Uno de los datos más curioso de estas islas es que los vehículos motorizados están prohibidos, así que para recorrerlas tienes que ir a pie, en coche de caballos, en bicicleta o incluso en burro. Nosotros optamos por la opción más saludable y económica.
Estamos tan acostumbrados a estar rodeados de coches, que es realmente curioso llegar a un sitio donde no hay ninguno. Es un viaje en el tiempo, una vuelta al pasado.
Aquí os dejo un par de fotos del aparcamiento principal de esta isla y de un atasco en hora punta.
Estas islas fueron a principios del siglo pasado el lugar de veraneo de la gente pudiente de Estambul, y aun se pueden ver unas casas espectaculares, la mayoría de ellas de madera.
Tras dudarlo mucho, decidimos subir a la parte más alta de la isla donde a alguien se le ocurrió en algún momento levantar un monasterio, curiosamente cristiano.
Fue una gran elección, ya que las vistas desde allí eran impresionantes. Veíamos muy cerca la parte asiática de Estambul, y más cerca aún el resto de las islas. Bonito, ¿verdad?
Nosotros teníamos pensado ver dos o tres islas en el día, pero al final no nos dio tiempo y vimos sólo la más grande, Buyukada. Así que a última hora de la tarde, cogimos el ferry de vuelta a Estambul.
Las mejores vistas y las mejores fotos del viaje las tenemos desde ese ferry. Estaba atardeciendo, y entramos a Estambul en barco, siguiendo a esos últimos rayos de sol que se iban despidiendo de la ciudad y ocultándose detrás de sus mezquitas. Sólo se veían las siluetas, no llegaba a distinguirse los colores excepto uno, un rojo muy llamativo: el de la bandera de Turquía que ondeaba cerca de la orilla. Inceíble.
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