Revista Cultura y Ocio

Ira Roja.

Publicado el 01 marzo 2015 por Zeuxis
Ira Roja.
Yo estaba en el césped, con los demás, en el parqueadero, cuando oímos todo el escándalo. Hay pelea, pensé, noche de voltaje, las noches de borrachera aquí son calientes y este es un lugar peligroso para quienes nunca han estado. 
Miré hacia el camino que iba de la portería hasta los kioskos. Se veían sombras violentas, sombras arrojándose una contra otra y más al fondo unas separando y embistiendo. Hirieron al Pit Bull, gritó una chica borracha que se nos echó encima en jirones de ropa y lágrimas angustiadas.
Un resorte de rabia nos levantó, el asombro, cierta manera de cumplir con un deber de amigo nos empujó hasta la pelea y sin tener tiempo de pensar estábamos golpeando aquí y allá. Tengo todavía una imagen de mí mismo alzando una caneca de combustible y lanzándola contra un grupo que me atacaba con sillas de aluminio. A mi lado estaba Payaso repartiendo el monociclo a diestra y siniestra y desde el costado derecho embestía con toda su corpulencia José.
Hubo momentos heroicos, de película. Las patadas voladoras de Manuel fueron contundentes, se alzó hasta quedar tan alto que quienes nos atacaban percibieron, que aunque pocos, contábamos con lo suficiente para hacerlos trizas.
Después de la pelea intenté alzar la caneca de combustible que había ido a parar contra la portería, se hallaba encima de uno de los enemigos, pujé con todas mis fuerzas pero no logré levantarla y dejé al inconsciente luchador, que se hallaba aplastado por la caneca, a su suerte. Si alguien hubiese grabado ese momento espectacular en que desbandábamos a más de cuarenta calvos que huían como ratas, golpeados unos, ensangrentados otros, quizáhoy todavía seguiríamos pagando a más de uno pero no hubo cámaras y doy gracias a Dios de que no las hubiera. Éramos cuatro, cada uno con una ira propia, una ira tenaz que nos convirtió por unos segundos en monstruos descomunales.
Cuando regresamos a nosotros mismos, nos encontramos con el desastre, todo había quedado vuelto pedazos y las mujeres nos avisaban que tenían a Pit bull en enfermería.
Corrimos por el pasillo hasta estrellarnos con las enfermeras que nos parecieron un muro insondable. Detrás de esa muralla nuestro amigo era atendido por un médico y otra enfermera. Estaba borracho así que no sintió dolor con los puntos. La puñada había sido superficial pero la sangre había sido escandalosa.
Apenas siete puntos en el brazo, sin embargo un poco más y la navaja hubiese ganado una arteria importante.
Mientras nosotros reíamos en la sala de espera y le hacíamos bromas a Pit Bull que nos miraba desde el fondo de su borrachera con una sonrisa idiota de hombre herido en todo el centro de su orgullo, nuestro amigo Juanito había sido acorralado por un grupo de calvos a la salida.
Alguien preguntó y Pit bull comenzó la historia.
Íbamos hacía el baño, Hacía unos día Juanito se había desvinculado de un grupo radical de skin Gers. La escuela había logrado entusiasmarlo mucho más y aunque conservaba todo el semblante de un calvo busca pleitos, en sus cara pecosa brillaban unos ojos ávidos de otra clase de anarquía.
Justo cuando íbamos pasando por los kioskos, vimos a un grupo de los antiguos compañeros de Juanito que acababan de llegar intimidando a todo el mundo. Juanito me dejó comprando un cigarrillo y se arrojó violentamente hacia el grupo de skin Gers. Los ofendió, los escupió y los retó, les dijo muchas cosas y se les plantó amenazante con todo su cuerpo como el de un luchador esquizofrénico, estaba fuera de sí y el grupo se atemorizó unos instantes pero justo cuando les dio la espalda, los muy cobardes se le lanzaron encima.
Yo me atravesé entre los cuchillos, dejamos en la lona a algunos pero mientras lanzábamos puñetazos y patadas una navaja me alcanzó.
Cómo se enteraron ustedes. Menos mal llegaron a tiempo o nos hubieran acribillado, dijo Pit bull mientras se hacía a un lado algunos mechones largos que le caían sobre la cara.
Kelly nos avisó, dijo José. Si no hubiera sido por ella, jamás nos hubiésemos percatado, nosotros escuchamos el ruido y vimos el alboroto, comentó Payaso, pero no le paramos bola hasta que la chica nos dio la alarma.
Yo si sospeché que toda esa algarabía podía haber sido a causa de ustedes. De aquí salieron con los humos alborotados, qué más se podía esperar, concluyó Manuel.
Alguien sabe dónde está Juanito, hablando ahora sí en serio, alguien sabe dónde está.
No sé quién nos trajo a la realidad con tan tremenda sacudida, el hecho es que comenzamos un patrullaje loco por toda la zona sin dar con Juanito.
Al día siguiente llegó Juan Carlos, Sólo hasta que lo vimos como un zombi en mitad del parqueadero nos acordamos de que él también hacía falta. Venía con un solo zapato y traía sangre por todos lados. El flaco se veía como una calavera ensangrentada y sus ojos bizcos parecían traer muy malas noticias.
Qué pasó Juan Carlos, preguntamos todo de manera diferente. Unos lo sacudieron, otros lo abrazaron, y otros lo limpiaron.
Ira roja, ira roja, eso pasó.
Se defendió como un tigre. En cuanto quedaron solos supieron que tenían que luchar hasta morir.
Pero no murieron y ahora Juanito tendría que estar escondido durante largo, largo tiempo por lo menos hasta que la marea bajara.
Al parecer el más asesino de los skin Gers consideró las palabras de Juanito. Si las cosas seguían así como hasta el momento iban era claro que, o terminaban en la cárcel todos y allá se le ponía fin a la masacre o se mataban ahí mismo, en esa calle, pero como hombres, uno a uno.
Qué pasó, dijo Samuel que se sobaba los nudillos mientras se relamía de rabia los labios.
Lo mató y nos dejaron ir como si nada.
El más asesino de los skin Gers le retó y Juanito aceptó el reto, de hecho tenía que aceptarlo, él había empezado todo.
Estas cosas sucedieron aquella noche mientras en la enfermería nos reíamos de como habíamos espantado a los calvitos. Así es la vida, a la vuelta de la esquina alguien te espera con la muerte.
El puñal del calvo era gigantesco pero Juanito no se dejó amedrentar y sacó un bisturí, pero tuvo mala suerte la hoja se partió.
Los lances fueron sin mente, cada navajazo iba lleno de ganas de matar. Cuando sintió que el filo del cuchillo le hería la espalda fue cuando Juanito se convirtió en eso que ahora tenía totalmente espantado a Juan Carlos.
Juanito recogió un pedazo de hoja del bisturí que alcanzó a vislumbrar en el pavimento y con esa uña, fue desgarrando, convirtiendo el cuerpo del skin Gers en un saco de sangre. Nadie se atrevió a detenerlo, la furia, esa ira roja incontrolable que lo poseyó parecía que iba a acabar con el mundo entero. Aquel que se hubiese metido en medio en ese momento hubiese corrido con igual suerte. Todos salieron despavoridos menos Juan Carlos que no lograba encontrar en su cerebro choqueado una forma de parar esa carnicería hecha tan sólo con la punta de una hojita de bisturí.
Yo vi cómo le metía y le sacaba la hojita con tal sevicia y deseo que vomité varias veces. Se reía a carcajadas, era como si le gustara, sentía placer, dijo Juan Carlos.
Tras un rato de estupefacción total, Juan Carlos prosiguió: después de que el calvo dejara de moverse, Juanito siguió haciéndolo trizas como si apuñalara una almohada, quería sacarle tripas, plumas, gritos, todo.
Todos quedamos en silencio como si acabáramos de distinguir el monstruo que llevábamos dentro y que ahora reconocíamos en lo terrible que había hecho Juanito.
Hoy en día seguimos siendo amigos pero esa noche nos reveló algo siniestro sobre cada uno de nosotros, a veces nos miramos en silencio, nos descubrimos, y entonces nos vemos con miedo, con recelo como si de verdad supiéramos.
Yo alcé una caneca de combustible gigantesca y se la lancé a siete hombres, aplasté a tres y uno quedó debajo de la caneca, Payaso le fracturó, con el monociclo, manos y pies a muchos skin Gers, Samuel le inutilizó la cara, para siempre, a algunos con sus patadas voladoras y José estrelló cuantos cráneos pudo contra las paredes.
Después de aquella noche el único que siguió bebiendo fue Pit bull. Hubo más peleas, eso no se puede negar pero Juanito nunca volvió a ser el mismo, nosotros tampoco.
Juan Carlos dejó la carrera y se fue al campo.


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