Revista Psicología

“Je vole”

Por Rms @roxymusic8

Suena de fondo una y otra vez; es un canto a la madurez. Sólo hay que ver la película para confirmarlo. La protagonista es un ejemplo vivo de caminar con los pies en la tierra, soñando también, pero centrada en su realidad. La familia Bélier no será la familia perfecta pero tiene un encanto especial; tampoco será la película del año pero tiene un atractivo singular. Aunque yo vengo a resaltar la figura de Louane, la protagonista, una chica de instituto, hija de un matrimonio sordo y hermana de un chico sordo.

Hasta hace escasos días no había tenido la oportunidad de conocer en la gran pantalla la historia y vida de una familia en su mayoría sorda. Conozco de primera mano cómo puede sentirse y vivir una persona casi sorda, y muchas veces lo olvido. ¡Es otro mundo y qué poco nos percatamos de él! Esta película me situó de nuevo en el panorama y lo hizo de una manera sutil, atractiva y entrañable. Lo curioso de todo es que no voy a hablar exclusivamente de esta familia sino de la hija la cual no tiene esa peculiaridad. Digo curioso porque lo no habitual pasó a un segundo plano; la sordera se hizo cotidiana durante los ciento cinco minutos. Describiendo a Louane voy a tocar gestos y momentos de los Bélier porque no pueden quedarse en el olvido y son dignos de sacar a la luz.

Louane estudia y trabaja. Estudia en un instituto donde sólo se la ve acompañada de una amiga. Son inseparables. Pero no es una amistad recíproca, o al menos al mismo nivel. Su amiga está en otra liga y Louane le saca ventaja en principios y valores. Y, a pesar de meter la pata en un comentario oportunista, sabe pedir perdón al instante. Reconoce su error. Ella también trabaja, lo hace en el negocio familiar: una granja. ¡Sin descanso, día tras día! Se puede decir que es familiar porque cada miembro de la familia se dedica a sacar adelante la producción de quesos y todos están en el puesto del mercado a la hora de venderlos. Louane madura a pasos agigantados, las circunstancias la han llevado a eso, y ella no se lamenta, ni se agobia: camina. No se para ni se arruga ante las dificultades.

Louane además de estudiar y trabajar, descubre que le gusta cantar tras apuntarse a clase de canto. Se apunta al saber que el chico de sus sueños está en esa clase. Cosas de la adolescencia... A partir de aquí se van sucediendo pequeñas escenas de canto a cappella con canciones en francés en grupo o a dúo. Curiosamente el dúo lo canta ella y el chico de sus sueños. Aquí otro canto a la madurez: no se deja llevar por su emoción ni sentimientos; al revés, se mantiene serena, viviendo cada momento en presente sabiendo estar y no dando un paso en falso. Así es como puede disfrutar del momento que se le presenta con la persona que tiene en el punto de mira y en su corazón adolescente.

Hay un gesto de su padre que es para enmarcar. Una situación tierna entre padre e hija. A pesar de pensar que a sus padres no les gusta la idea de que cante, ellos la apoyan finalmente. ¿Qué les hace cambiar de opinión? Escucharla. ¿Cómo, si son sordos? Por todos es sabido que los sordos desarrollan el sentido del tacto más que cualquier otra persona. El padre le pide que cante una canción y, mientras, posa su mano sobre el cuello de Louane para notar la vibración al cantar. Con sólo esas vibraciones se percata de la belleza de la voz de su hija, de la pasión que siente por la música, del arte que tiene y pone al cantar. Al padre ese vibrato no le engaña y sabe que su hija va en serio. A partir de entonces la miran con otros ojos y se emocionan al escucharle cantar.

Louane no tiene descanso y menos lo busca ella. En clase de canto, el profesor descubre su voz y le propone trabajar con él por separado para presentarse a las pruebas de canto de una importante escuela de música. Este profesor le propone trabajar día a día, en su casa, sin excusas. Ella acepta sin miedo y sin pensárselo dos veces. Es de admirar su serenidad ante la presión, ante la novedad, ante un descubrimiento en su vida. Louane no falta a ninguna sesión: termina las clases, su trabajo en la granja y coge su bicicleta camino a la casa del profesor. Y una vez termina, coge la bicicleta de vuelta a casa. Sólo falta a una sesión, llega tarde, por circunstancias personales: su padre se presenta a las elecciones y la televisión va a su casa a entrevistarle. Ella debe traducir todo a la cadena. Su padre le pide ese favor y ella lo hace a desgana. Él se da cuenta y tiene un gesto loable: le dice a la entrevistadora que como todo queda grabado, que un empleado de la cadena que sepa lenguaje de signos les traduzca todo. A Louane se le parte el corazón: su padre valora su vida.

Hay un momento que reluce más que todos. Unos minutos que brillan más que los ciento cinco. Una canción que resuena sin parar en el fondo del alma. Je vole. Es al final de la historia, Louane canta para el jurado de la escuela de música. Es el inicio de una nueva etapa en su vida y en la de sus padres. Ella se dispone a volar, a realizar su sueño, a vivir su vida y desarrollar su persona siguiendo su camino. Sus padres respetan, reciben la noticia con cierta nostalgia pero con alegría al ver a su hija irradiar como nunca. . Una canción escrita para la ocasión. Tres minutos de palabras de corazón a corazón. Louane en el escenario, acompañada abajo por un bello piano. Su familia en las butacas allá en lo alto, observándola, sin saber qué estará cantando. Louane quiere agradecer el esfuerzo de su familia, por ir hasta París a verla y acompañarla, cantando la canción para ellos en lenguaje de signos. Es una escena entrañable, directa al corazón.

La familia Bélier habla sin decir nada.


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