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Hércules Poirot: los detectives de Agatha Christie

Publicado el 02 febrero 2016 por Ana Bolox @ana_bolox
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Hércues Poirot, probablemente el detective más conocido después de Sherlock Holmes, nació a la ficción durante la Primera Guerra Mundial, en Torquay, entre los refugiados belgas que llegaban hasta allí huyendo de la contienda. Aunque, al parecer, Agatha Christie se basó en dos detectives de ficción, Hercule Popeau, de Marie Belloc Lowndes, y Monsiur Poiret, de Frank Howel Evans, para dar vida a su criatura, según Michael Clapp fue un gendarme belga, Jacques Hornais, el hombre en el que la gran dama del crimen se fijó para dar vida a su detective. Sea uno u otro el origen de Poirot, lo cierto es que la gran dama del crimen aprovechará a los ciudadanos belgas refugiados en Torquay para dar una nacionalidad a su personaje más famoso, Hércules Poirot, que nacerá como un refugiado más que llega a Inglaterra huyendo de la guerra y al que Agatha Christie otorgará un pasado policial en la gendarmería belga, donde ya habrá destacado por su lucidez y afinada inteligencia antes de verse obligado a abandonar su país.
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Un personaje odiado por su creadora

Es más que posible que en aquel momento, la escritora inglesa no llegara a imaginar la popularidad que adquiriría un personaje extraído de un grupo de refugiados, ni tampoco la gran cantidad de obras que escribiría con este detective belga como protagonista: 33 novelas y 54 relatos. Como probablemente tampoco adivinó la relación de amor-odio que mantendría con él, de quien llegaría a decir: Hay días en que me pregunto “¿Por qué, por qué, por qué tuve que dar vida a esta pequeña criatura detestable, grandilocuente y tediosa? Sin embargo, confieso que Hércules Poirot ha vencido. Ahora siento un cierto afecto que, aunque me cueste, no puedo negar”. (De la introducción, escrita por la propia Agatha Christie, a la dramatización en el Daily Mail de Cita con la muerte, 1938).

Necrológica
Hasta tal punto lo odiaba, que la autora, cansada del personaje, escribió Telón, la última historia en la que aparecería Poirot, en 1940, pero no llegó a publicar la novela y retrasó la muerte del detective que, de hecho, no se produjo hasta 1975, un año antes de que muriera la propia Agatha Christie. Una muerte, la de Hércules Poirot, que, curiosamente, dio lugar a la única necrológica que se le ha hecho a un personaje de ficción. El 6 de agosto de 1975, aparecía en el New York Times el obituario: “Hercule Poirot Is Dead; Famed Belgian Detective; Hercule Poirot, the Detective, Dies”.

Hércules Poirot, el vanidoso

La primera aparición del detective se produce en El misterioso caso de Styles, una novela en la que el teniente Hastings requiere su ayuda y de la que la propia Christie diría más tarde: La manera en que introduje a Poirot en el mundo de la ficción no fue la que a él le habría gustado. “Primero Hercules Poirot”, habría dicho, “y luego una trama que saque a la luz sus talentos para mayor gloria suya”.

Y es que las ínfulas que se da el detective son famosas. En El misterio del tren azul, Poirot llega a afirmar de sí mismo: Me llamo Hércules Poirot y probablemente soy el mas grande detective del mundo. No tiene abuela, desde luego, pero sí razones sobradas para hablar así de sí mismo. Su andadura detectivesca es una carrera plagada de éxitos. Cada final de novela en la que participa presenta un desenlace en el que Poirot luce sus habilidades deductivas y la gran capacidad de sus células grises.

Su método de trabajo

Pero a esa gran capacidad intelectual, Hércules Poirot le suma una mente organizada. Jamás actúa de forma espontánea. Su manera de ver el mundo le lleva a basar su vida sobre un estricta planificación: “Aquél que no planifique su vida por adelantado, piensa, no merece el éxito”. Con frecuencia, el propio Poirot admite que le gustan el orden y el método. Por eso, todo tiene que ocupar un lugar lógico y encajar con el resto. Tanto es así que, cuando los hechos no responden a una explicación racional, Poirot se ve acosado por la inquietud e incluso por la angustia y la ansiedad.

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Hércules Poirot es un detective que en ocasiones se apoya en la policía y aprovecha los datos con los que ésta cuenta para añadir elementos imprescindibles a la investigación que le ayuden a resolver el caso. Pero, por supuesto, no es la única herramienta con la que cuenta. Aparte de los trucos y, a veces, curiosos subterfugios de los que se vale para descubrir elementos cruciales, Poirot utiliza mucho y muy bien los interrogatorios a los testigos, con preguntas muy específicas, el motivo de las cuales con frecuencia pasa inadvertido incluso para a propia policía. Las respuestas a las agudas, y casi siempre aparentemente inofensivas preguntas que plantea Hércules Poirot, normalmente le ayudan a establecer en su mente con claridad meridiana el recorrido de los hechos, y ello desde los diferentes puntos de vista de los que extrae información y que le llevan, naturalmente, a descubrir los principales aspectos del crimen.

Por otra parte, su capacidad de observación no tiene nada que envidiarle a su capacidad deductiva. En los primeros compases de cada una de las novelas en las que participa, Agatha Christie suele dejar a la vista del detective, y por supuesto del lector, pruebas visuales en las que sólo Poirot repara y a las que solo su brillante mente sabrá darle más adelante un sentido, bien inculpatorio bien exculpatorio.

Con el análisis de las pruebas y con los testimonios de los testigos bien almacenados en su prodigiosa cabeza, Poirot es capaz de dar un significado correcto a lo que ha observado en la escena del crimen y, por supuesto, es capaz de alcanzar una conclusión lógica que le lleva a la resolución del caso. También es habitual en su método el recorrer los pasos que el asesino o los propios testigos han dado y extraer de ese “paseo” las conclusiones necesarias para comprender el todo, para lograr que ese orden que Hércules Poirot siempre espera de los hechos se produzca y cada pieza encaje en su sitio.

Un actor egocéntrico

Y, por supuesto, nunca pierde la oportunidad de llevar a cabo su representación final, ésa a la que no puede resistirse el ego desproporcionado del detective. Una representación en la que todos, sospechosos, incocentes, culpable y lector asisten asombrados a la explicación del crimen: el gran Hércules Poirot vuelve a sorprender con la magia que chispea entre sus células grises.

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