Revista Opinión

Inmigrantes de ida y vuelta

Publicado el 05 febrero 2014 por Rgalmazan @RGAlmazan

Vengo desde un país subsahariano, cientos de kilómetros a través del desierto, días y días de caminata. He dejado mi país porque allí no hay ningún futuro y la gente muere de hambre. Mi familia se ha quedado esperando que la salve y pueda rescatarla y llevarla también al País de las Maravillas: Europa.

El hambre y la guerra de mi país me ha hecho abandonarlo. A la fuerza. He perdido a mi familia, a mis amigos, a mis vecinos, pero no había otro remedio. Se trata de salvar lo más importante: mi vida, y quizá la de los míos.

Finalmente llego a Marruecos y me acerca a la frontera de Melilla. He llegado con unos cuantos compañeros que, al igual que yo, no tenían otra salida. Saben que en Europa no atan los perros con longaniza pero hay una luz, una pequeña luz que es nuestra única esperanza. Finalmente alcanzo la primera etapa, donde están las vallas que me separan de la ciudad que ya es Europa.

Inmigrantes Melilla

Estoy cansado, han sido muchos días, cansado y hambriento. Tengo sed y estoy sucio, pero estoy a pocos metros de mi Futuro y si lo consigo habrá valido la pena. Solo que necesito descansar, y que no me vean, porque si me descubren todo habrá sido inútil, o quizá peor que antes, ya me han contado cómo se las gasta la policía marroquí. Lo de descansar es necesario, porque sin fuerzas es imposible subirse a esas vallas metálicas de seis metros que son la salvación.

Todos de acuerdo, somos unos treinta y hemos decidido, después de tratar de reponer fuerzas durante dos días, que esta noche hemos de trepar y saltar la valla juntos, sabemos que es peligroso, los del otro lado, esos a quienes envidiamos, nos lo han puesto difícil. No nos quieren. Son muchos los guardias de ambas partes que vigilan y que pasan por allí, y además han puesto cuchillas en las vallas, cuchillas que cortan. Pero no tenemos nada que perder y la esperanza bien puede valer un poco de dolor y sangre.

Aprovechando la oscuridad, hemos iniciado el ataque contra esas miserables vallas. No veíamos guardias, y era el momento. La luna apenas alumbraba. Mejor imposible. Y sí, hemos trepado y sorteado –sólo algunos pequeños cortes— esas miserables cuchillas. Ya estamos en lo alto de la última de las vallas que nos separan de nuestro futuro, y es ahí cuando empiezan a encenderse focos y a sonar sirenas, escuchamos ladrar a perros, pero estamos al otro lado, sólo hay que saltar. Caigo sabiendo que estoy en la tierra deseada, pero seis metros son muchos y parece que me he roto el tobillo. ¡Qué dolor!

En un minuto estoy rodeado de guardias que apenas me miran y que me arrastran hasta un coche donde, sin consideración, me empujan dentro y de mala manera. Me duele el pie y tengo sangre en las manos, pero da igual. Afortunadamente estoy en el otro lado, aquí tengo esperanzas de que mi situación se regularice o al menos que se consienta y pueda vivir.

Pero, ¿qué hacen? No me llevan a la ciudad, al centro de internamiento, han rodeado la valla y me están bajando, a punta de fusil, para hacerme entrar por una puerta que me lleva otra vez a Marruecos. ¡No puede ser! Todo para nada. Otra vez en el lado oscuro. ¿Por qué?

NOTA ACLARATORIA DE KABILA:

El Ministro del Interior admite –sin que se le caiga la cara de vergüenza— que, de forma esporádica, se están expulsando ilegalmente a algunos inmigrantes (como pueden comprobar ‘un buen hombre’: católico del Opus). Se está actuando de forma ilegal y sin embargo ahí queda. Esta es la prueba. Y no pasa nada. ¿Cuánto tiene que pagar España a Marruecos para que les admita a los inmigrantes de esta manera? ¿Por qué Interior puede actuar ilegalmente, incumpliendo la ley, con toda impunidad? ¿Será porque actúa contra los débiles que nada pueden reclamar? ¿Quién vigila al vigilante? ¿Habría que poner cuchillas en la puerta del despacho del insensible Ministro?

Salud y República


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