Revista Filosofía

Hilos invisibles

Por David Porcel

Hay que aprender a vivir «en soledad», y curtirse en ella, hasta hacerla algo familiar. Y es que muchas circunstancias en la vida van a exigir que sepamos vivir en soledad. En tiempo de guerra, desde luego; pero también en tiempo de paz, para huir de la hostilidad, o de la inhospitalidad, del aborregamiento y embrutecimiento sociales. «En soledad» comienza el prisionero de la caverna su marcha. «En soledad» la modernidad descubre el cogito. «En soledad» se armó el Tractatus, y escribió Abejas de cristal. Son actos de renuncia, de reclusión voluntaria, de torsión antinatural hacia el fondo de uno mismo. La soledad es término, pero también comienzo de algo. ¿Por qué no hay escuelas que enseñen a «vivir en soledad»? ¿Por qué no se hace escuela de la soledad? En tiempos de desasosiego, la soledad es refugio, lugar, oxígeno. De ahí que convenga tenerlo bien armado, contra ventiscas y vendavales. Hay quienes huyen de la soledad como de la peste. Incluso señalan a los solitarios como los apestados, o inadaptados. Pero quien sabe «vivir en soledad» se hace capaz de soportar la incomprensión, y el derrotismo de los más desasosegados.

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Quien hace de la soledad camino, se salva.


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