Revista Cine

Hustoniana (II): Las raíces del cielo. La aventura, contra todo.

Publicado el 09 marzo 2013 por Esbilla

Publicada originalmente en Cinearchivo:

 http://www.cinearchivo.com/site/Fichas

Especial John Huston (I) 

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John Wilson, trasunto de John Huston dice en Cazador blanco, corazón negro  que matar a un elefante no es un crimen, es un pecado. Y él quiere cometerlo. La película de Estwood se basaba en las experiencias y obsesiones de Huston, novelizadas por Peter Viertel, en torno a este pecado, lo cual le llevó a embarcarse en la producción y filmación de La Reina de África en escenarios naturales solo como excusa para poder matar a ese elefante totémico.

Siete años después Huston dedicó una película a pedir perdón. A expiar y regenerarse. Las raíces del cielo es un acto de contrición tan exuberante, viril y desmesurado como el pecado original que le dio origen. No es de extrañar que los tres personajes principales arrastren heridas emocionales de la 2ª GM, experiencias con el horror y el fracaso personal para las cuales buscan redención protegiendo a los elefantes, unas bestias poderosas que en cambio resultan perfectamente apacibles. La conservación de los animales simboliza la asunción de la incapacidad de

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proteger a los hombres los unos de los otros: ya que no podemos evitar destruir procuremos no destruir lo que nos rodea.

A partir de una novela de Romain Gary situada en el África colonizada por los franceses Huston se encarna en Morel, un conservacionista que ante la indiferencia y la burla de las autoridades decide convertirse en ecoterrorista avant la lettre acompañada de un grupo de outsiders y excéntrico como él mismo, sin medir las consecuencias ni importarle si está siendo manipulado o no.

Como muchos héroes hustonianos Morel toma primero la determinación y luego ya se verá como resuelve el resto. Lo importante es la acción y para asumirla hay que ser capaz de negar hasta la imposibilidad de ganar. Las raíces del cielo vuelve a ser un canto a los desclasados, a los individualistas, a los que se atreven aunque fracasen. De hacerlo hay que hacerlo a conciencia, dice siempre Huston.

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Curiosamente la película coincide en el tiempo con la también ecologista y forajida Muerte en los pantanos, una de las obra más arrebatadoras de Nicholas Ray sobre la lucha de un naturalista por conservar la fauna de los pantanos de Florida; superior a esta pero hermanada en múltiples aspectos la película de Ray supone un condensado sensualista y arrebatado de los héroes propios del cineasta pese a haber sido un proyecto conflictivo por la presencia invasiva de su guionista y productor Bud Schulberg.

Las raíces del cielo tiene mala prensa, es un hecho. Es de esas películas que no les gustan ni a quienes las hicieron. “Una de las películas más desafortunadas que he rodado”, decía Huston. Hasta le pidió perdón a su productor Darryl F. Zanuck, aunque este le replicó que no se quedara con todo el mérito, después de todo él le había dado permiso para hacer cualquier cosas que hiciese.

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Lo cierto es que antes y después de 1958 John Huston filmó películas más desafortunadas que esta, algunas con diferencia. Tampoco se trata de reivindicarla como una pieza mayor, ni mucho menos, pero si merece una revisitación. Entre otras cosas porque las obras raras, desequilibradas y excéntricas adquieren una pátina distinguida con el tiempo: la de los bellos errores, la de los estrepitosos fracasos.

El tiempo le ha concedido la conversión en objeto raro, de colección por así decirlo. No por su brillantez y perfección, sino pro lo contrario: su naturaleza defectuosa, equivocada, fallida. Casi todo en Las raíces del cielo es extraño, empezando por un reparto heterodoxo que alista lo mismo a la cantante francesa Juliette Greco que al Errol Flynn terminal y más heminghwayano que nunca como ex-militar alcoholizado que intenta así ahogar sus demonios y junto a ellos secundarios trotamundos como Herbert Lom o figuras singulares como Orson Welles; y protagonizando una elección tan poco obvia y comercial como Trevor Howard, sustituto de última hora de William Holden.

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Las raíces del cielo es una película incongruente. Ni grave, ni ligera, ni asumiendo por completo su propia extravagancia, ni involucrándose hasta la locura en su discurso. Su héroe queda desdibujado, pese al gran carisma de Howard, y solo al final se hace entendible, casi a la fuerza de unas poderosas imágenes de cierre, su aura mítica. Quizás porque la intención era contrastar el carácter mundano del personaje con la carga de leyenda que las circunstancias le obligan a llevar. Además Huston no es capaz de explicarse en imágenes, aunque logre algunas de gran belleza y poder, teniendo que recurrir al diálogo explicativo que matice la psicología y decisiones de los personajes e incluso explicite la trama, de por si trompicada.
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El tono oscila también entre el humor y el pesimismo, la crítica acre y la demagogia barata con personajes de trazo tan grueso como el cínico buscavidas Habibi o el fotógrafo norteamericano interpretado por un exaltado Eddie Albert, cuya presentación tomando fotografías como un loco del avión con el cual acaba de estrellarse prefigura ese extraño bufón que Dennis Hopper interpretaría en Apocalipsis Now.

A veces la película parece la versión crepuscular de la futura Hatari, con la cual comparte exaltación de la masculinidad, camaradería frente a todo y sentido de la aventura, pero que a su vez ejercen la una como contrafigura de la otra: lo que la de Huston tiene de pesimismo y derrota lo tiene Hawks de vitalismo y euforia.

Pero si en Hatari domina la comedia y el humor como forma natural del expresarse en La raíces del cielo los recursos cómicos resultan extraños, por soeces a veces y por extemporáneos otras, revelando lo difícil que es ese equilibrio tonal entre opuestos que tan bien manejaban los viejos maestros del cine USA. Aunque hay que reconocer que el hecho de que todo el engranaje de la historia comience por un tiro en el culo, el que recibe de parte de Morel el campanudo periodista estrella norteamericano interpretado por un breve pero genial Orson Welles si encuentra correspondencia con la visión hustoniana de la humanidad.

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