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Hotel Iris - Yōko Ogawa

Publicado el 22 junio 2017 por Rusta @RustaDevoradora

Hotel Iris - Yōko OgawaEdición:Funambulista, 2017 (trad. Juan Francisco González Sánchez)Páginas:256ISBN:9788494616457Precio:16,00 €
Yōko Ogawa (Okayama, 1962), autora del éxito internacional La fórmula preferida del profesor (2003), es, junto con Hiromi Kawakami (Tokio, 1958), una de las voces más importantes de la narrativa japonesa contemporánea. Ha ganado premios de prestigio en su país, como el Akutagawa y el Tanizaki, y cuenta asimismo con el reconocimiento más allá de sus fronteras, como prueban sus tres nominaciones al Independent Foreign Fiction Prize o sus numerosas traducciones. Escritora prolífica, desde su debut, en 1988, ha publicado más de treinta libros; Hotel Iris (1996), editado en 2002 por Ediciones B y recuperado este año por Funambulista, se cuenta entre sus primeras obras y muchos la consideran su novela más oscura. No es de extrañar: esta historia, que comienza como un ingenuo relato de iniciación en el paraje apacible de una localidad costera, se convierte en un juego erótico tétrico, violento y fatal.Nos habla Mari, una joven de diecisiete años que trabaja en el Hotel Iris, regentado por su madre. En apariencia es una chica sencilla que atiende a los clientes con buena disposición, pero, como suele suceder, bajo esa imagen suave se esconde una persona herida, atrapada en las redes de su progenitora. Después de la muerte del padre y los abuelos, se quedaron solas; la relación entre madre e hija se enturbió, viciada por la costumbre y ensombrecida por las pérdidas, hasta desembocar en una relación en la que escasean las muestras de afecto y la distancia aumenta a medida que la joven se hace mayor. La madre, una mujer estricta y fría, sin más ocupaciones que su hija, el hotel y unas ocasionales clases de baile, somete sin contemplaciones a la muchacha. Se añade, además, la escasez de recursos, pues Mari tuvo que dejar los estudios en contra de su voluntad para ayudar en el hotel. Una madre controladora y una situación precaria: la protagonista tiene motivos para necesitar una vía de escape. El cabello de Mari, que la madre peina con auténtica obsesión, es el símbolo más claro de la dominación materna. Hasta que llegue el día en el que deje de peinárselo...El punto de inflexión lo marca un escándalo en el hotel: una prostituta sale de la habitación soltando improperios, indignada con su cliente. Este señor, un hombre viudo y solitario, «entre el final de la madurez y el inicio de la vejez» (p. 13), traba amistad, de forma clandestina, con Mari, a quien la escena con la prostituta había llamado poderosamente la atención. La narradora nunca llega a ponerle nombre; es tan solo «el traductor», porque le dice que esa es su ocupación. No obstante, dista mucho de sentirse satisfecho con su vida: solo le encargan traducciones de guías y prospectos, trabajos menores, aunque lo que de verdad le apasiona es traducir novelas, a lo que dedica su tiempo libre. Haciendo un poco de metaliteratura, le cuenta que está traduciendo una novela protagonizada por una tal Marie, una chica seducida por su profesor de equitación, con lo que traza un paralelismo con su historia con Mari. El traductor, por si fuera poco, tiene mala fama en la zona. No parece la compañía idónea para una jovencita, pero Mari empieza a salir con él como un acto de rebeldía.Mari y el traductor: personajes desdichados, introvertidos, acomplejados, tímidos. Ella, por la tiranía materna que le frena el futuro; él, por el infortunio que lo ancla en el pasado. Dos etapas vitales distintas que contra todo pronóstico se entienden por sus mutuas debilidades. Entablan una relación que dista mucho de ser tierna: Mari, a escondidas de su madre, hace lo inimaginable, pone en práctica todo lo que va en contra del decoro y los valores que le ha inculcado. La paradoja es que, en el fondo, con su rebeldía no está haciendo otra cosa que repetir lo aprendido: se limita a obedecer órdenes, a mantener ese rol de sumisión que se inició en el hogar, solo que con un señor desconocido al que las prostitutas insultan. El perfil psicológico de Mari está muy bien concebido: una «buena niña», que, en su incapacidad para tomar las riendas de su vida, para ponerse en marcha, se deja someter por todos, hasta hacer de esta sumisión una vía de escape, un extraño placer que se mezcla con el terror.

Hotel Iris - Yōko Ogawa

Yōko Ogawa

El final, un tanto apresurado, es sombrío, grotesco, angustioso; se pasa de la relativa quietud inicial a un viaje sin frenos hacia el abismo, aunque, eso sí, en medio se cruza también un personaje con el que Mari descubre que el afecto sin perversión es posible. Ogawa lleva lo que parecía el enésimo coming-of-age a un juego brutal de dominación y sumisión, con un desenlace descarnado y cruel, rozando lo morboso. Con un estilo ágil, pulcro y preciso, la autora demuestra sus dotes para construir una trama de líneas sencillas pero con unos interesantes conflictos subyacentes, que la enriquecen por los matices «incómodos» de los personajes. Utiliza, además, un simbolismo sutil: aparte del pelo, están los sueños, los peces devueltos a la orilla como mal augurio y el hecho de transcurrir en pleno verano, la época por excelencia de la pérdida de inocencia. A pesar de ese último episodio, precipitado y excesivo, Hotel Iris es, en fin, una buena novela.

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