Revista Cultura y Ocio

I ‘ve got you under my skin – @Macon_inMotion

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Era una mala idea. El comisario no paraba de repetirse esa frase en su cabeza mientras le cogía una copa de champán a un camarero que pasó a su lado con una bandeja repleta. El jardín estaba lleno de caras conocidas de diferentes esferas de la oligarquía local y la alta sociedad. Lo que él llamaba despectivamente “gente guapa”. Había recibido la invitación hacía tres días de manos de un “empleado” de Santamaría, el anfitrión de la fiesta, un tipo con infinidad de negocios sucios relacionados con la prostitución entre otras cosas. Era curioso que la invitación hubiera llegado un día después de haber encontrado muerto en un burdel a otro de los “empleados” del anfitrión. Todo apuntaba a un asesinato, posiblemente porque el hombre estuviese intentando traicionar de alguna manera a Santamaría, puesto que le habían asesinado en uno de los burdeles que este controlaba. En uno de los bolsillos del pantalón habían encontrado un pedacito de papel en el que se leía “Sinatra = caos”. Era demasiado enigmático y al comisario no le gustaban los enigmas.
La temperatura era agradable en el jardín y la gente se relacionaba entre si al ritmo del alcohol y la música que sonaba a través de unos altavoces situados junto a las farolas de apariencia rococó. Además, entre la gente y vestidos impecablemente de negro, varios hombres matones, o como a Santamaría les gustaba llamarlos, “empleados”, vigilaban que no sucediera nada inesperado.
—Está usted muy serio, comisario —dijo una voz a su espalda. Cuando el comisario se giró, vio acercarse sonriendo al hijo del anfitrión, un delincuente con ínfulas de mafioso al que había detenido un par de veces por hurto.
El comisario levantó la copa de champán a modo de saludo y el hombre correspondió burlón mientras empezaba a hablar con algún empresario al que el comisario no conocía.
A su lado, un chico joven y bastante atlético aunque con pinta de imbécil le tiraba los tejos descaradamente a una señora de unos sesenta años, dueña de una de las joyerías más grandes de la comarca, que reía de forma vulgar al tiempo que le tocaba los voluminosos bíceps al muchacho. La cara del joven le resultaba familiar y el comisario sonrió por primera vez desde que había llegado al lugar al reconocer en el chico a un concursante de un reality show. Algo relacionado con elegir pareja entre una serie de pretendientes o tronistas, como los llamaban en la jerga del programa. Pura telebasura.
El comisario dio un sorbo al champán buscando entre aquella jet set decadente al propio Santamaría pero no le vio. No estaba allí y era extraño teniendo en cuenta lo mucho que le gustaba codearse con ese tipo de gente, máxime siendo él el anfitrión del sarao. Sin embargo no fue eso lo más extraño que vio. Mirando por entre la gente, vio como el hijo de de este abandonaba el lugar subiendo unas escaleras de mármol en dirección a la mansión. El comisario comenzó a sentirse más incómodo aún allí. Se palpó el pecho en un gesto automático buscando su pistola para tranquilizarse pero se acordó de que había decidido ir sin americana debido al calor y que su pistolera estaba en el tobillo de su pierna derecha. Se agachó fingiendo atarse un zapato y en ese instante una ensaladera repleta de ponche estallaba en mil pedazos por encima de su cabeza. Los matones de Santamaría habían empezado a disparar coordinadamente y al unísono, formando una auténtica masacre entre la gente que se encontraba allí. El comisario se escurrió debajo de una de las mesas pensando a toda velocidad cómo iba a salir de allí, si es que podía. Lo que estaba sucediendo no era casualidad: primero el hijo se marchaba oportunamente y después todos abrían fuego como habiendo recibido una señal.
Maldijo su cerebro por haber resuelto el enigma demasiado tarde, hacía unos instantes habían empezado a sonar por los altavoces los primeros acordes de “I’ve got you under my skin”.

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