Revista Opinión

Intermitencias 9

Publicado el 05 marzo 2013 por Pelearocorrer @pelearocorrer

Preguntas y respuestas

Un niño le pregunta a su padre: Papá, ¿cuál es el número más grande? El padre contesta: No existe el número más grande, siempre hay otro mayor. El niño entiende en la búsqueda del último número que todo debe tener un final; el padre, sin embargo, le responde planteando un problema que habrá de acompañar al niño por el resto de su vida: el problema del infinito. Si algo puede no agotarse nunca su conocimiento será siempre inalcanzable. El niño nunca podrá saber cuál es el número más grande; puede pasar el resto de su vida nombrando cada día un número mayor. Contando cada día un número superior al día anterior el niño puede tener la ilusión de estar creciendo e ir creciendo a la par que crece el número que pronuncia todos los días. El niño comienza la cuenta en voz baja, empieza por el uno, salta hasta el novecientos, retrocede al cuarenta y siete, adelanta hasta el cincuenta y cuatro; pasa mucho tiempo así, nombrando cifras al azar. Pero el padre se da cuenta de la trampa y después de pensarlo durante unos minutos le dice al hijo: el número más grande es siempre el último número que uno pronuncia. El niño queda paralizado por la revelación. No existe un orden, el orden de la vida es una cuestión indeterminada, que depende de razones oscuras e incomprensibles. Si por ejemplo, piensa el niño, pronuncio un número y no vuelvo a hablar nunca más, ese será el número más grande. Los números y las cosas, tantea el niño, sólo existen si las nombro. El niño piensa que todo lo que dice es una verdad frágil y voluminosa, como un elefante de cristal y, de la misma manera que salta de una cifra a otra sin mayor dificultad, pregunta: Papá, ¿Qué comen los dinosaurios? Hierba, contesta el padre, algunos hierba y otros carne, puntualiza. La cabeza del niño mezcla dinosaurios y números en un cóctel visual. Papá, ¿existen los dinosaurios? No hijo, se extinguieron hace millones de años. ¿Millones es más que cien? Si hijo, un millón es mucho más que cien. El niño sopesa la explicación como si valorara la posibilidad no de que su padre se equivoque (su padre nunca se equivoca aún) sino de que su padre sepa muchas más cosas de las que dice; el niño piensa cómo saber todo lo que sabe su padre. El niño pregunta: ¿qué es extinguirse? El padre contesta con sequedad: morirse, extinguirse es morirse. ¿Cómo se extinguieron los dinosaurios? El padre comprende que las preguntas son dardos que no aciertan en ninguna diana; las preguntas de su hijo son el fuego discrecional de la línea de combate, alguna bala perdida matará al soldado equivocado. Los dinosaurios se extinguieron porque un meteorito chocó contra la Tierra. ¿Como una bomba?, dice el niño. Igual que una bomba, contesta el padre. Papá, ¿morirse es dejar de respirar?, pregunta el niño. Morirse es llegar al número más alto, contesta el padre.


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