Revista Cine

Infancia clandestina

Publicado el 09 octubre 2012 por Diezmartinez

Infancia Clandestina
Es inevitable. Me refiero al hecho que los años de la dictadura militar argentina han producido una serie más o menos afortunada de representaciones/reflexiones/exploraciones cinematográficas sobre la época, las víctimas y los victimarios. Dentro de este ciclo de filmes hay una variante que se ha desarrollado, previsiblemente, en la última década: la que corresponde a la mirada infantil de ese periodo, sea porque la cinta está ubicada en el pasado y todo lo vemos desde la perspectiva del infante/adolescente (Kamchatka/Piñeyro/2002, vista en Guadalajara cuando todavía era Muestra y no Festival; las mucho más recientes Te Extraño/Hofman/2010 y El Premio/Markovicth/2011), sea porque la cinta está ubicada en el presente y el adulto de hoy todavía está tratando de ordenar sus recuerdos infantiles (el notable documental Los Rubios/Carri/2003). A la primera categoría corresponde Infancia Clandestina (Argentina-Brasil-España, 2011), segundo largometraje -aunque primero de ficción- del bonaerense Benjamín Ávila, quien debutara con el documental no visto por mí Nietos (Identidad y Memoria) (2004) que, por lo que he leído, se trata de una suerte de ensayo -en más de un sentido- de lo que sería Infancia Clandestina, la película que la academia argentina ha enviado a competir por el Oscar 2013.  Estamos en Argentina, en 1975. Después de que sobreviven milagrosamente a un violento ataque paramilitar, los militantes peronistas Horacio y Cristina (César Troncoso y Natalia Oreiro) huyen hacia Cuba con todo y su chamaquito llamado Juan, quien recuerda estos traumáticos momentos como si fuera un cómic (salido del artista plástico Andy Riva, por cierto). Después de cuatro años, la familia regresa al Cono Sur pero ahora los papás de Juan son Montoneros, vienen por "la Contraofensiva" y ya no se llaman Horacio y Cristina, sino Daniel y Charo. El mismo Juan (Teo Gutiérrez Romero), de doce años y con un acento cubano que a veces lo traiciona, ya no se llama Juan "por Perón", sino Ernesto "por el Che". Horacio/Daniel y Cristina/Charo viven en la casa del hermano de él, Beto (Ernesto Alteiro), quien con su negocio de cacahuate enchocolatado, tiene el pretexto perfecto para ir de ahí para allá, llevando/ocultando gente, armas, dinero, sin llamar demasiado la atención.  Escrita por el propio director en colaboración con Marcelo Müller, la historia de Infancia Clandestina es, por supuesto, la personalísima visión de esos años vividos por el cineasta -Ávila nació en 1972 y su mamá, Sara E. Zermoglio, desapareció el 13 de octubre de 1979, como se nos informa en la secuencia de créditos finales-, pero desde una perspectiva oblicuamente politizada. Como la visión que privilegia Ávila es la de su alter-ego infantil, estamos ante una puesta en imágenes que no titubea en sumergirse en el impresionismo, sea a través de la fotografía preciosista (cámara de Ivan Gierasinchuk), del universo onírico/simbólico (la escena en la que Juan/Ernesto sueña con su tío) o de la sustitución de la trágica realidad por la estilizada del cómic. La política está ahí, omnipresente, en la vida de Juan/Ernesto, en las acaloradas discusiones de los papás con la abuela Amalita (Cristina Banegas), en los reclamos de pureza revolucionaria que el cuadrado Horacio/Daniel le hace a su hedonista y desmadroso hermano Beto, en las juntas clandestinas que se suceden en su casa, con juramentos emocionados y canciones revolucionarias incluidas. De todo esto es testigo Juan/Ernesto, aunque la mera verdad, lo que a él le interesa es cierta bella esquiva llamada María (Violeta Palukas), una compañerita gimnasta de no malos bigotes con la que bailará su primera pieza de cachetito. Infancia Clandestina es, pues, una historia más de crecimiento infantil, de ese periodo en el que un niño descubre que sus papás pueden ser duros y autoritarios, en el que el primer amor es igual a ilusión convertida en decepción, en el que se da cuenta de la presencia invencible de la muerte, en el que se toma conciencia de lo que es y puede ser, recuperando nombre e identidad ("Soy Juan"). Sí, Infancia Clandestina es un melodrama de crecimiento infantil, pero no es uno más del montón. La emocionada/emocionante realización de Ávila y sus benditos desafueros impresionistas, salvan a esta cinta del olvido.


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