Revista Comunicación

Inútil

Publicado el 03 marzo 2017 por Jose Salgado @exelisis

Podría haber titulado el post con la frase mítica de están verdes, pero me arriesgo a que no conozcan la fábula y mi reputación de ser un campechano primero se vea afectada, así que he optado por un enunciado más corto pero a la vez más contundente. En nuestra concepción utilitaria de la vida, todo lo que no tiene una función es algo que directamente es desechado, descarado y tirado a la basura sin demasiados miramientos, yo mismo soy un gran seguidor de mierdas las justas, que te obliga a que todo aquel cachivache, ropa o utensilio que no se usa en un año ha de ser desterrado de por vida de tu casa.

Ahora bien, la aplicación de esta norma, recomendable al cien por cien, no debe de llevarnos al engaño de confundir uso con falta de utilidad. Quizás no comprendemos para que sirve un objeto pero trasladar nuestra propia idiocia a un elemento que no puede defenderse dice muy poco de nuestra capacidad como ser humanos. Puede que no sepamos para que sirve, pero eso no implica que no sea de utilidad.

Antes de que la economía impuesta el hábito de comprar un productonuevo cada vez que se nos estropeaba algo, la mayoría de la gente se dedicaba a intentar arreglarlo y ahorre unos euros, porque si, aunque parezca mentira había una época que era más barato reparo que comprar de nuevo. En todo caso y para no perderme en disquisiciones, yo y muchos como yo, hemos arreglado ordenadores y televisores y casi cualquier cosa con la fantástica habilidad de que no sobraban piezas a la hora de recomponer el aparato averiado. ¿Quiere decir esto que sobraban?, no, quiere decir que no sabíamos que hacían y donde encajaban y nos las hemos pasado por el forro con la consecuencia clara que al final, el producto arreglado duraba menos de lo que debería porque, obviamente, le faltaban piezas.

La manía esta que tenemos afecta a como visualizamos el mundo y un ejemplo más claro que el ARN no puedo encontrar. Es eso que acompaña al ADN pero que no tenemos, por lo que yo se ahora mismo, para que sirve y porlo tanto es uno de esos errores que a veces comete la naturaleza creando objetos que no sirven para nada. Quizás me equivoque, quizás no, pero estoy convencido que del mismo modo que el ARN es fundamental para que el código genético se transmita con los menos errores posibles y, además, aporte valor en el proceso, tenemos cientos de situaciones en la que nuestra propia ignorancia nos impide el valor de ciertas características, trabajos, y lo que es peor, personas.

Recuerdo en una ocasión que un manager, uno de esos con más títulos que neuronas, que vino a una empresa y empezó a aplicar la máquina de recortar costes. Todo aquel que no supiera justificarse ante el gran graduado de [ponga aquí su escuela de referencia] tenía que irse a dar un paseo con los de recursos humanos para que le dijeran la frase, que de tan manida ya da tirícia, Pepe, tenemos que dejarte marchar.

El caso es que un trabajador, que no era el más social y mucho menos el paradigma de la comunicación, le toco la sesión de turno con el jefe por arribismo -se conoce que el único filtro para su selección fue ser amigo de un amigo del CEO- y en ese momento preciso fue cuando Murphy puso en marcha todo su potencial. No solo el directivo estaba de mal humor porque no tenía cafe moka con leche de soja, sino que además su móvil no era la última versión con lo que Pepe, llamémosle así, estaba destinado a sufrir las iras del nuevo becerro de oro. No solo fue incapaz de explicarse de modo tal que le entendieran sino que además, en su incapacidad consigue que se enfadara cada vez más con lo que no solo fue mandado con los de RRHH, sino que como paquete de despedida se añadieron desprecios, indultos y vejaciones.

¿Sabéis lo divertido?, al cabo de un mes lo subieron que volver a contratar porque era el único que sabía como funcionaba un proceso clave para la compañía. El bueno de Pepe, ya escaldado y escarmentado por el trato recibido, busco información, se asesoró y el resultado final es que le hicieron un favor. Se había llevado un buen finiquito, había capitalizado el paro, y se había asegurado mejorar sustancialmente su nuevo contrato, con lo que por una vez, el hombre callado que nadie sabía que hacía salió ganando. Pero no os engañéis, esto no suele ser lo habitual y con habitual me refiero que pocas veces se reconoce el error y se busca a otra persona para que haga el trabajo por la mitad de precio y la mitad de calidad y si todo falla, la culpa será siempre del nuevo, que podrán sustituir siempre que sea necesario para que el descendido del mundo del power point y del excel pueda seguir subiendo en su escalera de humo hacia el cielo de los que realmente no hacen nada, de los que todos sabemos que no hacen nada, pero con su labia y sus títulos consiguen convencer a los que seleccionan que son lo mejor que ha visto la tierra desde la invención de la rueda.


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