Revista Diario

Historiografía argentina: Levene, Ravignani y la Nueva Escuela

Por Julianotal @mundopario

Historiografía argentina: Levene, Ravignani y la Nueva Escuela

Ricardo Levene


Pese a la poca difusión que alcanzó en su tiempo el proyecto nacionalista de Rojas, desde los comienzos del siglo XX se llevó a cabo un desarrollo de la historia argentina, que no desestimaba la labor de sus progenitores, por el contrario, le asignaban a la misma profundidad, rigor científico, cuyo fin era elevar la verdad histórica a partir de la heurística. Ricardo Levene fue uno de los encargados en continuar la llamada historia oficial siguiendo los lineamientos y asegurando el panteón liberal mitrista. Al frente de la Academia Nacional de la Historia, fue uno de los consagrados intelectuales que profundizaron y profesionalizaron la labor histórica, y a su vez, frente a la proliferación y actualización del conocimiento, fue uno de los encargados en trasladar los avances del paradigma a la sociedad civil con sus Lecciones de Historia Argentina. En la introducción del mismo, Joaquín V. González transmite la misión de esta nueva generación de historiadores: partir de una revalorización de la historia argentina que, a diferencia de los historiadores de siglo pasado, se construye desde los albores de la civilización. Con el rigor científico que amerita la materia se demostrará los valores nacionales que aparecen desde sus inicios: la democracia, acompañada de la libertad mental y económica: “el autor de este libro deja ver cómo palpitaba la vida democrática, aun dejaba de las pesadas restricciones dictatoriales”[1].
Frente a una mayor apertura de la participación ciudadana y la creciente cosmopolitización, existía una evidente necesidad de transmitir un pasado histórico, cuya construcción no estaba solamente enfocada hacia el héroe y las grandes figuras que formaban parte de una historia patricia, sino que mediante la erudición y profesionalización de la historia establecer una génesis y desarrollo de la civilización argentina más allá de sus grandes exponentes: “El historiador debe despertar en el pueblo y en la juventud, el amor al pasado y el respeto a sus instituciones y sus grandes hombres, la preocupación idealista de los orígenes y conocimiento consciente del proceso de nuestra formación, robusteciendo la personalidad espiritual y el alma de la patria”[1].“Entre nosotros una escuela ha proclamado que el sujeto de la historia argentina es el pueblo, y otra erige en tal carácter al hombre genial o a la clase dirigente. La moderna interpretación demuestra acabadamente que no se oponen entre sí estas partes integrantes de la unidad orgánica que se llama la Nación Argentina, compuesta de pueblo y de hombres representativos. El pueblo ha sido el agente colaborador de su independencia, de su organización institucional y de su grandeza espiritual y económica”[2].Lo que se destaca a partir de la construcción de este nuevo paradigma es el conceptode la historia nacional como el de un ente orgánico, “al que es preciso estudiar desde el origen para alcanzar a comprenderlo”. En razón de ello, la Historia argentina contaba con tres grandes divisiones: a) Prehistoria; b) Historia colonial, “como parte de la monarquía castellana[3]; c) Historia de la Nación Independiente. De esta forma, este grupo de hombres al que Juan Agustín García había bautizado como miembros de la Nueva Escuela histórica, influenciados por la metodología alemana, buscaban sobre todo abordar la historia nacional más allá de la revolución de mayo, y a su vez, llevar a cabo una tarea de rescate, crítica y edición de fuentes históricas que contribuyeran a conformar la verdad histórica. Esta metodología se vio necesitado de acompañar su investigación con ciencias auxiliares acordes para la reconstrucción histórica. Por ejemplo, “la antropología es la que nos suministra datos acerca de la formación de las razas humanas, desde los puntos de vista, zoológico, anatómico y fisiológico[1]; y gracias a la colaboración de ellas se puede abordar los inicios de la civilización argentina desde tiempos prehistóricos y protohistóricos, abordando por ejemplo “La serie geológica de la República Argentina en sus relaciones con la antigüedad del hombre” como analizó Joaquín Frenguelli en la Primera Parte del primer volumen de la monumental obra Historia de la Nación Argentina, al frente de la Academia Nacional de la Historia y dirigida por Ricardo Levene. La fundamentación parece radicar en la constancia de una Argentina eterna, donde todos los que habitaron alguna vez su territorio, sean los antiguos aborígenes o los colonos españoles, contribuyeron en la construcción de la civilización argentina. El objeto de estudio de la Historia tiene por fin “obedecer al profundo amor de lo propio, el vínculo sagrado con la madre tierra, que une al hombre de su nacimiento.[2]Lo que se refleja en el nuevo grupo de historiadores, es lo que había intentado realizar Rojas, es abordar la problemática de la barbarie que encarnan Rosas y los caudillos. Lo importante es que el paradigma no se basa en relación civilización- barbarie, y por ello no se obligado a mantener una posición un tanto reaccionaria para su época como la que había intentado amedrentar Rojas. A partir de eludir este dilema no se complican al querer conciliar ciertos abordajes con la historia mitrista. Evidentemente, a partir de reparar las deficiencias heurísticas de la historiografía predominante, se podría llegar a un verdadero análisis desapasionado de la época rosista. Sin embargo, se terminan contraponiendo tendencias que continúan con la polémica relativa a la primer tiranía. Emilio Ravignani, uno de los exponentes de esta nueva escuela, fue uno de los que intentó reivindicar en cierta forma el período rosista dejando de lado las pasiones. Volcado a la historia constitucional encuentra en los pactos federales los exponentes de una formación política y el reflejo del espíritu democrático de los pueblos, a diferencia de la política unitaria que significó “un mal contra la democracia”[3]; a su vez encuentra en Rosas a un Pisístrato nacional, cuya larga dictadura tiene como fin imponer la unión nacional y el federalismo. De alguna forma, significó un mal necesario y cuando las bases de la unión nacional estaban firmes luego del largo aislamiento que impuso Rosas, empezó a mostrarse inactual siendo necesario empezar la tarea de organizar la nación de la mano de Urquiza: “Rosas supo fomentar el sentimiento nacional e imponer el federalismo, (pero) le faltó la aptitud oportuna de favorecer la sanción del derecho; será uno de su misma tendencia quien lo realizará persistentemente hasta la coronación; me refiero al general Urquiza”[4]. Éste último, a diferencia de Rosas, sabrá cuando dar un paso al costado para colaborar en la acción nacional que emprenderá Mitre[5]. La polémica sobre el grado de reivindicación que se merecen los malditos u olvidados de la historia oficial intentó ser regulada por la Nueva escuela, sin embargo, al abordarla se produjo la contradicción surgida a partir de cómo resolver las antiguas antinomias con el rigor científico y la investigación erudita, sin romper con los lineamientos marcados originariamente por el mitrismo. Pasará lo mismo cuando Levene rechace el Plan Revolucionario de Operaciones atribuido a Moreno, cuyo verdadero motivo es que no encaja en la historiografía tradicional. No obstante, Levene dará una luz de alerta cuando promediando la década del treinta empezaban a proliferar historiadores declarados revisionistas que están,pese a su heterogeneidad, opuestos al proyecto de país vigente y al paradigma que lo acompañaba. Llamaremos historiador espectacular –condecorándole con el título- al que le interesan únicamente detalles de la explosión de pasiones y apetencias que existen en el pasado humano y quiere traer a la vida actual –ápices y hez de la historia- y busca al contendor y promueve la controversia con escándalo, sentenciando dogmáticamente de un modo opuesto al generalmente demostrado y admitido. “El alegato o la detracción sirve a fines sectarios y políticos y alimenta la malsana curiosidad de los menos”[1].   No obstante, y aunque parezca contradictorio, participa en la Historia de la Nación de la Historia, uno de los fundadores del revisionismo histórico, como Carlos Ibarguren que para ese entonces ya había publicado Juan Manuel de Rosas. Su vida, su drama, su tiempo. En efecto, esta figura miembro de una de las clásicas familias patricias del interior del país, era un conservador, profundamente antiliberal, que había participado del golpe militar de 1930 y había sido designado interventor en la provincia de Córdoba, se terminará encargando de los tres primeros capítulos dedicados a la figura de Rosas y su época. Seguramente se le asignó la colaboración luego de los aportes documentales que había traído su trabajo.   De todas formas, la Nueva Escuela histórica como exponente de su época, terminará siendo presa de sus contradicciones ideológicas y en base a ello se verán a miembros de ella, como Diego Luis Molinari y Corvalán Mendiharsu alineándose con el revisionismo rosista, y otros como Carbia, con el revisionismo católico; mientras que Levene se termina afirmando en uno de los nuevos custodios de la Historia Oficial[2].

[1] GONZÁLEZ, J. V. “Introducción” de LEVENE, R. Lecciones de Historia Argentina. Buenos Aires. Lajouane. 1958. 23ª edición. pp. XVII -XVIII.[1] “Prólogo de la 16ª edición de LEVENE, R. Op. Cit. p. XXXIII[2] LEVENE, R. “Prologo” en Historia de la Nación Argentina. Buenos Aires. ElAteneo. Vol. 1. p. 14. (el subrayado es mío)[3] La aclaración que realiza Rómulo Carbia en su Manual de Historia de la Civilización Argentina, pareciera un lapsus que lo obliga querer evitar cualquier confusión con el carácter neocolonial que toma la Republica en su relación con Gran Bretaña.CARBIA, R. Manual de Historia de la Civilización Argentina. Buenos Aires. Franzetti. 1917. p. 26.[1] CARBIA, R.Op. Cit. p. 23.[2] LEVENE, R. “El plan orgánico de la Historia de la Nación Argentina”. Historia de la Nación Argentina. Buenos Aires. ElAteneo. Vol. 1. [3] RAVIGNANI, E. Inferencias sobre Juan Manuel de Rosas y otros ensayos. Buenos Aires. Huarpes. p. 79.[4] RAVIGNANI, E. Op. Cit. p. 80.[5] RAVIGNANI, E. Op. Cit. p. 84.[1] LEVENE, R. “El plan orgánico de la Historia de la Nación Argentina”. Historia de la Nación Argentina. Buenos Aires. ElAteneo. Vol. 1. p. 19.[2] GALASSO, N. Op. Cit. p. 21.

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