Revista Comunicación

Intermitencias 8

Publicado el 23 enero 2013 por Pelearocorrer @pelearocorrer

Millones de correos electrónicos

En estos momentos millones de personas escriben correos electrónicos, leen correos electrónicos, envían correos electrónicos; el mundo entero está comunicándose pulsando el teclado de su ordenador desde los lugares más insospechados. Imagino que alguien se conecta a su correo desde una estación en la Antártida, tomando una taza de té mientras ve caer la nieve; imagino que alguien entra en un locutorio en Bangkok; imagino que alguien se conecta desde su casa, ahora, en París; imagino que alguien piensa en qué escribirá camino de otro locutorio en Sierra Leona. No sé si hay locutorios en Sierra Leona. Hasta aquí todo perfecto. La sinfonía del mundo afinando sus instrumentos. El número de usuarios de la red es descomunal pero entendible. Pueden ser cien millones. Borges dejó escrito un dato curioso: el número novecientos mil le parecía más abultado que un millón. Borges tenía razón, un millón es una cifra humana, novecientos mil es una cifra que parece venir de muy lejos para luego perderse en un abismo incierto. Pero volvamos a las cifras. El número de correos electrónicos enviado un día cualquiera, por ejemplo hoy. La cuestión es qué se oculta tras lo que está oculto. Todos esos correos electrónicos están ocultos salvo para quien lo escribe y quien lo recibe. También conocemos una leyenda en torno a la creación del ajedrez que nos avisa de los peligros de la precipitación, no debemos tratar de apresurarnos. Pongamos que ahora, hoy, en este momento, se están enviando cien millones de correos electrónicos. Pero lo importante no es la cantidad. Lo importante es detenerse unos instantes antes de lanzarse a pensar el mundo. La leyenda del ajedrez nos advierte de los peligrosos de la soberbia. Cien millones de correos pueden esconder una cifra aún mayor si nos atenemos a su contenido. La pregunta entonces ya no puede ser cuántos correos electrónicos se están enviando ahora, en estos mismos instantes, en todo el mundo; la pregunta debería ser ¿qué contienen todas esas misivas electrónicas? Si tratamos de comprenderlo todo mediante la cifra que lo representa la comunicación debería representarse con el guarismo del infinito. Un ocho tumbado. Cada correo electrónico contiene una innumerable cantidad de información; un argumento, una petición de matrimonio, un comunicado empresarial, un informe financiero, una declaración de amor, una amenaza, una diatriba contra el tabaco, una invitación de boda, unas fotografías de las últimas vacaciones en Tanzania, una petición de amistad de Facebook. Los correos automáticos encierran además un inquietante sentido de la comunicación, el envío no se realiza de forma voluntaria, al contrario, el envío forma parte de una cadena que debe funcionar día y noche, sin descanso y con obligatoriedad. Pero a su vez, cada correo encierra todo lo que el remitente no se ha atrevido a escribir o todo lo que ha imaginado que quedaba expuesto sin ser nombrado, todo lo que queda elidido. La cuestión no es qué cantidad de mails deambulan por la red en estos momentos; la cuestión es qué significa que toda esa maquinaria de comunicación esté engrasando incansable su discurso, qué significado tiene querer comunicar, qué se oculta tras lo que está oculto, qué hay detrás de todos esos correos electrónicos.


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