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"Indigno de ser humano", Osamu Dazai (1948)

Publicado el 25 agosto 2010 por Joaquinvarela
Algunas veces, desafortunadamente pocas, uno tiene la suerte de cara en esa lotería de comprarse un libro a la buena de Dios, sin recomendación alguna y topándose con él en la mesa de novedades de una librería.
Ayuda sin duda a que el resultado sea bueno esta hornada de nuevas editoriales pequeñas (Sajalín es ésta, pero también me valen Impedimenta, Funambulista y hasta al consagrada Acantilado) que tienen a bien llevar la condición de editores con decencia, y traer al castellano obras injustamente olvidadas.
Benditos sean, porque me gusta mucho la literatura japonesa, pero como soy lector inconstante y nada académico lo mismo me leo los desbarres de Ryu Murakami que me olvido de Kawabata. Así que desconocía la existencia de este hombre, a pesar de que al parecer esta obra es de culto en Japón.
El hombre es Osamu Dazai y también tiene una vida para contar, pero lo dejamos para otro día. Les digo sólo que acabó como tantos de allá, un joven suicida.
Tal vez esa vida atormentada fué el germen de estos cuadernos que forman "indigno de ser humano": la ruta de la autodestrucción  progresiva narrada desde dentro y con una fuerza literaria perturbadora: sin estridencias y describiendo, con esa oriental calma, su rumbo al abismo.
En sus poco más de cien páginas hay mucha literatura con mayúscula. No es muy frecuente que incluya textos en los comentarios (además este no especialmente significativo del contenido), pero no quería que lo perdiesen cosas como esta:


A la orilla del mar, tan cerca que podría parecer que allí mismo rompían las olas, crecía una hilera de más de veinte enormes cerezos silvestres de tono negruzco. Cada abril, cuando comenzaba el curso, los cerezos abrían sus espléndidas flores, junto con las hojas nuevas de color verde pardo y apariencia húmeda, que se recortaban contra el azul del mar. Después caían los pétalos como una tormenta de nieve, se esparcían sobre el agua, se quedaban flotando como pálidas incrustaciones de nácar y volvían a la arena...

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