luego despierto con ese olor a pino y a café recién chorreado, y con el sobresalto en el latido, porque he tenido un sueño con todas las ganas de tenerte… y ni siquiera estabas tú para explicarlo.

Quizás eso es lo que significa el girasol… y qué sé yo de amaneceres, ni de lunas que duermen cielos.

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