Revista Opinión

Historia de Clair

Publicado el 01 enero 2012 por Manuelsegura @manuelsegura

Historia de Clair

La sonrisa de un niño es algo de lo más grande que nos pueda brindar la naturaleza. Los que somos padres, tenemos la conciencia de lo que supone verlos enfermos o tan solo taciturnos. Uno no elige su familia de origen, pues es el destino el que ahí te sitúa. Sin embargo, los hijos son –o, al menos, deberían de ser– una opción personal en la vida. Verlos crecer y volar es cuanto ansiamos sus progenitores. Con todo, no siempre son nuestros propios hijos los que nos transmiten determinadas sensaciones. La niñez es ese tiempo en todo ser humano en el que el mundo está por descubrir. Decía Oscar Wilde que los niños comienzan amando a sus padres, que cuando ya han crecido los juzgan y que, hasta en ocasiones, los perdonan. Los mayores cometemos errores mayúsculos vistos a los ojos de la infancia. Quizá por eso compartamos la frase de otra novelista británica, que se hacía llamar George Eliot, quien sentenciara que los niños son aún el símbolo del matrimonio eterno entre el amor y el deber.

Hay canciones que encierran historias tan hermosas como simples nos resultan. Un día, el productor musical Gordon Mills pidió a su amigo Gilbert O’Sullivan que cuidara de su pequeña Clair porque él y su mujer pensaban salir a cenar fuera de casa. O’Sullivan, que ya era un cantante reconocido, aceptó quedarse con la niña de apenas tres años de edad. Hicieron los deberes, jugaron y rieron. Luego la pequeña, vencida por el sueño, quiso acostarse. Al rato, llamó a su cuidador para que le diera un vaso de agua. Él se lo subió a su dormitorio, ella sació su sed, y siguió durmiendo. Tras arroparla y contemplar su plácido rostro, el propio O’Sullivan confesó que sintió un impulso irrefrenable de bajar al salón, sentarse al piano de los Mills y componer una de las canciones más bonitas que uno pueda escuchar. La guinda de la misma son los segundos finales de la grabación, donde el cantante quiso que se escuchara la risa contagiosa de una feliz Clair. Porque lo más sorprendente de la infancia, como dijo Chesterton, es que cualquier cosa en ella es una maravilla.


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