Revista América Latina

Italia sí, Cuba no

Publicado el 30 mayo 2016 por Yohan Yohan González Duany @cubanoinsular19

Por Vincenzo Basile

Italia sí, Cuba no. Hace días que esas palabras ocupan gran parte de mis más entrañables reflexiones; aquellos momentos donde yo y yo, poniéndonos al desnudo, hablamos de lo que nos asusta y nos atormenta. Las llevo repitiendo una y otra vez, casi como una obsesión, con tono de pregunta, exclamación o resignación.

Pues Italia, aquel decadente país que me vio nacer y que muchas veces ha intentado tragar violentamente mis pasiones en el vórtice de la indiferencia, acaba de aprobar la ley que disciplinará las uniones civiles entre parejas del mismo sexo. No es matrimonio igualitario. No es equiparación plena de los derechos de la comunidad LGBTIQ con los de la dominante comunidad heterosexual. Pero es algo. Es un primer gran – mejor dicho enorme – paso hacia el fin de una discriminación, al menos jurídica.

Son buenas noticias, indudablemente. Pero el asombro no me abandona. Llevo años discutiendo con amigos y conocidos cubanos sobre temas como machismo y homofobia en los dos países a los que creo pertenecer, uno por fatalismo geográfico y otro por utópica pasión. Cada vez que algún cubano me ha dicho, con razón, que la sociedad y las instituciones de Cuba son machistas y homófobas, apelando – a modo de ejemplo – a viejos discursos y hechos que – sin querer disminuir sus serias consecuencias – son mucho más anteriores a mi propia fecha de nacimiento, yo he rebatido vehementemente apelando a lo que considero ser el crudo machismo y la dura homofobia de Italia, donde se vive – hoy  en día – una realidad mucho más atrasada y cerrada que la cubana.

Y sigo considerando válidas mis ideas, a pesar de los pesares. Italia es el país donde en cadena nacional, en televisión pública, hace apenas unos pocos años, alguien se atrevió a gritarle a la primera (y única) candidata transgénero de la historia italiana: “mejor ser fascista que maricón”. Italia es el país de aquel grotesco Berlusconi – ay Berlusconi – quien, al tratar de defenderse contra aquellos que lo acusaban de mantener relaciones sexuales con mujeres mucho más jóvenes que él, incluso menores de edad, afirmó: “mejor estar apasionados con las chicas guapas que ser gay”.

Pues esa Italia conservadora, cerrada y discriminatoria, esa Italia que no ha cambiado en prácticamente nada en las últimas décadas, es la misma que acaba de dar este gran salto hacia una igualdad un poco más plena.

¿Y Cuba? Pues Cuba discute, habla, propone, declara, pero definitivamente no actúa. Aunque parezca que el camino ya esté trazado y que pronto – no sé si tan pronto – también Cuba tendrá su matrimonio igualitario – o normativa parecida –, esto no va a borrar el asombro y la decepción que albergan dentro de mí, la constatación de que la cuna del catolicismo europeo ha logrado avanzar más rápidamente que aquel país que fue – y para mí sigue siendo – un gran faro para despertar pasiones y ensueños de libertades e igualdad.

No se puede negar la historia de Cuba, fruto no solo de la implementación de lo que fue llamado “realismo socialista” sino también de la herencia de siglos de condicionamiento cultural hispánico. No se puede pretender que prejuicios tan enraizados desaparezcan de un día para otro, ni de las instituciones ni de la sociedad. Lo que sí se puede – y se debe – pretender es que si Cuba quiere seguir considerándose faro y emblema para los oprimidos de este mundo ya no es posible apelar a la historia y al ejemplo que representaron los hechos de hace ya casi seis décadas. Cuba revolucionaria debe ser consecuente y actuar hoy con Revolución; Cuba debe estar hoy al frente y no en la cola de los países que avanzan hacia la igualdad plena.

Revolución no puede ser solo lo que se hizo sino también lo que se hace y se hará, lo concreto, lo real, lo actual, y no algún que otro capítulo que llena las páginas de los libros de historia. Pues en un momento como hoy, pensando en términos de Revolución y hechos revolucionarios, con tristeza, real tristeza, no puedo dejar de repetirme, una y otra vez, que Italia sí, Cuba no.


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Italia sí, Cuba no

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