Revista 100% Verde

Investigación, ¿quién la necesita?

Por Raguadog @raguadog

A nadie sorprendería si dijera que la investigación en España lleva cuatro años en retroceso; que los recortes en I+D son de una gran magnitud, siendo p. ej. del 25% de 2011 a 2012; que cada vez más científicos de destacable trayectoria denuncian la falta de medios y el exceso de plazos burocráticos, u optan por irse; que muchas empresas privadas (no todas), a la hora de eliminar o reducir gastos, suelen mirar en primer lugar hacia sus departamentos de investigación y desarrollo.

La investigación, ese gasto opcional y secundario.

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Biólogos investigando en campo, Hornbaker Chelsi, U.S. Fish and Wildlife Service.

Pero vivimos en un mercado en el que la oferta supera a la demanda. Apenas hay demanda insatisfecha de un producto tradicional. Todo lo contrario ocurría en tiempos pasados, desde el siglo XVIII hasta bien entrado el XX, cuando casi cualquiera podía trabajar en condiciones cuestionables y prácticamente cualquiera con capital podía encontrar compradores. Los tiempos han cambiado y ya no son válidos los mismos modelos productivos que antaño. La minimización de costes no puede ser lo único que lleve a una empresa a triunfar, como sigue asumiéndose en muchos sectores. Innovar con productos refrescantes y antes impensables es esencial en el mundo actual. Eso lo saben en cualquier empresa con éxito en el sector tecnológico, agroalimentario, cosmético, farmacéutico, etc.

Pensemos en sectores donde, en general, apenas hay diferencias entre un producto del mismo tipo y otro, y los nombres de los fabricantes son más bien indiferentes al cliente común. Un ejemplo es el sector papelero. Observemos la siguiente tabla facilitada (al público) por CEPI:

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La producción de pasta, papel y bienes relacionados se mantiene esencialmente constante, con pequeños descensos atribuibles, entre otras cosas, al auge del formato digital y a los intentos de no pocas empresas por minimizar la generación de residuos sólidos. El reciclaje tiene algo que ver también. El consumo de madera, no obstante, permanece prácticamente inalterado. Pero algunas cosas varían muy claramente:

-Si bien la oferta se mantiene, el número de empleados disminuye marcadamente. Gracias a la mejora tecnológica, a la economía de escala, al paso de procesos discontinuos (digestores batch) a procesos continuos (digestores Kamyr), a la automatización en el control de procesos, cada vez necesitamos menos trabajadores por tonelada de papel producido. Menos personas producen más valor, más valor se produce a menor coste. Esto, en principio, es bueno.

-El número de compañías en el sector decrece, decrece mucho más rápido que la producción.

-El número de fábricas también disminuye de forma evidente.

-La capacidad media de una fábrica de papel aumenta.

Lo que se favorece, pues, es el centralizar la producción, apenas variante, en cada vez menos fábricas, menos compañías y con menos mano de obra. Esto es lo que ocurre progresivamente en cualquier sector que da prioridad casi total a la minimización de costes. He de decir que he conocido a investigadores que trabajaban en aumentar el valor añadido de los productos de esta industria, por lo que no pretendo decir que las empresas del sector estén completamente anquilosadas. Simplemente, unos sectores pueden ser más complicados para la diferenciación que otros, pero la clave del éxito suele ser la misma.

La razón económica no es la única. Si en los países desarrollados pretendemos mantener a grandes rasgos nuestro ritmo de producción, si pretendemos que los procesos de producción sean sostenibles sin limitarlos radicalmente, necesitamos las ventajas que nos llegan desde la investigación. Las mejoras tecnológicas, aunque no sean suficientes de por sí, permiten, para una misma producción, emplear menos recursos naturales y emitir menos residuos al exterior.

Y siempre viene a cuento recordar que la sostenibilidad no es solamente función de las tasas de explotación y vertido. Algo grave y a menudo subestimado, que puede destruir los estándares de una sociedad contemporánea, es la exclusión de millones de personas, de grandes partes de la población. Gente sin empleo, sin capital, cuyo poder personal se reduce a un voto cada cuatro años a alguna lista cerrada. Sí, cada vez es posible producir más con menos mano de obra, pero, a priori, ¿qué hay de malo en ello? No es trabajo físico o presencial todo lo que puede ofrecer el ser humano. La gente tiene potencial y la sociedad del futuro debe saber aprovechar el de cada uno. No es de extrañar, pues, que el progreso en nuestro tiempo se asocie habitualmente a los green jobs y la inversión en I+D+i que conllevan. Empleo, decisión personal, independencia energética, valorización de residuos, protección social: el bienestar europeo del futuro está ligado a las energías renovables, a la investigación y a la reutilización, valorización y reciclaje.

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Aerogeneradores en Ilocos Norte, Filipinas. Fotografía de Obra19.

Si bien la iniciativa privada ha resultado en logros maravillosos, no podemos esperar que toda la investigación y toda la innovación provengan de las empresas. Se ha insistido mucho, muchísimo en esto, pero no sé si lo suficiente. Las inversiones en investigación pueden ser arriesgadas, especialmente cuando las hipótesis que se manejan implican resultados a largo plazo, una validación poco probable o el uso de materias primas caras. Incluso si un nuevo método o un descubrimiento resulta ser excepcionalmente provechoso en potencia, la asunción de riesgos y la preferencia temporal tienen siempre un límite en la empresa. Y, sin embargo, la historia de la investigación nos muestra que muchos grandes descubrimentos han implicado grandes riesgos. El Estado, en cambio, puede asumirlos, aceptándose que buena parte de su actividad es netamente deficitaria.

Por último, no soy un ingenuo que piensa que la empresa pública carece de trade-offs al respecto. Aunque cada vez hay menos recursos (al menos en España), en muchas ocasiones los que hay no están optimizados ni bien gestionados. Al fin y al cabo, las empresas privadas suelen tener un carácter más dinámico en cuanto a su estructura y sus reestructuraciones. Los fallos estructurales de un entorno burocrático se corrigen mucho tiempo después de su evidencia, o cuando es verdaderamente acuciante. En el entorno de la investigación, a mi juicio, son más merecedores de elogio aquellos que evitan la duplicación de equipos y que asignan los existentes a personal especializado, en un marco de comunicación y coordinación fácil y con pocos trámites. Suele ser un mecanismo más ágil y productivo. No parece ser el caso de la institución donde tan orgullosamente me formo y que, con un poco más de esfuerzo, acabará albergando más cromatógrafos que investigadores.


 


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