Revista Cultura y Ocio

Independencia, 30

Publicado el 09 noviembre 2016 por Mda
Independencia, 30

Vetusta Blues. -

Independencia, 30”


Uno acaba su trabajo y regresa a casa, cansado pero, a la vez, con la conciencia de no ser un parado. El trabajo puede ser duro, puede ser alienante, pero camino de casa de mi madre, para ver cómo está y con la conciencia y el amor de hijo que querría que fuera centenaria, ahora que los ochenta y pico la abocan al cansancio y la enfermedad, uno ve los cartones sobre los seres humanos que ya no creen en un mañana en las esquinas ocultas de la plaza de los Ferroviarios y respira, y se siente en este mundo para bien o para mal.
Antes, claro, hay que atravesar el semáforo de la calle Independencia número 30. Y ahí empieza la bofetada, la pelea diaria del ámbar, la batalla contra la falta de respeto de los conductores, el peligro constante de que a la mitad del cruce un vehículo no respete el amarillo con un peatón dentro, que se la fume directamente, tan sólo por pasar al próximo -ni cien metros, oiga- semáforo que estará en rojo.
Atento, siempre estoy atento. Y siempre trato de mirar a quien está al volante. No puedo decir lo mismo de los conductores. Regresaba tras una ardua jornada de trabajo y sucedió. Esta vez ya me puse en el límite, involuntariamente, claro. Acostumbrado como estoy a verlos pasar en cuanto llega el ámbar en la calle Independencia número 30, no la vi, con su utilitario, tratando de llegar al próximo rojo, veinte metros más allá, gran triunfo, enorme avance que supone poner una vida en peligro. Pudo frenar, al menos, justo delante de unas piernas que pensé se quebrarían. El corazón a dos mil por hora. Me volví y golpeé con fuerza el capó varias veces, muchas veces. Y grité mientras contemplaba el rostro de esa sociedad del silencio, amoral, sin alma, como un zombi. Ni disculpas ni nada. Aferrada a su volante, la mujer miraba al vacío mientras yo golpeaba el capó de su coche. Tras ella, los espectadores de la historia contemplaban con indiferencia la escena.
En Francia se han eliminado los ámbar en los semáforos. Cada día -y son varias veces- que me veo obligado a cruzar en la calle Independencia número 30 siento que también en nuestra ciudad, en nuestro país, deberían ser eliminados. Creados como un aviso para frenar, lo que suponen es un estímulo para acelerar, un grave peligro para los peatones. Una posibilidad abierta de que haya nuevas víctimas inocentes.
MANOLO D. ABADPublicado en el diario "El Comercio" el 9 de noviembre de 2016

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