Revista Cultura y Ocio

Historias del verano - 1: Padres Out

Por Jesús Marcial Grande Gutiérrez


Historias del verano - 1: Padres Out
Algunos pueblos africanos tienen la sabiduría de concer que es necesaria la tribu entera para educar a un niño. En los pueblos de por aquí, no lo tienen tan claro. Pongamos un caso: Población: el precioso pueblo de Molina de Aragón, Guadalajara. Fecha: día 1 de agosto. Hora: 8:00 de la tarde. Lugar:  Plaza de España. Eb ese día tiene lugar un concierto internacional a cargo de las bandas municipales de JBO Bautzen (Alemania) y la banda municipal de música de Monreal del Campo. La plaza, desolada, casi vacía hasta poco antes del concierto se ha ido llenando de vecinos. Entre el público , nosotros, madrugadores asistentes y pareja viajera que pernoctamos en la cercana hospedería de la Virgen de la Hoz. La guía de la oficina de turismo hos había recomendado el excelente grupo instrumental alemán así que asistimos temprano a la llegada de aquellos jovencísimos músicos, muchos de ellos escolares; todos con piel pálida y el aire disciplinado que se espera del estereotipo germano. Llegaron en grupos con sus bolsas deportivas donde guardaban el sencillo uniforme. Se dirigieron a la vecina iglesia que hizo de vestuario y estaban ya preparados desde una hora antes del concierto. Miraban ahora con curiosidad los preparativos de la banda del cercano pueblo de Monreal que actuarían en primer lugar. Empezado ya el concierto se fueron ocupando las butacas proporcionadas por el ayuntamiento  llegando  a formar ,a los diez minutos, una masa crítica de espectadores suficiente para no dañar la autoestima de los músicos participantes. loa agrupación nacional cumplió muy dignamente con su repertorio en el que incluyó algunas piezas populares, otras dictadas por la moda (Los niños del coro) y un guiño simpático en la despedida a las músicas del mundo amenizado con ocurrentes cambios de sombrero. Yo los contemplaba admirado de que  aquellos jóvenes y adolescentes rurales mostraran la disciplina y el e interés necesario para una actividad tan compleja  y grupal como es tocar en una banda de música. Como maestro, lo sé bien; conozco las dificultades de embarcar a los jóvenes en proyectos que exijan paciencia, constancia y disciplina. Pero apenas iniciada la actuación, entre la filas de sillas comenzó el compulsivo ir y venir de dos niños en bicicleta seguidos ocasionalmente por algunas patinadoras divertidas. Rodando con sus bicis, animados por la excitación del oportuno circuito y dando gritos, trazaban la ruta de un extremo a otro de la plaza entre el público silente, permisivo, voluntariamente ajeno a cualquier gesto de reconvenir, de importunar a los infantiles ciclistas que pasaban una y otra vez entre ellos, a veces, incluso pisándoles los pies con las ruedas. Yo contemplaba boquiabierto cómo nadie decía nada, cómo la gente se abstraía en el concierto al que , con dificultad, asistía. Indignado deslicé algún comentario a mis vecinos: - ¿Estos niños no tienen padres?...  - ¡Esto pasa por ser gratis...seguro que tendrían más respeto si hubieran tenido que pagar al menos un euro...! Excepto alguna mirada cómplice, nadie se movió. Decidí, pese a ser forastero, tomar la iniciativa y desplacé mi mesa (parte de la plaza estaba ocupada por una terraza donde nos habíamos instalado a la espera del comienzo) hacia adelante obstaculizando la ruta de los inquietos rodadores. Mientras en el otro extremo de las sillas los dos pequeños ciclistas estaban ya dando su trigésimo séptima vuelta. Cuando llegaron frente a la mesa, se detuvieron desconcertados. Su asombro duró apenas un segundo, giraron hacia las filas de sillas y se internaron entre ellas ante el asombro de los sedentes espectadores. La nueva ruta les pareció aún más divertida y no les afectó en absoluto el gesto de incomodidad de algunos de los asistentes. Continuaron su circular actividad, seguidos a veces por un pequeño grupo de patinadoras, mientras los adultos que acompañaban al grupo alemán contemplaban asombrados la inacción de los presentes. Me resigné a soportar sus idas y venidas intentando disfrutar de la actuación de la joven banda de Bautzen, realmente virtuosa, eso sí: sujeté firmemente mi mesa-obstáculo cuando uno de los ciclistas añorando la ruta anterior pretendió apartarla y despejar su camino. El concierto continuó mientras yo intentaba descubrir entre el público quienes serían los progenitores de aquellos pequeños atilas de la cultura. Me resultó imposible; parecía que sus padres les hubieran abandonado en la plaza a sus suerte toda la noche. Casi al acabar el concierto uno de los pequeños ciclistas tropezó y cayó de la bici. Llorando a grito pelao, desconsolado, se dirigió a un lateral de la plaza en busca de una señora que fumaba tranquilamente mientras charlaba con otra acompañante completamente ajena al concierto que se supone estaba escuchando . La madre cogió a su hijo con exagerada ternura en sus brazos y le aplicó una conmovedora ración de mimos y besitos. ¡Qué tierno!


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