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Isla de goma

Publicado el 16 febrero 2017 por Angeles

La arena quema. Mi tío clava la sombrilla, la abre, y el toldo circular nos proclama dueños de ese territorio. Marcamos el perímetro con las sillas plegables, la nevera, las cestas y la enorme colchoneta hinchable, negra y roja como la lava de un volcán. 
Somos como exploradores por un blando desierto.Mi tío se sienta bajo la sombrilla a leer el periódico. Mi tía se tumba al sol.Mis primos y yo corremos hacia la orilla.

El agua hiela. Mi primo se lanza en seguida y nada hacia dentro como un niño pez. Mi prima y yo entramos despacio, subiendo los hombros y dando saltitos cada vez que el agua culebrea y nos moja la barriga.Mi primo ya vuelve, resuelto y ufano.-Voy por la colchoneta —dice. Y se adentra de nuevo en las ardientes arenas movedizas. Mi prima y yo seguimos en la orilla. Damos dos pasos más, nos agachamos y nos mojamos hasta los hombros. Vacilamos un poco, damos otro pasito y por fin nos mojamos la cabeza. Salimos en seguida a la superficie, peinándonos con las manos los ojos y el pelo.Ahí viene mi primo. Casi no puede con la colchoneta. Pero es un niño que no se arredra, y con muelles en los pies llega junto a nosotras. Posa la colchoneta en el agua.—Venga, subid —dice, mientras intenta mantenerla firme. Mi prima y yo, con poca gracia, subimos a la colchoneta con la barriga y las rodillas. Después se sienta mi primo. Hay sitio de sobra para tres niños flacos.

La colchoneta se balancea al suave ritmo de las breves olas. Sin decir nada, mi prima salta de la colchoneta. —¿Te vas? —le pregunto.—Voy a tomar el sol —dice. Con los codos levantados y el agua por las costillas se aleja rebotando hacia la arena.Mi primo y yo seguimos en la colchoneta. Miramos los barcos que hay en el horizonte y él dice que le gustaría ser capitán.En ese momento miro hacia la orilla y me parece que va hacia atrás. 

Mi primo y yo nos miramos. —Tú quédate en la colchoneta — me dice.Y el niño pez se tira al agua, y me deja sola, y se aleja.Yo intento remar con los brazos, pero la colchoneta es demasiado grande. Entonces le grito:—¡Jorge, vuelve, yo sola no puedo!Pero no vuelve. Y en medio de la gran isla flotante, me quedo muy quieta, como una sirena petrificada, aguantando la respiración sin querer y las lágrimas queriendo. Me aterra tirarme al agua. Ya no hay suelo debajo y mis brazos de niña flaca se cansan pronto. Pero quedarme en la isla de goma es peor.Entonces, envalentonada por el miedo me lanzo al agua y nado, nado, nado… Ya me duelen los brazos. Me detengo en vertical, como una medusa, moviendo las piernas y los brazos lo justo para mantenerme a flote.Mi primo está todavía en el agua, no lo he perdido de vista.  Y parece que vuelve… sí, viene hacia mí. Se detiene un momento y me grita:—¡La colchoneta!—¡Ve por ella si la quieres! —grito yo, y empiezo a nadar de nuevo. El niño pez pasa por mi lado. Yo voy llegando a la orilla. Por fin mis pies tocan el suelo. Me siento en la arena. Respiro de verdad. Veo a mi primo a lo lejos, que vuelve como un naúfrago en una balsa. No lo espero. Me pongo de pie y busco nuestra sombrilla.Llego al campamento. Mi tio sigue leyendo el periódico. Mi tía y mi prima  se fríen al sol. Me seco la cara, extiendo mi toalla y me tumbo junto a ellas. —¿Ya te has hartado de agua? —pregunta mi tía abriendo un ojo.
Malagueta, Málaga

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