Hotel Transylvania

Hotel Transylvania aporta poco a la temática vamp, tan redituable para la industria televisiva y cinematográfica de los Estados Unidos, y a la práctica de cuestionar la asignación de roles entre el Bien y el Mal. A lo sumo, la nueva propuesta de Sony Pictures Animation consigue adaptar la figura del Conde Drácula para que también seduzca a los más chicos: el ejercicio innovador consiste entonces en ridiculizar a este personaje según los parámetros de la industria del entretenimiento infantil.

Por lo demás, el largometraje que dirigió Genndy Tartakovsky reedita el clásico conflicto de la difícil convivencia entre seres humanos y criaturas supranaturales. También la historia de un amor imposible que, como en la ultra exprimida Crepúsculo, apuesta a la reconciliación de ambas especies.

La dicotomía “monstruos buenos versus hombres villanos” remite indefectiblemente a -y termina perdiendo con- Monsters Inc. La película que Disney y Pixar realizaron más de una década atrás sentó un precedente insuperable en este sentido: además de invertir roles (los humanos somos las verdaderas fuentes de peligro y contaminación), alteró las dimensiones de la vigilia (normalidad; realidad) y de la actividad onírica (fantasía; pesadillas).

El film de Peter Docter fue todavía más allá: se atrevió a explicar la supuesta maldad de los monstruos en tanto trabajo imprescindible para satisfacer la demanda energética de toda una sociedad. Gajes del progreso insensible.

Hotel Transylvania, en cambio, evita meterse en honduras. Prefiere navegar aguas seguras, embarcada en la remanida fábula del padre sobreprotector que es capaz de mentir con tal de que la hija (en general suele ser una hija y no un hijo) desista de abandonar el nido. Nobleza obliga, el perfil obsesivo y controlador le sienta bien a esta caricatura de Drácula, que contrasta con el espíritu décontracté (por momentos naïf) de Frankestein, el lobo, Pie Grande, el hombre invisible (cuya presencia sorprende en esta lista) y fantasmas, esqueletos, brujas, criaturas deformes, zombies varios.

Al espectador adulto le causarán más gracia algunos sketches y coreografías a cargo de personajes secundarios que aquéllos pensados para el lucimiento de los protagonistas. Si hasta la ocurrencia de Adam Sandler convertido en el Conde Vlad sorprende poco a quienes lo recordamos disfrazado del mítico colmilludo en Yo los declaro marido y… Larry, comedia ¿gay friendly? con Kevin James, que nuestras salas porteñas estrenaron cinco años atrás.