Revista Historia

In media res.

Por Nesbana

Escribo in media res, en medio de la acción, sin acabar aún El palacio de la luna, novela de Paul Auster publicada en 1989. Este escritor estadounidense me sirve ocasionalmente para darme un baño de fantasía y saborear otras vidas posibles. Sus historias, excelentemente narradas, vienen a ser píldoras de sosiego; entremezclando aventuras, búsquedas y periplos de diferentes personajes te introducen en una espiral de referencias placenteras. En este caso es Marco Fogg, un buscador en los Estados Unidos de la primera mitad del siglo XX, que enlaza mágicamente con otras novelas como El libro de las ilusiones. Conocí a Auster en mayo de 2009, cuando leí La trilogía de Nueva York, una triple novela poco común sobre un escritor de literatura policiaca. El volumen en cuestión se encuentra ya fatigado: siete años de estantería y algún préstamo han deslucido su portada, han doblado sus puntas y han manoseado sus páginas. Ha posado valientemente junto a Bukowski y Nabokov sin ceder a sus presiones. Se merece un lugar de honor en la estantería.

blakelock

Marco Fogg no es, en realidad, más que una excusa para contar historias, como la de Effing, un anciano maniático postrado en una silla de ruedas que emprende los últimos días de su vida organizando un extraño programa de lecturas y rutinas para el joven que le cuida. La pintura de Blakelock, Luz de luna, obra del lejano oeste, sirve como fondo para dar nombre a la novela y ubicar en esos lugares las aventuras del entonces perdido y valiente Effing. “Mira el cuadro. Mírelo por lo menos durante una hora, haciendo caso omiso de todo lo demás que haya en la sala. Concéntrese. Mírelo desde diferentes distancias, desde tres metros, desde medio metro, desde tres centímetros. (…) Cierre los ojos y prueba a recordarlos. Vuelve a abrirlos. Vea si puede empezar a entrar en el paisaje que tiene ante sí”. La noción de vida que transmite Effing es todo un aprendizaje de juventud para Fogg: le obliga a contemplar este cuadro después de un largo viaje con los ojos cerrados, a memorizar sus detalles y a introducirse en la escena; a pasear relatando al viejo ciego todos los detalles de las nubes y del devenir y el cambio de los objetos mundanos; a repartir dinero a todos los personajes anónimos que pueblan Nueva York, sabiéndose al final de su vida; o a leer las necrológicas de los periódicos durante semanas para preparar una propia. Una lección de vida. Una enseñanza para saborear los últimos estertores de su existencia que, sin duda, servirán para el resto de la historia que pronto acabaré.

De repente, justo en el momento de la muerte del viejo llaman al timbre, aparato desgastado que no permite comunicarse con el interlocutor. Unos segundos después sé de qué se trata: el último pedido literario que hice, esta vez más académico y menos dedicado a la fruición de la novela. La elección de las obras que leo es toda una aventura, a veces creo que disfruto más eligiendo que leyendo. Doy tumbos de página en página, leo referencias, reseñas, comentarios, relleno listas interminables de pendientes que nunca puedo seguir –y, desde luego, tampoco obedezco– para escoger lo primero que me aparece como deseable en ese momento. Hace años que abandoné la pretensión de la lectura sistemática: confieso que lo intenté, animado por aquellas palabras del genial Ignatius Reilly en La conjura de los necios: “Entonces, debes iniciar inmediatamente un programa de lectura, para que puedas llegar a comprender la crisis de nuestra época. Empezaremos con los últimos romanos, incluido Boecio, claro. Luego, profundizaremos extensamente en la Alta Edad Media. Podrás dejar a un lado el Renacimiento y la Ilustración. Todo es más que nada propaganda peligrosa. Ahora que lo pienso, será mejor que te saltes también a los románticos y a los victorianos. En cuanto al período contemporáneo, deberías estudiar algunos cómics seleccionados. Te recomiendo especialmente Batman, porque tiende a trascender la sociedad abismal en que se encuentra. Su moral es bastante rigurosa, además. Le respeto muchísimo.” Pronto desistí y me entregué a la anárquica sensación de escoger libremente. Así pues, llegan mis dos nuevas adquisiciones: un estudio sobre Marx, hecho por un comunista recientemente fallecido, y uno sobre ETA, de un joven historiador actual. Los intereses del oficio. Lentamente, me permito acabar antes con la muerte de Effing y procedo al ritual que me deleita: acaricio el lomo, observo la portada –esta vez no fatigada–, lo comparo con el viejo ejemplar de la biblioteca que manejé hace años, leo la contraportada y la solapa, me identifico como poseedor de tales objetos –con un lápiz, a falta de un buen sello a modo de exlibris–, anoto la fecha y el lugar de adquisición y les busco un lugar provisional en la estantería, esta vez lejos de Auster. Pienso por cuál empezaré primero y vuelvo a la acción abandonada in media res.


In media res.

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Revistas