Revista Cine

Invictus (2010)

Publicado el 01 febrero 2010 por Quesito

Invictus (2010)

LOS BLANCOS NO LA SABEN METER.


He aquí una película que cuenta en su haber, a priori por lo menos, con un buen número de ases para llevarse una carretada de premios y reconocimientos: Una historia basada en hechos reales, de superación personal y épica colectiva, que lleva a la gran pantalla un acontecimiento que marcó un antes y un después en la historia, con un personaje protagonista de gran fuerza y vitalidad, que es la adaptación de un superventas literario, con un director detrás de la cámara que es todo un veterano mundialmente reconocido que vive uno de sus mejores momentos profesionales y con dos estrellas protagonistas de renombre internacional. Poco más se le puede pedir a Invictus. A priori.
La película empieza con una carretera que separa dos campos deportivos. Uno, con un césped en perfecto estado, sirve para que se entrenen a rugby un grupo de blancos perfectamente uniformados. En el otro, con un césped roñoso y maltrecho, juegan a fútbol un grupo de negros, vestidos con harapos. De repente aparece sobreimpresionada en pantalla una fecha: 11 de febrero de 1990 y un coche oficial cruza por la carretera que separa ambos campos, provocando reacciones claramente opuestas entre los grupos. De este modo, mientras unos se avalanchan contra las rejas al grito de “Mandela”, los otros definen la fecha como “el día en que nuestro país se fue a la mierda”. Con apenas dos minutos de duración la película ya ha logrado, perfectamente, colocar al espectador en situación. Lamentablemente este brillante ejercicio de síntesis no será la tónica general de la película.
Es el primer día de Nelson Mandela como presidente de Sudáfrica y el país está en plena ebullición tras la abolición del apartheid. Mandela está dispuesto a gobernar desde el perdón, sin buscar venganza contra los que lo encarcelaron durante veintisiete años, aunque no todo el país lo tendrá tan claro como él, si siquiera los que se encuentran más cercanos al líder político. Para plasmar el clima social que vive el país, la película se sirve de los propios guardaespaldas de Mandela, cuyo grupo estará formado por miembros de ambas razas, lo que provocará más de una disputa y recelos por parte de ambas partes. ¿Serán capaces de salvaguardar el bienestar de Mandela los mismos que lo encarcelaron? Ciertamente resulta un planteamiento interesante aunque no se hagan ilusiones ya que la película avanzará por otros derroteros. Yarda tras yarda.
La película nos cuenta que en Sudáfrica, en esa época, las diferencias raciales llegaban incluso hasta las preferencias deportivas. Como se nos cuenta en el plano inicial, los blancos prefieren el rugby mientras que los negros prefieren el fútbol. Cuando en 1995 el país acogió la copa del mundo de Rugby, Mandela vio en ello una oportunidad de conseguir una mayor cohesión, para que el pueblo se ilusionara por un objetivo común. Debía conseguir que el equipo nacional (formado en su totalidad por blancos, con la sola excepción de un jugador negro) ganara el mundial, y eso a pesar de ser una pandilla de patanes, por lo que pedirá ayuda a Jason Bourne, el capitán del equipo. De hecho, la película nos muestra a un Mandela obsesionado por la copa del mundo, como si durante su mandato no pensara en otra cosa e incluso en algún momento del metraje se roza el absurdo. Se dice que la fe mueve montañas, en este caso la fe sólo debía mover a tios de poco más de cien kilos con muy malas pulgas.
La cosa de las pensiones en Estados Unidos no debe estar muy bollante porque el bueno de Clint Eastwood ya lleva cinco película como director en los últimos cuatro años y, aunque el reconocimiento mayúsculo le ha llegado en los últimos tiempos, lo cierto es que lleva ejerciendo como tal desde el año 1971 con Escalofrío en la noche. Treinta títulos más tarde, ya nadie duda sobre su condición de maestro de la vieja escuela, independientemente de si la película guste más o menos. En esta ocasión, ha optado por llevar a la gran pantalla el Best Seller de John Carlin publicado en 2008 llamado El factor humano.
Para interpretar a Mandela, Eastwood, eligió a su amigo Morgan Freeman, actor con el que ya había colaborado en Sin Perdón y Millor dólar baby y que, a pesar de estar catalogado como uno de los grandes de Hollywood, a mi entender siempre acaba interpretando el mismo tipo de papel una y otra vez. Para meterse en la piel del presidente sudafricano no se ha necesitado un gran esfuerzo de caracterización (más allá de las horribles camisas que va luciendo) centrando su actuación en pequeños detalles (como su forma de caminar o su habla pausada y serena) para lograr construir un personaje que logra transmitir una arrolladora fuerza que va calando en el espectador durante la primera hora de película. Más tarde, cuando empiece a comportarse como un hooligan, dicha fuerza se irá diluyendo. En el otro bando encontramos a Matt Damon, actor que todo el mundo daba como perdedor en la lucha hacia el éxito emprendida por el tándem Affeck/Damon (quien nos lo iba a decir), que interpreta al capitán del equipo nacional de rugby, sobre quien Nelson Mandela depositará su confianza para lograr llevar la hazaña a buen puerto. Poco a poco su personaje se irá dejando atrapar por el magnetismo que desprende Mandela, a pesar de haberse criado en el sino de una familia blanca durante el aparheid. Damon está correcto en un papel que, no nos engañemos, tampoco es que sea ninguna maravilla.
En su arranque inicial la película resulta entretenida e interesante, mientras nos cuenta como Mandela abordaba el reto de gobernar un país deshecho y lleno de odios enfrentados. Es durante estos momentos donde la figura de Mandela y su carisma se erigen como protagonistas absolutos, a la vez que la película aborda su personalidad, su forma de trabajar y su alto grado de compromiso, lo que le acarreará conflictos con sus oponentes políticos, con los miembros de su mismo gabinete e, incluso, con su propia familia. De hecho sabemos que algún tipo de conflicto grabe ocurre en el sí de su familia (ya saben, aquello de intentar arreglar las relaciones de las gentes de todo un país sin poder arreglar las relaciones de los miembros de su propia familia) porque la película se encarga de hacer referencia a ello en un par de ocasiones, pero más tarde la película se va olvidando del tema sin que el espectador acabe de entender del todo que ha pasado ni porqué. Quizás tengamos que esperar a una segunda entrega. Quizás tengamos que esperar a Invictus Revolution.
Y la película se olvida porque una vez ha empezado la copa del mundo la cinta ya no está para otra cosa que no sea el Rugby. Llega entonces el momento de la superación personal y del más difícil todavía. Llega el momento del “no es por nosotros es por ellos”. Llega el momento de alargar las secuencias hasta decir basta. Llega el momento de confundir la épica con la cámara lenta. Y, sobre todo, llega al momento de buscar, deliberadamente, emocionar al espectador, momento que, al menos en mi caso, jamás llegó.
Resumiendo: Curiosamente prefiero el buen arranque político del film antes que la épica deportiva mal llevada en la que se acaba convirtiendo la película. Política antes que deporte, lo que son las cosas. En definitiva, película pasable sin más.

 


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