Revista Economía

hermano rico - hermana rica - Robert Kiyosaki & Emi Kiyosaki

Publicado el 26 diciembre 2018 por Misterdilan

Esto lo deja por sentado en su nuevo libro el genio de los negocios, Robert Kiyosaki, quien, en esta ocasión, nos ofrece un material renovado, con un aspecto que no se había tocado a profundidad previamente: la riqueza espiritual. Escrito a cuatro manos con su hermana, Emi, este libro resulta ser mucho más cercano, más íntimo y cálido.

El choque de dos mundos Tenemos dos familias al nacer. La primera es nuestra familia biológica, aquélla en la que nacemos. La segunda es la familia espiritual, la comunidad que nos guía al sitio en donde podemos contribuir y crecer. Es el espacio donde encontramos la vida para la cual nacimos. Nosotros crecimos en una familia de origen japonés en el pequeño pueblo de Hilo, en Hawai, poco después de la Segunda Guerra Mundial y en medio de la Guerra Fría. Nuestra casa estaba en la Isla Grande, una comunidad que tenía que enfrentar maremotos devastadores y violentas erupciones volcánicas.

Ralph Kiyosaki, nuestro padre, era superintendente escolar y líder local de Protección Civil. Estaba involucrado activamente en la prestación de ayuda durante los desastres. Por esta razón, él y mi madre, Marjorie, a veces se ausentaban por varios días. Mamá era enfermera y trabajaba para la Cruz Roja de Estados Unidos. Pertenecía a la Iglesia Metodista de Hilo y tenía un gusto especial por la música. Era común que en Navidad se acercara a la iglesia que contara con el mejor coro y director. Tenía problemas del corazón porque cuando fue niña padeció fiebre reumática. La fiebre debilitó su corazón y contribuyó al ataque que terminó con su vida a la edad de 49 años.

La familia Kiyosaki creía en ofrecer "soluciones" y apoyarlas. Creía en brindar ayuda y servicio a los demás. Mi padre no hablaba sobre la importancia de la educación: estudiaba y servía a otros. Mi madre no hablaba sobre religión, practicaba su fe en la iglesia y en la vida. En lugar de hablar sobre servicio público, ambos eran voluntarios en su comunidad. Nos ofrecieron un hogar, un lugar para refugiarnos de las tormentas de la vida, y se esforzaron lo más posible para protegernos. No obstante, mis padres no pudieron resguardarnos del mundo cuando éste atacaba desde todos los frentes. En 1962, yo tenía quince años, Emi catorce, Jon trece y Beth, la más pequeña, once. La familia estaba viendo televisión cuando una repentina e intensa luz hizo gritar a Beth. "Oh, Dios mío. ¡Miren por la ventana!"

Corrimos hacia el comedor y miramos el cielo nocturno. La luz se fue desvaneciendo, pasó de un irritado color anaranjado a un vertiginoso rojo brillante, un morado oscuro y, finalmente, de vuelta al negro. En ese momento lo ignorábamos, pero estábamos presenciando la explosión de una bomba atómica que dispersaba su cólera por todo el cielo del Pacífico.

Al día siguiente leímos en el periódico que la bomba atómica que habíamos visto, era parte de una serie de pruebas realizadas por Estados Unidos en Isla Navidad. Describió, también, que se vio como si se hubiera vertido sangre en el cielo. Un reportero local fue mucho más gráfico en su crónica de la experiencia. Según él, parecía como si alguien hubiera cortado el cuello de un animal y dejado que la sangre se dispersara a borbotones por el cielo. Escribió que al principio la sangre era de color rojo brillante. Era espumosa porque aún había oxígeno en ella. Cuando la sangre comenzó a morir se coaguló, se hizo más espesa y tuvo una transición del color rojo oscuro al morado. El color púrpura se tornó negro y, finalmente, el brillo de las estrellas perforó la negrura del cielo.

Los tiempos en que vivíamos y haber presenciado aquella explosión atómica, contribuyeron a las decisiones, acciones y reacciones de toda la familia Kiyosaki. Mis padres, Ralph y Marjorie, renunciaron a sus empleos en 1964 para unirse como voluntarios a los Cuerpos de Paz del presidente Kennedy. Sus salarios se redujeron sustancialmente. Mis dos hermanas se unieron a los movimientos de paz y protestaron contra la Guerra de Vietnam en la escuela y en las calles. Los dos varones fuimos voluntariamente a Vietnam: Jon se unió a la Fuerza Aérea y yo a la Marina. Irónicamente, cada uno trabajaba por la paz a su estilo.

Aunque éramos hermanos de sangre, desde muy pequeños fuimos un caso de estudio en contrastes. Para cualquiera que nos conoció, las diferencias eran mucho más obvias que los rasgos en común.


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