Revista Política

Inmigrantes: los estados europeos no los quieren, pero su sociedad los necesita

Publicado el 11 mayo 2016 por Ntutumu Fernando Ntutumu Sanchis @ntutumu

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Son muchos los mitos en torno a la inmigración pese a la ingente cantidad de argumentos a favor de una mayor apertura de fronteras: ya sea por cuestiones de necesidad demográfica, para cubrir el déficit del mercado laboral y las necesidades de crecimiento, ya sea por tradición o por el imprescindible intercambio cultural para el progreso de una región en múltiples dimensiones. Aquí comento algunas de las aportaciones del experto en migraciones y presidente de la Global Migration Policy Associates Patrick Taran (ver documento en unesco.org).

Según Taran, la aparente crisis de refugiados no es tal puesto que «la llegada de refugiados y migrantes es una característica permanente de la historia europea».  Además, a diferencia de lo que determinados sectores de las sociedades europeas (todavía no hay una única sociedad europea) pretenden hacer creer, la llegada de estos no solo no resulta perjudicial para Europa sino que es imprescindible para el sostenimiento social y económico del continente. «La inmigración –dice Taran– tiende a expandir el empleo y crear puestos de trabajo, reducir los índices de criminalidad, revitalizar los barrios y expandir la producción nacional y el crecimiento». En las próximas líneas trataré de comentar algunas de sus críticas y recomendaciones como experto.

Europa debería estar acostumbrada. Aunque sea cierto que los prolongados conflictos de Siria, Irak o Afganistán entre otros han provocado un incremento en los desplazamientos de personas hacia Europa, este experto considera que hay que poner estas cifras en contexto y tener en cuenta que éste no es un fenómeno nuevo. De hecho, según él las llegadas a países europeos han estado por encima de los 3 millones durante la última década, de los cuales dos tercios procedían de países extracomunitarios frente a un tercio de desplazamientos en el interior de la Unión.

Es un fenómeno nada extraordinario, aunque nadie pueda negar su impacto. Taran reconoce el enorme desafío que ha supuesto este elevado número de llegadas producido en los últimos años, pero señala que la carga ha sido soportada principalmente por las ciudades. En este sentido, cabe señalar lo paradójico que resulta que las ciudades, las más “perjudicadas” por el actual incremento, hayan sido, junto con las regiones, las que mayor insistencia han tenido a la hora de demanda el aumento de los cupos de acogida (éstas han secundado ampliamente la ya superada fase de Welcome Refugees, como señalé en un artículo publicado en Infolibre). Además, el presidente de la asociación critica el poco apoyo que generalmente han recibido por parte de sus respectivos estados ya que han sido estos los que mayores reticencias han mostrado frente a la llegada de personas procedentes del exterior de la Fortaleza Europea.

El auge de los movimientos políticos y sociales de carácter xenófobo, así como de los populismos, son algunos de los desafíos que las ciudades europeas afrontan en el contexto de recorte (austeridad) de los presupuestos públicos. Sin embargo, Taran hace un llamamiento a una mirada más positiva: como buenos desafíos, estos se pueden transformar en oportunidades para convertir las ciudades europeas en ciudades vibrantes. Son, según éste, un gran terreno para la experimentación. «Cuando triunfen, el resultado puede ser una economía fuerte y vibrantes “cosmópolis”, cuando fracasen, el resultado puede ser la pobreza, la segregación y la tensión social». En mi opinión, son más los ejemplos de fracaso como París y sus banlieu que de triunfo. ¿Será Londres y su nuevo alcalde Sadik Khan un caso de triunfo? Habrá que esperar, pues el caso de París –uno de claro fracaso de gestión de la multiculturalidad– también cuenta con una alcaldesa que no destaca por ser de sangre francesa.

Según una encuesta de la Coalición de Ciudades Europeas contra el Racismo (ECCAR por sus siglas en inglés), la mayoría de las ciudades informaron de entre un 16 y un 40% de extranjeros residentes en ellas, llegando incluso al 50% (Viena, Rotterdam) o el 55% (Luxemburgo). El extranjero, el Otro, no está por llegar, sino que ya está aquí. La solución no será –considero– cerrar fronteras, sino abrirlas, flexibilizar mentalidades y profundizar en el estudio de gestión de la multiculturalidad. No habrá un modelo de gestión perfecto, pero en la lucha contra el terrorismo, el progreso social, político, económico y cultural de Europa o la paz social, será fundamental que los europeos y europeas aprendan a convivir consigo mismos y con el resto. Europa no está sola en la Tierra, ni lo estará. Con la creación de la UE, Europa pareció aprender a convivir en sus fronteras; ahora ha de demostrar que sabe tratar con dignidad al resto y, para ello, las ciudades –no lo Estados– y la sociedad civil serán fundamentales (como demuestran las conclusiones de Taran). ¿No es acaso llamativo que sea la sociedad civil mediante los movimientos de voluntarios/as y las ciudades a través de mecanismos de gestión de la solidaridad sean los que mayores y más genuinos esfuerzos estén haciendo por amortiguar el dolor en la frontera este de Europa?

Las llegadas de personas no nacidas en un territorio, puesto que han sido culturizadas en un ambiente –en ocasiones– radicalmente diferente, suponen un desafío para la gestión de “la normalidad” social. Todo contacto entre elementos diferentes lo supone. Además, la gestión urbanística –según Taran– o de servicios, aunque sea sencillamente por los necesarios tiempos de reacción, suponen retos importantes. Retos no solamente para la gestión de las ciudades, sino para el propio respeto de la dignidad de las personas. Los territorios de acogida deben  propiciar las condiciones necesarias para el pleno desarrollo de las personas migrantes. «Como plenos ciudadanos» – señala. Combatir las discriminaciones, evitar la marginación social, el relegamiento a guetos y, entre otras dolencias sociales, la doble discriminación ejercida sobre la mujer (como migrante y como mujer).

Por último pero no menos importante, el informe afirma que «la inmigración será crucial para el sostenimiento del mundo del trabajo durante el siglo 21». Los trabajadores extranjeros comprenden en torno al 10-15% de la fuerza de trabajo en los países europeos, siendo esta proporción mucho mayor en algunas ciudades donde el efecto provocado ha sido el de rejuvenecimiento de la fuerza laboral. En este sentido –informa el artículo–, la fuerza laboral está en grave declive en la la mayoría de países (incluidos los europeos), ya que ningún país es capaz de formar en la gran variedad de habilidades y técnicas para las complejas tareas de la industria contemporánea. La llegada de extranjeros, complementos para “nuestros” mercados laborales, es necesaria. Y tanto es así que, según el Mackneize Global Institute, el déficit de trabajadores formados será de 85 millones en 2020, y los empleadores ya se quejan actualmente de que uno de cada tres vacantes no puede ser cubierta por falta de las habilidades necesarias en la fuerza laboral existente. Por tanto, si Europa sufre un déficit demográfico, sumado a un déficit del mercado laboral, ¿cuál es la respuesta lógica, el cierre de fronteras o la apertura y apuesta por la formación? La respuesta es clara.

Al fin y al cabo, ¿qué estadounidense o terráqueo despreciaría lo que un descendiente de inmigrantes como Steve Jobs hizo por la humanidad…?


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