Revista Cultura y Ocio

Inocencia interrumpida

Publicado el 08 septiembre 2014 por Benjamín Recacha García @brecacha

Viñeta JR Mora

¿Tenéis hijos? Si la respuesta es afirmativa pensad en un domingo cualquiera. Ir de excursión, a la playa, a comer a algún pueblo pintoresco, de visita a alguna ciudad, al zoo, al cine, a un parque de atracciones, a ver un partido de fútbol, de basket o a practicar deporte… La lista de opciones es larguísima, tanto como creatividad tenga la familia en cuestión.

Como buenos padres que sois, queréis lo mejor para vuestros hijos, que se diviertan tanto como sea posible y si además aprenden algo de provecho, día redondo. Estoy seguro de que en Estados Unidos el sentimiento de los progenitores hacia sus hijos es el mismo que, por ejemplo, en España. Desgraciadamente, en todas partes hay tarados que actúan de forma muy distinta, pero el post de hoy no va sobre abusos a menores ni maltrato infantil.

En Estados Unidos la larga lista de opciones de ocio familiar incluye una muy particular. Aquí a la comida en una hamburguesería le sucede una sesión de cine, una partida de minigolf o, simplemente, una visita al parque. Allí también, pero tan normal como eso es llevar a tu hija de nueve años a practicar la puntería con un rifle automático. Al ladito de la misma hamburguesería disponen de campo de tiro con instructor profesional incluido, que pone en manos de inocentes criaturas armas letales cargadas con munición real. Tan real como que un centenar de niños estadounidenses mueren anualmente víctimas de accidentes con armas de fuego.

Vale, la inmensa mayoría no son tiroteados en centros de ocio como Bullets & Burgers, en Arizona, donde hace unos días una niña de nueve años mató a su instructor de tiro al perder el control del subfusil automático con el que practicaba puntería mientras sus orgullosos y amantísimos padres grababan la escena.

Un par de días antes había escrito un artículo en el que expresaba en voz alta la ingenua idea de que poner fin a la fabricación de armas constituiría el primer paso para llevar a cabo una verdadera revolución humana a escala planetaria. Pero la realidad es tozuda. No son únicamente las guerras, los fanatismos terroristas, el crimen organizado, las mafias y los dirigentes políticos y empresariales sin escrúpulos, no. La semilla de la violencia está instalada en el corazón de la democracia más admirada del mundo occidental. El derecho a poseer armas y a exhibirlas en público está consagrado por la Constitución de EEUU y firmemente arraigado en la sociedad.

Que un centenar de niños mueran fortuitamente cada año, según denuncia la organización Everytown for Gun Safety, al considerar un juguete la pistola que se encuentran en el coche o en el salón de su casa, hay que enmarcarlo en la inevitabilidad de los accidentes domésticos.

Lo que a mí me transmite esa realidad donde las armas letales forman parte del hogar y son consideradas, además de objetos para la defensa personal, fuente de ocio, es que una parte de la sociedad estadounidense toma como modelo, aún hoy, el far & wild West.

No voy a insistir en el alegato pacifista. Lo que me interesa es reflexionar sobre la clase de mecanismo mental que lleva a unos padres cuerdos, probablemente con profundas creencias religiosas, para quienes la familia es el bien más preciado y, por tanto, el bienestar de sus hijos la prioridad número uno, a poner en manos de una niña de nueve años un subfusil automático con munición real. No lo entiendo. Y son miles los que lo hacen, los que pasan el domingo por la tarde en un Bullets & Burgers orgullosos de inmortalizar en vídeo los progresos de sus hijos accionando el gatillo de un arma automática.

Estoy seguro de que esos mismos padres se escandalizan ante la visión de una mujer desnuda en televisión y son capaces de imponer el peor de los castigos a su hijo adolescente si lo pillan viendo porno en el ordenador. Probablemente también consideren un castigo divino tener una hija lesbiana, a la que intentarán “curar” por todos los medios.

En EEUU no existe edad mínima legal para portar armas de fuego. Y no creo que sea únicamente el amor por la Constitución y su segunda enmienda lo que sustenta un hecho tan aberrante. Vuelvo al argumento que utilicé en el artículo que mencionaba más arriba: los fabricantes de armas quieren vender armas para ganar dinero, cuanto más mejor; y los fabricantes de armas son uno de los lobbies más poderosos del planeta. Qué importancia tendrán unos cientos de niños muertos accidentalmente…, y los que caen cuando a un sonado armado hasta los dientes le da por atrincherarse en un colegio.

Antes de despedirme, os recomiendo la lectura del revelador artículo que Silvia Ayuso, corresponsal de ‘El País’ en Washington, escribió el 31 de agosto: ‘Cuando las pistolas de los niños no son de juguete’. Es muy interesante.


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