Revista Psicología

How different from each another can the first and second stages of Wittgenstein's thought be?

Por Bernardo Pino Rojas
El aporte filosófico de Wittgenstein se suele dividir en al menos dos períodos. Según esta división, el pensador Austríaco habría defendido, y luego abandonado, la intuición de que las estructuras del lenguaje y del pensamiento están determinadas por la estructura lógica de los hechos del mundo. De acuerdo a esto último, aquello que fija el significado tanto de los conceptos como de las palabras que manipulamos, cuando hablamos o pensamos, es la proyección de la estructura de los hechos del mundo en el pensamiento. Lo que garantiza esta proyección es la estructura lógica que comparten lo representado y su representación. De aquí la idea de que el pensamiento como figura lógica equivale a una imagen de la realidad o de los hechos del mundo, y de que, por una relación de determinación del mismo tipo, la estructura del pensamiento podría mapearse, a su vez, sobre la estructura del lenguaje. Luego, lo que podemos proferir está determinado por la forma de lo que podemos pensar, y lo que podemos pensar está determinado por la forma que tienen los hechos del mundo. Esto equivale a decir que el sentido de lo que decimos se deriva del sentido de las figuras lógicas del pensamiento en tanto éstas sean el resultado de una proyección directa desde el mundo tal como es. El Tractatus asume esta posible verdad metafísica, y la ilustra en la forma de una paradoja, con el fin de hacer ostensible el límite del sentido, o de las proyecciones señaladas. Como se ha explicado en otra oportunidad, la paradoja surge cuando a través del lenguaje se pretende representar no sólo el pensamiento y los hechos del mundo, sino también aquella forma lógica que constituye, precisamente, la condición de posibilidad o de existencia tanto de la representación como de lo representado. 
Por su parte, la división del pensamiento de Wittgenstein señalada al inicio presupone el abandono de esta posición filosófica, y la adopción de otra que sería fundamentalmente incompatible con la primera. El entendimiento tradicional de esta nueva visión, reflejadas póstumamente a las ideas publicadas en Investigaciones Filosóficas, se funda en que el significado de lo que proferimos no está determinado por algún contenido intencional que se pueda individuar en términos intrínsecos, sino más bien con respecto a los usos contingentes que le damos a nuestras palabras en contextos de usos determinados. En este sentido, no serviría tratar de buscar alguna propiedad esencial del significado, porque el significado de algo sólo tiene validez dentro de los límites del “juego de lenguaje” en el que ocurre. Al hablar de juegos de lenguaje se hace alusión al hecho de que los usos que determinan el significado de lo que decimos, aún cuando resultan convencionales por depender del “juego” que se trate, no son arbitrarios porque las reglas de cada juego están constreñidas por formas de vida que trascienden el alcance temporal del juego y de sus jugadores. Nuestro lenguaje tiene significado en virtud de lo que podemos hacer con él en una variedad de juegos de lenguaje o maneras de hablar propiciadas y aprendidas a partir de formas de vida en las que se sitúan. Estas formas de vida constituyen un trasfondo cultural de los juegos de lenguaje, y estos usos que hacemos del lenguaje corresponden a una de las diversas actividades prácticas que caracterizan a esta o aquella forma de vida. Una implicancia del hecho de que el significado dependa de los usos prácticos que le damos a nuestras palabras sería la negación de algún posible lenguaje privado. 
A partir de la supuesta división señalada, uno podría hacer hincapié en lo poco convincente que resulta el hecho de que el significado de un símbolo material pueda estar anclado al uso que se hace de él. Si, por ejemplo, una misma palabra (en tanto ‘nombre’) puede entrar en más de un juego de lenguaje, entonces puede ser el caso de que esa palabra signifique cosas muy parecidas o muy distintas, dependiendo de lo parecidos o distintos que sea algún conjunto de usos a los que se somete la palabra en cada juego. Del mismo modo, podría ser el caso que distintas palabras se sometan a usos muy parecidos en juegos de lenguaje distintos, determinándose un significado muy parecido para palabras distintas. El punto es que, incluso concediendo el argumento de que los juegos de lenguaje deben entenderse en términos de una constelación de juegos que habitualmente se traslapan entre sí, no es incorrecto exigir algún tipo de justificación con respecto al conjunto de usos que determinaría los significados parecidos vinculados a las palabras en cuestión. Inevitablemente, surge el mismo problema “esencialista” que la supuesta visión alternativa asociada a la segunda etapa de Wittgenstein pretendería evitar. Una teoría semántica basada en los usos prácticos de cada palabra debería responder, por ejemplo, preguntas acerca de qué propiedad compartida tienen, o pueden tener, dos o más ‘conjuntos de usos’ para fijar o distinguir significados. Del mismo modo, dicha teoría debiera dar cuenta de la posibilidad de que una palabra nunca vuelva a significar exactamente lo mismo, dada la variabilidad material de las condiciones de posibilidad de los usos prácticos. Y si a eso se respondiera que en realidad se trata de “plantillas de uso”, entonces sólo se confirmaría la circularidad del argumento, puesto que lo mismo puede impugnársele a un grupo de usos o a un conjunto de plantillas. 
En consideración a todo lo comentado hasta este punto, no parece impreciso sostener, por lo tanto, que la división plateada acerca del pensamiento de Wittgenstein resulta ser menos obvia si se examina con respecto al problema central que, probablemente, obsesionaba al filósofo. Ese problema está sólidamente demostrado en el Tractatus, y tiene que ver con la imposibilidad de dilucidar lo más importante del problema del significado. Me parece que ambos Wittgensteins tienen más en común de lo que uno puede creer a simple vista, incluso a la luz de de los hallazgos empíricos actuales a los que ciertos filósofos y cientisitas cognitivos aluden para resaltar para el mérito de un filósofo capaz de superar su propia filosofía. Hay varios elementos que parecieran entrar en conflicto si se acepta la supuesta división, pero algo no parece diluirse: lo más importante de cada caso, aquello que el filósofo no puede individuar, simplemente no se puede articular.
 Esa última afirmación - vale la pena aclarar - no equivale a decir que aquello que no podemos dilucidar no existe. Un argumento que concluye que algo no existe, a partir de nuestra incapacidad de explicarlo, es falaz (como su inversa). En cambio, paradojas puede haber más que una. La paradoja del Tractatus consiste en tratar de decir y pensar algo que en realidad es impensable e inefable. La que subyace a las Investigaciones Filosóficas puede ser otra versión de lo mismo: tratar de pensar que el mundo es como lo imaginamos, aunque en realidad el mundo es como es.
Bernardo Pino R.Magíster en Estudios CognitivosUniversidad de Chile http://urbanguyb.blogspot.com/

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