Revista Opinión

Imagen y palabra

Publicado el 24 febrero 2020 por Jcromero

Cuando tenemos dificultades para expresarnos recurrimos a tópicos, latiguillos y frases hechas por pereza o porque nos resulte engorroso activar el cerebro. "Una imagen vale más que mil palabras", es una de tantas que repetimos sin pensar. Es cierto que la imagen, por su poder simbólico, ha sido y es utilizada con fines comerciales, informativos, propagandísticos o religiosos. Es cierto también que tiene un impacto inmediato y que facilita la comprensión; que con ella podemos entender la magnitud de una tragedia o admirar la belleza de un paisaje. Sin embargo, para esa comprensión o admiración, ¿la imagen se basta por sí sola?

Las nuevas tecnologías y las redes sociales facilitan la comunicación a través gifs, fotografías, emoticonos, emojis, dibujos o vídeos. Las usamos para comunicar que estamos en casa o de viaje, solos o acompañados, para menospreciar o ensalzar a personajes públicos o para trasladar, a quien se preste, nuestra posición con respecto a temas de la actualidad familiar, social, cultural, política o deportiva. Dicho lo cual, ¿cualquier imagen vale más que la palabra?

Hay quien sostiene que la palabra favorece la comprensión, mientras que la imagen activa las emociones; que estamos pasando del cocimiento a través de la palabra oral o escrita, al culto de la imagen. Los discursos políticos, por ejemplo, no se realizan para contrastar opiniones o tratar de convencer, sino que buscan proyectar una imagen laudatoria con la intención de atraer o fidelizar el voto hacia una candidatura. Tal vez por ello, la política actual se sustenta más en la imagen y en la emotividad que en las ideas o en los conceptos. Aún así, ¿la imagen vale más que la palabra? Si la respuesta fuera afirmativa, habría que concluir que avanzamos hacia una sociedad que ignora el valor de la palabra.

Hagamos un ejercicio. Elijamos una imagen que nos resulte sugerente por su belleza, por la información que transmite, por su ternura o por cualquier otro motivo. Supongamos, por un instante, que es posible olvidarnos de todas las palabras que conocemos. Al quedarnos sin palabras y contemplar la imagen elegida, ¿qué sucedería? Cabe suponer que al carecer de palabras, no podríamos interiorizar la imagen elegida. Constataríamos entonces que, por sí misma, la imagen carece de significación. Sin embargo, al recuperar el vocabulario aparcado, esa misma imagen activa nuestra capacidad de pensamiento y la imagen se llena de significado.

Pero la imagen y la palabra no son sistemas de comunicación antagónicos; al contrario, se complementan y enriquecen. Es cierto que la imagen tiene un poder inmediato de seducción, que la palabra es imprescindible para pensar y que la imagen no puede sustituir a la herramienta del diálogo y el razonamiento. La palabra es tan poderosa que cuando nos falta vocabulario recurrimos a ejemplos, frases hechas, latiguillos o comparaciones. La palabra, en definitiva, es un instrumento que nos permite pensar y razonar. Pero hay que estar en alerta porque también puede ser utilizada para el engaño, la demagogia y la manipulación.

Sí, estamos en la era de la imagen y siempre resultará un recurso interesante recurrir a un vídeo para convencer de la utilidad de un artefacto o de la perversidad de los manipuladores. Pero siempre será necesario tener en cuenta que por encima de la primera impresión que nos produzca lo visual está la palabra que conduce al pensamiento que, en definitiva, es lo que nos hace personas.


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