Revista Cine

Infame (TC 33 & MM 77)

Publicado el 22 marzo 2013 por Josep2010

Douglas McGrath ya apareció en este sitio hace un tiempo cuando muy justamente se le apreció en su calidad de guionista de una muy buena película de Woody Allen y eso confiere un marchamo de calidad, una garantía, para entendernos.
Seguramente la experiencia vivida con Allen rindió sus buenos dividendos tanto en los contactos como en la forma de McGrath de encarar lo que ya fueron sus propias obras y vamos a atenernos a una película que reúne en su sustancia diversas condiciones que la hacen única: en primer lugar, el hecho que McGrath se ocupó de dirigirla mientras en otra parte del mismo país otro estaba dirigiendo una película basada en idéntico material digamos que "histórico" ya que ambas se inspiran en torno a lo que sucedió cuando Truman Capote se ocupó de su famosa novela A sangre fría. El lunes ya nos ocupamos de la película que fue exhibida en primer lugar y, como ya apunté, hoy vamos a ocuparnos de la que fue exhibida una temporada más tarde.
¿Alguien se acuerda de la lapidaria frase "nunca segundas partes fueron buenas"? Bueno, pues no es cierta del todo.
McGrath se apoya en la biografía escrita por George Plimpton para escribir un guión desacostumbradamente brillante, pulido en extremo y lleno de diálogos ricos y frases inteligentes que ayudan no poco a remarcar ciertas diferencias que al guionista y director le interesa mostrar en una obra malentendida no tan sólo por la desidia con que fue exhibida en su momento sino porque lógicamente el espectador no sintió ningún interés en ver, al cabo de un año, la misma temática en pantalla grande.
Sin embargo McGrath -que como hemos dicho realizó el rodaje de forma coetánea- desde un primer momento sienta las bases de una mirada bastante diferente, más rica psicológicamente, más profunda y por ende, muchísimo más interesante. Y lo demuestra efectivamente ya desde los magníficos títulos de crédito que encadena con un número musical significativo un INICIO que merece ser visto con tranquilidad: desde el juego de palabras que convierte la frase "soy famoso" (I Famous) a "infame" (InFamous) abarcando un espectro de ciento ochenta grados en la consideración popular e íntima, hasta el cuidado con que se muestran los detalles de una "soirée" disfrutando de ricos cócteles y combinados, ellas hermosamente aderezadas y ellos elegantes, con el punto de favor de una mesa y dos sillas que aparecen de repente en la primera fila para disfrutar de una artista que, dueña de la escena, de repente deja en el limbo las famosas letras y notas del genial Cole Porter, suspendiendo el ánimo de la concurrencia, ofreciendo su dolor amatorio propio y remontando el vuelo en alas de la melodía superando gracias al arte la pena íntima, para satisfacción del respetable, cifrado en un Truman Capote pendiente de todos los detalles, simbiótico sentimentalmente pero sin descuidar el afable saludo: ¡Hey!
Infame (TC 33 & MM 77)Ya el título elegido por McGrath es significativo: Infamous (2006) se traduce al castellano como Infame, mal que el estúpido de turno volviera a meter su pezuña para dejarlo en nuestras pantallas con el risible título de Historia de un crimen, entre otras cosas porque ni el crimen ni su historia ocupan más que un lugar meramente lateral, casi anecdótico, de la trama que sustenta un metraje cercano a las dos horas que pasan en un suspiro porque McGrath se preocupa de que todo encaje a la perfección y que todos los colaboradores de la película rindan al cien por cien en su especialidad.
McGrath aprovecha los recursos biográficos que le brinda el texto de Plimpton que conoció muy de cerca los ambientes que relata en los selectos círculos sociales de la Nueva York de los sesenta del siglo pasado cuando la ciudad ya descollaba en su condición de lugar propicio a las empresas culturales de toda índole, Plimpton fue entre otras cosas editor de la revista The Paris Review y el extrovertido y un punto exhibicionista Truman Capote pertenecía, como quien dice, a todos los círculos del momento, ya desde su condición de guionista de cine, de escritor de fama o de homosexual combativo en una época en la que la frase "haz el amor y no la guerra" jamás estuvo diseñada pensando en el colectivo homosexual.
Plimpton lo tuvo bastante fácil porque conocía a casi todos y recabar más que sus opiniones, sus sentimientos y recuerdos acerca de Capote permite a McGrath con muy buen tino recrear la compleja personalidad de Truman no únicamente por lo que hizo y escribió sino por cómo sus actos incidieron en la vida de las gentes que trató.
McGrath debe ser un seductor innato porque consigue que sus secundarios ejerzan su talento interpretativo con todo su vigor otorgando una verosimilitud excepcional a unos caracteres ciertos, auténticos, de gentes que lo mismo eran únicamente ricas esposas o viudas que brillantes mujeres de éxito bien ganado con su esfuerzo e inteligencia como la Diana Vreeland que incorpora de forma absolutamente deliciosa la británica Juliet Stevenson, como se puede comprobar en este vídeo
Del talento de McGrath a la hora de dirigir los actores no debe haber ninguna duda a poco que uno se acuerde de los detalles que se le han ofrecido: por ejemplo: cuando Capote va por la calle con su amigo Jack y llegan a su casa, Jack, antes de introducirse en el portal da una media vuelta significativamente destinada a comprobar que nadie les ha visto entrar juntos; Jack, como nos ha contado Diana, es homosexual como venganza por haber sido "corneado" por su esposa mientras estaba en la guerra de Corea. Ese detalle indica claramente que McGrath está ojo avizor, enriqueciendo la psicología de sus personajes secundarios.
Lo mismo ocurre con el enorme trabajo realizado por una sorprendente Sandra Bullock que consigue adoptar un lenguaje corporal muy expresivo, una contrafigura del protagonista con el que le une una relación de profunda amistad mantenida desde la infancia, seguramente porque ambos eran igualmente brillantes intelectualmente y raros en sus apetencias amistosas, una verdadera casualidad que Nelle Harper Lee y Truman Capote se hicieran íntimos desde párvulos y ambos acabaran sus respectivas carreras cercenadas por sendos grandes triunfos. Harper Lee será la que se avenga a acompañar a Capote en su viaje a la américa profunda representada en los llanos parajes de Kansas con destino a una hacienda, cabe el pueblo de Holcomb, con todos sus habitantes horrorizados por la masacre que finiquitó a cuatro convecinos.
Ya en la llegada a Holcomb, un simple apeadero en medio de la nada, representa una ruptura vital para Capote aunque él todavía no lo sabe: como ya nos anticipaba la cantante interpretada por Gwyneth Paltrow en ese magnífico cameo, de repente aparece algo como un dolor interno, profundo. El choque entre Capote vestido de forma extravagante para cualquier mentalidad de la época y mucho más si uno se aleja del mar y las costumbres de Holcomb parece que va a convertirse en un muro infranqueable pero la pasión por el cine y una vez más la curiosidad y el cotilleo, lugares comunes donde Capote ejerce su maestría, facilitarán las complicidades necesarias con el detective Dewey, sólidamente interpretado por Jeff Daniels que se encuentra con otro carácter secundario provisto no tan sólo de diálogos interesantes sino también de silencios expresivos.
Hay en la película de McGrath tres partes bien diferenciadas que tienen su desarrollo perfectamente delimitado y que se entrecruzan momentáneamente coincidiendo en el tiempo pero casi nunca en el lugar: las relaciones de Capote con sus amigas de Nueva York se complementan con lapsus puntuales en que los conocidos del protagonista, al parecer explicándose en un único plató televisivo con una única silla; las vivencias de Capote y Harper Lee entre los villanos de Holcomb al poco de producirse el múltiple asesinato y la relación que Capote iniciará y desarrollará con uno de los criminales, Perry Smith, interpretado por Daniel Craig con una fuerza y convicción tales que automáticamente debo reconocer mi error de apreciación al verlo en el truño de Skyfall. El señor Craig tiene una estupenda voz y sabe usarla a conciencia y seguramente McGrath le hizo un montón de sugerencias para exprimir a fondo todo su arte porque consigue transmitir la dualidad terrible de asesino y hombre sensible que Capote intuyó, descubrió y desarrolló en su novela.
McGrath se cuida muchísimo de todos los aspectos de su película basándose en la excelente fotografía de Bruno Delbonnel que sabe iluminar los exteriores de forma dramática en los grandes espacios y los interiores del presidio con tonos oscuros depresivos y con delicadeza siempre y buen foco para poder percibir el excelente trabajo que realiza Ruth Meyers como diseñadora y modista, todo un alarde pletórico de significados, como, por ejemplo, la estudiada sencillez del vestuario de Harper Lee y las locuras de Capote que llega a presentarse ante un atónito Dewey tocado con un enorme sombrero y calzando botas puntiagudas de media caña como aproximándose al estereotipo funcional.
Todo para equilibrar el peso de la función porque McGrath sabe perfectamente que ha provisto de inagotable munición a un tirador perfecto: el británico Toby Jones con sus escasos 165 centimetros se erige en gigante robando escenas por doquier, dominando la escena, sea cual sea, porque tiene dos condiciones imbatibles: un personaje muy bien escrito y descrito y un talento apropiado para aprovechar hasta el más pequeño detalle.
La interpretación que Toby Jones realiza es de manual y uno podría decir que, mientras en la otra película Hoffman "hace de" Capote, en Infamous nosotros, espectadores, "vemos" a Capote en una de sus infrecuentes actuaciones en el cine o en una de sus más frecuentes apariciones en la televisión, porque Toby Jones se mimetiza hasta confundirse con el personaje incluyendo el especial tono de voz, sin perder la inteligibilidad y haciendo exhibición del poder irónico y autoparódico que el propio Capote usaba, lo que resulta muy fácil de comprobar acudiendo a youtube.
McGrath tiene la virtud de mantener el foco en todo momento en su protagonista sin llegar a cansar ni agotar el personaje: hay una escena de fuerza plástica irreprochable que puede servir de ejemplo: Capote y Harper Lee están interrogando a un vecino de los asesinados: están los tres frente a la casa, en un exterior iluminado por el sol en ocaso y el vecino está entre ambos, los tres en pie: el aldeano se expresa pausada y claramente en un discurso contenido y emocional y en todo su largo parlamento, respetado por los investigadores urbanitas, ni por un momento deja de mirar a Harper Lee quedando patente el rechazo que Capote produce en los conservadores y atávicos habitantes de Holcomb: con esa negación, ese ninguneo evidente, McGrath refuerza el carácter del protagonista y su situación social alterada por el viaje lejos de la gran ciudad. Nos ofrece información indirectamente, apelando a nuestra inteligencia de espectadores avisados, consiguiendo hacernos cómplices.
Sin embargo la empatía no es un objetivo para McGrath, como seguramente tampoco lo es para Plimpton: diríase que la finalidad de la película es mostrarse aséptica e inmune a los encantos que pudiera tener el personaje de Capote y presentarlo con sus virtudes y defectos, sus ambigüedades y sus ambivalencias, su desprendimiento y su egoísmo, su cariño por Perry y su soterrado deseo de que los criminales sean ajusticiados para que ¡al fin! su libro pueda ser publicado. La maestría de McGrath consiste en comportarse como los clásicos y presentar sin ambages los claroscuros de su personaje que puede resultar entrañable y odioso logrando hacer comprensible la dolorosa situación anímica que permanece en el artista que escribe obteniendo la fama gracias a las desgracias ajenas y la muerte de un ser que ha podido ser apreciado y quizás sinceramente querido, alguien que con el tiempo llega a considerarse amigo y que con esta canción expresa su DESPEDIDA
En definitiva, una película que hay que ver dichosamente en versión original porque el trabajo de todo el elenco es sobresaliente, una gozada para los sentidos del aficionado que a cada visionado observa un nuevo detalle enriquecedor de la psicología de los personajes, dotados, como se ha expresado, de un guión inteligente forjado a base de diálogos ricos en fuerza, dramáticos o ligeros según corresponda a la acción, con momentos memorables rodados con eficacia, sencillez y economía visual, elementos todos ellos de una caligrafía cinematográfica en todo momento adecuada a la trama; absolutamente imperdible para el cinéfilo que no la haya disfrutado todavía y para revisar quien no la haya paladeado en su obligada versión original.

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