Revista Cultura y Ocio

Hombres de sustancia

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa
Hombres de sustanciaPedro Paricio Aucejo

La orientación plena de la Orden del Carmelo hacia la oración y la contemplación de las cosas divinas, la fidelidad al Evangelio y el sometimiento a la regla primitiva constituyen algunos de los rasgos distintivos con los que, por medio de sus fundaciones conventuales, santa Teresa de Jesús emprendió su particular reforma de la Iglesia en el siglo XVI. Su impulso creador de monasterios, movido por la inmarcesible determinación de erigir nuevas casas para Dios, le llevó a emplear a fondo sus recursos disponibles a todos los niveles. De esta forma, su coraje fundacional no se redujo a las comunidades femeninas.

En este sentido, en el Libro de las Fundaciones narra su providencial encuentro en 1567 con el superior general de la Orden, P. Juan Bautista Rubeo, la consiguiente autorización de sus designios expansivos y las primeras motivaciones en su proyecto fundacional de los frailes. Con respecto a esto último, su acicate inicial provino, según explica el carmelita descalzo Salvador Ros¹, de una sensibilidad eclesial: en la visita que le hizo el misionero franciscano Alonso Maldonado, recién llegado de las Indias, le habló ´de los muchos millones de almas que allí se perdían por falta de doctrina [...]. Yo quedé tan lastimada [...] que no cabía en mí: fuime a una ermita con hartas lágrimas; clamaba a nuestro Señor, suplicándole diese medio cómo yo pudiese algo...; me dijo: Espera un poco, hija, y verás grandes cosas'.

Este fue el detonante que desató el natural espíritu apostólico de la Santa. Y así lo supo ver el P. Rubeo, quien el 10 de agosto de 1567 autorizó a la Madre Teresa para que 'se pueda hacer y tomar algunas casas de religiosos frailes de nuestra Orden, y en ellas se ejerciten en decir misas, rezar y cantar los oficios divinos, dar obra en horas convenientes a las oraciones, meditaciones y otros ejercicios espirituales, en manera que se llamen y sean casas y monasterios de los Carmelitas contemplativos y también que ayuden a los prójimos quien [cuando] se le ofreciere'.

En 1578, diez años después de los comienzos masculinos en Duruelo, la monja abulense se jactaba ante don Juan Suárez, provincial de los jesuitas, de tener ya 'más de doscientos descalzos, y entre ellos personas bastantes para nuestra pobre manera de proceder'. Lo mismo expresó a otro jesuita amigo, don Antonio Mauricio Pazos: 'cuán de veras estos descalzos y descalzas sirven a nuestro Señor, que yo digo a vuestra merced se consolase de entender con la perfección que van. Hay nueve casas de descalzos y muchos buenos sujetos en ellas'.

Las primeras ofertas de frailes procedieron de dos carmelitas conventuales de Medina del Campo, el prior P. Antonio de Jesús Heredia y el joven fray Juan de Santo Matía. La presentación del proyecto que hizo la Santa al primero de ellos 'muy en secreto' fue solo 'para ver qué [le] aconsejaba'. En cambio, al segundo le declaró abiertamente su propósito. Lo que la religiosa castellana quería no era el rigor medieval de la cartuja, sino la moderación de un estilo de vida más humanista en el que los frailes fuesen también letrados y predicadores. Por eso, mientras al P. Antonio le dijo que se fuera ejercitando por su cuenta en las cosas que había de prometer, 'del Padre fray Juan de la Cruz ninguna prueba había menester', encargándose ella personalmente de su iniciación en el estilo teresiano de vida.

En 1575 Teresa de Jesús conoció también al P. Jerónimo Gracián, en quien desde el primer momento vio que poseía las capacidades ideales para su Reforma: 'no me ha parecido que se deje de hacer memoria de quien tanto bien ha hecho a esta renovación de la Regla primera'. Fue 'hombre de muchas letras y entendimiento y modestia, acompañado de grandes virtudes toda su vida [espíritu apostólico, suavidad, capacidad de comunicación, dotes de gobierno...], que parece nuestra Señora le escogió para bien de esta orden primitiva'.

En 1578 profesó el P. Nicolás Doria, a quien la Santa describe como 'cuerdo y de buen consejo y siervo de Dios [...], es hombre de sustancia y muy humilde y penitente y puesto en la verdad, que sabe ganar las voluntades [...]. Hombre de mucha perfección y discreción [...]. Ha hecho mucho por la Orden [...] .Y así es de los que yo amo mucho en el Señor y tengo en mucho de esta Orden'.

Sin necesidad de recurrir a más casos de los citados anteriormente, la mera descripción de los juicios emitidos por Teresa de Jesús, a la hora de valorar las cualidades personales de estos frailes, evidencia cuáles eran sus prioridades estimativas con respecto a los descalzos. Por ello, aunque la Fundadora no desarrollara pormenorizadamente el perfil concreto de rasgos peculiares que debían tener sus carmelitas reformados, de todo lo expuesto se puede deducir -con Salvador Ros²- que la Santa quería, en términos generales, que sus frailes fuesen personas de oración, virtuosas, de buen entendimiento, con formación cultural y con capacidad fraterna para vivir comunitariamente la experiencia de Dios.

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¹Cf. ROS GARCÍA, Salvador, "Perfil del carmelita descalzo según santa Teresa", en Revista de Espiritualidad, Madrid, Carmelitas Descalzos de la Provincia Ibérica ´Santa Teresa de Jesús´ (España), 2019, vol. 78, núm. 312, pp. 423-450.

²Op. cit., pp. 449-450.


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