No recuerdo cuando fue la primera vez, tal vez porque después fueron tantas, pero tantas. Probablemente un familiar, después de una cena aburrida para sacar conversación durante el café, pregunto como si nada: ¿Y ustedes para cuando?
O fue una amiga que no veía hace mucho e intentando ponerse al día con las novedades, lo dijo: ¿Y ustedes para cuando?
O una vecina indiscreta, o alguien en el trabajo: ¿Y ustedes para cuando?
Al principio me quedaba muda, helada, paralizada, con los ojos desorbitados, como si me hubieran preguntado cuando había hecho el amor por última vez, o si había ido de cuerpo o si tenía un amante. Así, tan indiscreta, me sonaba la pregunta.
¿Y a vos que te importa?, me daban ganas de contestar. O yo te pregunto a vos cuando tu hijo va ha dejar de hacerse pis encima… No, muy agresivo.
Pero la vergüenza era tanta que me impedía largar la bronca de un mejor modo. Por eso mejor me callaba. No contestaba, cambiaba de tema y cuando me quedaba sola, lloraba y pensaba: Y nosotros, ¿para cuando?
Era eso lo que tanto me molestaba, que yo misma no podía parar de hacerme esa pregunta y no podía encontrar una respuesta o una explicación.
Con el tiempo me acostumbre un poco y empecé a contestar inventando excusas: que primero la casa, que mi carrera, que ese viaje que tantas ganas tenemos de hacer; que el tiempo para la pareja…
Pero eso no calmaba a los inquietos interrogadores, era peor, porque se ponían a argumentar para convencerme de que ya era hora, o más bien que empezaba a ser un poco tarde.
Que ya tenés 30, que ya 33, que cumpliste 34.
Lastima que yo pensaba lo mismo. El tiempo corría desenfrenado y mi angustia era cada vez mayor. Por eso, lo último que quería era que otro me lo recordara.
Me preguntaba: ¿Pensaran que no me doy cuenta? ¿Qué no me importa? ¿Por qué insisten?
Un día me cansé.
Ellos volvieron a la carga: ¿Y ustedes para cuando?
Conteste: Lo estamos intentando hace mucho, pero tenemos problemas. Punto.
Se acabo, no mas preguntas.
No fue tan difícil, es mas fue casi un alivio.
Ya lo saben.
Ya no preguntan.
Ya no hablan más del tema.
Recién entonces pude empezar a hablar yo, a contar a quien quería y a quien creía capaz de escuchar, entender y callar.
Porque en nuestro caso no hay mucho que decirnos, pero si mucho para escuchar y tratar de comprender.
Nota original: concebir.org.ar
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