Revista Cultura y Ocio

Inhumación o incineración

Por Cayetano
Inhumación o incineración
Rescato una vieja entrada mía, pues de los que la comentaron en su día, hoy solo se mantiene como seguidora de este blog La Dame Masquée. El resto desapareció del mundo bloguero. Una lástima para todos. Cosas del tiempo.
A lo largo de la historia, los diferentes pueblos, bien por tradición, bien por higiene, bien por cuestiones religiosas, se han decantado por un sistema u otro para dar un destino a los restos de sus difuntos. En el Paleolítico superior, paralelamente al despertar de los rituales religiosos, tienen lugar las primeras cremaciones de la historia. Entre los antiguos egipcios estaban muy extendidos la momificación, los sarcófagos y los enterramientos en mastabas, hipogeos y pirámides o directamente en fosas, envuelto el cadáver en un sudario y en posición fetal, si eras un ciudadano corrientito. En Mesopotamia la incineración era un ritual muy extendido: el gran rey asirio Asurbanipal fue incinerado. Entre los griegos había partidarios de la inhumación y otros de la cremación, esto último sobre todo cuando había guerra: era más higiénico quemar los cuerpos. Se evitaban infecciones y olores. Aquiles, cuando el asedio de Troya, mandó incinerar el cadáver de Patroclo, muerto a manos de Héctor. Entre los romanos eran corrientes las Necrópolis y los Columbarios con sus urnas funerarias para cenizas. Entre los pueblos nórdicos, celtas y wikingos también era costumbre el uso de la pira funeraria. Judíos y cristianos se han decantado tradicionalmente por los enterramientos. Entre los cristianos, los protestantes fueron los que comenzaron a incinerar sus cadáveres y más tempranamente que los católicos, siempre más reacios. Hasta la década de los 60 estaba prohibida la cremación entre los católicos. Fue Pablo VI el que dio ese paso. Hasta la fecha, quemar un cuerpo estaba reservado por la Inquisición para castigar a los herejes. Hasta tal punto que la Iglesia mandó desenterrar el cadáver del hereje John Wyclif, quien negó la doctrina de la transubstanciación, para quemarlo. ¡Hay que tener narices! Entre los musulmanes el ritual es el de inhumación: se lava el cadáver y se le amortaja con una tela o sudario, enterrándolo orientado a la Meca y colocado sobre el costado derecho depositado directamente en la tierra. Es necesario que el difunto esté en contacto real con la tierra.
Si viajamos a latinoamérica, una canción popular ecuatoriana, refiriéndose al enterramiento inca, nos dice
  "Yo quiero que a mí me entierren como a mis antepasados: en el vientre oscuro y fresco de una vasija de barro".
¿Qué hacer con los restos de uno cuando ya no sirvan ni para hacer caldo?
Lo tengo muy claro: la incineración.
Razones:
1.- La cremación es más barata y así mis hijos -o quién sea- no tendrán que pagar una fosa en el cementerio ni se verán obligados a visitar mi tumba cada equis tiempo, etc.
2.- Una vez incinerado, ya no podrá utilizar mi cuerpo nadie, ni el Doctor Frankenstein, ni los alumnos de medicina podrán rajarme con el bisturí, ni podrá nadie profanar mi tumba, ni tendré que comparecer ante el tribunal de Jehová o el de Osiris para que me juzguen.
3.- Es más limpio e higiénico el sistema de la incineración. Una vez que te queman ya no hueles a muerto ni te comen los gusanos. ¡Vaya final más guarro y triste el que te devoren unos bichos inmundos! No quiero ese final para mí. Como dice Javier Krahe en una memorable canción:
"Pero dejadme que yo prefiera la hoguera, la hoguera, la hoguera.  La hoguera tiene qué sé yo  que sólo lo tiene la hoguera."

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