Revista Salud y Bienestar
Javier es uno de mis compañeros residentes de Otorrinolaringología. Hemos pasado bastante tiempo juntos trabajando en el hospital y hemos tenido tiempo para hablar de muchas cosas.
-Trabajamos mucho buscando la calidad -le dije un día- pero no nos preocupamos apenas de la percepción de la calidad.
Una de las grandes injusticias de la asistencia médica es que lo contento que esté el paciente con el médico no siempre se corresponde con la calidad de la actuación del médico: se ven a menudo pacientes no tratados adecuadamente que hablan maravillas de su médico y pacientes con tratamientos brillantes que sólo tienen palabras negativas para él.
Si me preguntáis qué es más importante, si poner un tratamiento de calidad o que el paciente crea que está siendo tratado con calidad, me decanto por lo primero: es deseable tener a pacientes bien tratados y descontentos. Sin embargo, lo digo con la boca chica, pues se me vienen a la cabeza docenas de ejemplos en los que el paciente está recibiendo un tratamiento no muy acertado pero, al estar tan contento con la praxis del médico que le ha atendido, se encuentra mejor.
-¿En qué debo trabajar entonces? -me preguntó Javier. ¿En hacer medicina de calidad o en ser un médico que haga creer a la gente que está recibiendo medicina de calidad? Es posible hacer las dos cosas a la vez pero, si durante la consulta estoy pensando en dar una apariencia o en causar una impresión positiva, no estoy todo lo concentrado que debería para decidir si debo hacer un TAC o no; o de decidirme por un tratamiento u otro.
No tengo una respuesta rotunda para la pregunta de Javier que sea aplicable universalmente. De hecho, le llevo dando vueltas a este texto meses antes de proponer mi solución.
Yo sugiero que el profesional no trabaje ni pensando en dar una asistencia de calidad ni pensando en dar una apariencia de asistencia de calidad. El profesional debe trabajar intentando fomentar su empatía. La empatía, esa virtud que es tan fácil de olvidar en esta profesión cada vez más deshumanizada (a mí me ocurre el primero), permitiría a la vez causar una buena impresión en el paciente, al percibir éste interés por parte del sanitario que le atiende. Por otro lado, al interiorizar mediante la empatía el problema del enfermo, no tendremos problemas para proponerle el tratamiento que creamos más acertado para él.
Pero claro, empatizar con los pacientes no sólo es difícil, sino que hace más probable que te lleves los problemas a casa. Quizás el truco sea trabajar sintiendo, y no actuando ni fingiendo.
Foto: Javier, sentado en un banco en el muro de detrás del pabellón de Portugal.