Revista Cultura y Ocio

Jeff Beck, el hombre que nunca estuvo allí

Por Peterpank @castguer

Jeff Beck, el hombre que nunca estuvo allí
En algunos momentos ha llegado a parecer que, efectivamente, nunca hubiese estado allí. No se ha convertido en una figura universalmente conocida hasta por el último lector de dominicales ni en una insignia del “mainstream” como su compañero de generación Eric Clapton. Tampoco llevó a ninguna banda a los altares rockeros como Jimmy Page. Ni ha sido divinizado por la comunidad musical como Jimi Hendrix. Ni siquiera alcanzó el estatus de instrumentista de culto entre públicos teóricamente más especializados —la “comunidad heavy”, por ejemplo— como Ritchie Blackmore. Sin embargo, todos ellos le profesaron o le profesan una enorme admiración. El propio Hendrix llegó a comentar que era “el mejor guitarrista del mundo”. Stevie Wonder escribió una de sus mejores y más legendarias canciones sólo para que él la interpretase. Algunos seguimos pensando que es el mejor guitarrista eléctrico con vida. Y desde luego tiene un estilo absolutamente único; ha sido uno de los pocos instrumentistas que con los años ha mejorado tanto que ha llegado al punto de sufrir una metamorfosis y revolucionarse a sí mismo a unas edades en que otros colegas se han dejado llevar por la rutina y ya no es que no hayan mejorado, sino que no consiguen estar a la altura de su glorioso pasado. Pero poca gente lo sabe, y mucho menos en España, donde resulta bastante poco probable parar a un peatón al azar y que sepa de quién estamos hablando… ni siquiera a la salida de muchos garitos rockeros. Jeff Beck es, como suele decirse, un “guitarrista para guitarristas”. Y un guitarrista para críticos, al menos desde los años ochenta, porque como media gana prácticamente un Grammy por cada disco editado en las dos o tres últimas décadas. Un músico para connoisseurs, por más que no sea exactamente un personaje marginal en la industria. Un músico desconocido para el “gran público”, por más que llegase a gozar del gran éxito en aquellos lejanos años sesenta y setenta. Como decíamos, casi cualquier persona conoce el nombre de Eric Clapton —por seguir con el modelo de comparación más recurrente— aunque esa persona sea ajena al mundo del rock. Pero no tanta gente conoce a Jeff Beck. Y es una lástima. Entre otras cosas, porque Beck es uno de los más grandes. Y ahora que Hendrix no está entre nosotros, quizá sencillamente el más grande intérprete de guitarra eléctrica que el mundo conoce.

Jeff Beck, el hombre que nunca estuvo allí

Les Paul y Mary Ford. Él inventó la moderna guitarra eléctrica y fue la primera influencia de Jeff beck.

A principios de los años cincuenta no resultaba nada frecuente escuchar una guitarra eléctrica en la radio, ni siquiera en los Estados Unidos. La música que sonaba en las ondas estaba dominada por los pianos, los vientos y las orquestas; no había mucho sitio para cuerdas de acero y amplificadores. Las pocas que sonaban eran prácticamente electroacústicas y solían ser tañidas con el cuidadoso mimo del jazz o del country. Aún no había estallado la fiebre del rock&roll, en la que las guitarras punzantes cobrarían un creciente protagonismo. Pero unos años antes de la revolución ya existía algún loco de la electricidad que disfrutaba extrayendo sonidos afilados de su flamante instrumento amplificado, aunque fuese en el contexto de canciones escritas en un estilo más típico de los años cuarenta. Ese loco era Les Paul, el hombre que inventó la guitarra eléctrica de cuerpo sólido, sin una caja de resonancia hueca como las electroacústicas anteriores. Vamos, él fue el padre de la moderna guitarra eléctrica y a muchos les sonará el nombre aunque sólo sea porque la marca Gibson —que junto a Fender forma el dúo sagrado de fabricantes de guitarras eléctricas— bautizó así al más legendario modelo de guitarra fabricado por ellos, la célebre Gibson Les Paul, que él diseñó y que tantos músicos han usado y siguen usando. Además de su papel como inventor del instrumento, Les Paul era un consumado guitarrista que había colado varias canciones en las listas de éxitos, canciones en las que podían comprobarse sus nada desdeñables habilidades como solista. Para muchos oyentes, aquellos nuevos sonidos que el virtuoso Les Paul estaba ayudando a promover eran poco más que una extravagancia; la gente todavía no tenía demasiado claro qué era aquello de la “guitarra eléctrica” y muchos hasta llegaban a imaginar que aquel instrumento eléctrico permitía hacer filigranas a gente que no tuviese demasiada habilidad, como si fuese una especie de robot que prácticamente se tocaba solo. Si a alguien le extraña esta forma de pensar, es que en pleno siglo XXI no ha escuchado aquello de que “claro, con la eléctrica es más fácil”. Pero, con todo, Les Paul se había convertido en una estrella junto a su esposa, Mary Ford, que ponía voz a sus composiciones, además de ser también una buena guitarrista (¡eléctrica, por descontado!). El matrimonio solía actuar con frecuencia en televisión —ambos bien armados de sendas guitarras eléctricas, ¡nada de moñadas folk!— y deleitaban al público con toques de humor musical y pequeños trucos guitarrísticos que la gente no estaba acostumbrada a ver, como el uso de armónicos y otras sonoridades que podían extraerse de aquel nuevo tipo de guitarra. Les Paul y Mary Ford estaban ayudando a provocar una revolución con sus Gibson.

Pero crucemos el charco y viajemos a las islas británicas. Allí, la música norteamericana había colonizado las ondas desde mucho tiempo atrás y cientos de miles de oyentes a lo largo de todo el país se iban familiarizando con ñas nuevas modas que llegaban de los Estados Unidos. Entre esos oyentes estaba una mujer inglesa que un buen día tenía la radio encendida mientras fregaba los platos en la cocina. Podría parecernos un ama de casa cualquiera, pero lo cierto es que la mujer tenía intereses musicales y solía tocar el piano que había en la casa. La música, pues, se respiraba en el ambiente. La canción que aquel día estaba sonando —poco podría sospecharlo ella— tendría una enorme influencia sobre su pequeño hijo de seis años, Geoffrey Arnold Beck, más conocido como Jeff.  Era uno de tantos éxitos de Les Paul y Mary Ford. Captando al vuelo aquel sonido que nunca había oído antes, el niño se quedó hipnotizado por el extraño instrumento que, desde la radio, parecía hablarle directamente a él. Preguntó a su madre: “¿qué es eso que suena?”. Y su madre, no sin cierto aire despectivo, respondió: “es una guitarra eléctrica, pero sirve sobre todo para hacer trucos”. Pero al niño no le importó que fuese “un truco”. Decidió que imitar la forma de sonar de aquel objeto desconocido era su nuevo objetivo en la vida, y que quería hacer esos sonidos por sí mismo. Poco después empezó a tocar cualquier guitarra acústica que cayese en sus manos, generalmente la de algún amigo, porque él todavía no podía comprarse una y menos aún tener acceso a una verdadera guitarra eléctrica. Pero no se desanimó. Incluso intentó fabricarse una guitarra él mismo, construyendo el cuerpo con cajas de tabaco vacías y una tabla de una verja de jardín haciendo las veces de mástil, con los trastes directamente pintados sobre la madera. Con la adolescencia, como suele suceder, aquella fijación con la guitarra no disminuyó, sino que fue a más. Y se convirtió en una obsesión cuando estalló el rock&roll: ahora la guitarra eléctrica no era solamente un instrumento que emitía sonidos fascinantes… ahora la propia música le resultaba también fascinante, como a tantos otros jóvenes de la nación. El pequeño Jeff Beck descubrió a uno de los discípulos más aventajados de Les Paul: se trataba de Cliff Gallup, el inolvidable guitarra solista de los Blue Caps, la legendaria banda de acompañamiento de Gene Vincent. Gallup, con su desenvuelta chulería, sus movimientos y sus típicos gritos, fue uno de los primeros iconos de la guitarra rock y probablemente el máximo ídolo de Jeff Beck. Curiosamente, aunque ha sido uno de los guitarristas más carismáticos de la historia, Gallup pasó el resto de su vida trabajando en el mantenimiento de instalaciones escolares, y limitándose a actuar y grabar con grupos locales de su zona de residencia. Cliff Gallup, que tenía más estilo en su forma de mascar chicle que la discografía entera de grupos modernos. En fin.

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Beck no llegó a estar ni dos años con los Yardbirds, pero fue el periodo más exitoso de la banda.

Finalmente Jeff Beck tuvo acceso a una guitarra eléctrica con la que continuar su aprendizaje y poder imitar a sus iconos, atravesando la típica etapa de tocar en grupos locales con amigos de su edad. Poco a poco, el boca a boca sobre su creciente habilidad con la guitarra le permitió ir haciendo contactos en el mundillo musical. Su entrada definitiva en la flor y nata del negocio musical se produjo cuando Eric Clapton abandonó los míticos Yardbirds, quienes se encontraron con la difícil tarea de buscarle un sustituto. En la Inglaterra de 1965 no había muchos guitarristas que pudieran cubrir una baja como la de Clapton. Los Yardbirds pensaron inicialmente en Jimmy Page, un solicitadísimo guitarrista de estudio que años después alcanzaría la gloria con Led Zeppelin, pero que por entonces se conformaba con el cómodo papel de mercenario para otros artistas. Page declinó la oferta pero les recomendó a un guitarrista que había conocido: Jeff Beck. La recomendación de un músico joven pero prestigioso como Page no era poca cosa, así que Beck terminó ocupando el cotizado —pero comprometido— puesto de sustituto de Clapton. No tuvo demasiado problema para cubrir las expectativas. Su estancia en los Yardbirds marcó el periodo más exitoso de la banda, con un giro hacia una música más psicodélica no tan basada en el blues, lo cual había sido motivo del abandono del purista Clapton. Su etapa con los Yardbirds hizo que la bulliciosa escena musical británica conociese a aquel nuevo prodigio llamado Jeff Beck, cuyo prestigio llegó incluso a saltar el Atlántico. Jimmy Page, que inicialmente había declinado ingresar en la banda, se lo pensó mejor y finalmente entró también como segundo guitarra, con lo que los Yardbirds contaban con una pareja de “hachas” excepcional. Pero la conjunción entre ambos duró poco. Menos de dos años después de haberlo contratado, los Yardbirds se deshicieron de Jeff Beck, hartos de su carácter difícil, de su mal temperamento y de sus imprevisibles arrebatos. El guitarrista era irascible, perfeccionista hasta el extremo y propenso a perder la compostura. Lo cual quedó irónicamente reflejado en una secuencia (ficticia) de la película Blow Up, en la que aparecían los Yardbirds fingiendo actuar sobre un escenario, mientras sonaba su famosa versión de Train kept a-rollin’. El director Michelangelo Antonioni quería captar lo más “in” de la escena musical inglesa y había oído que el guitarrista de un grupo solía destrozar su instrumento en cada concierto, pero no sabía exactamente quién (evidentemente, se trataba de Pete Townshend de The Who). Así que durante el rodaje de la secuencia con los Yardbirds, Antonioni pidió a Jeff Beck que simulara enfurecerse con un equipo defectuoso y que a continuación destrozase su guitarra. Lo más divertido es que Jeff Beck no solamente destapó sus esencias como actor e interpretó la secuencia a la perfección —se lo veía realmente cabreado con su amplificador, aunque estuviesen en una película— sino que, quizá sin pretenderlo, daba una muestra de lo que era su personalidad habitual, esa misma personalidad que sus compañeros de banda terminaron por no soportar más. Como curiosidad, en la misma secuencia aparece un jovencísimo Jimmy Page sonriendo.

Durante la exigua veintena de meses en que permaneció con The Yardbirds, Jeff Beck se hizo un nombre en la escena musical y se convirtió en uno de los guitarristas eléctricos más respetados del mundo. Casi cualquier músico de la escena rock británica empezó a hablar de él con reverencia. Incluso el norteamericano Jimi Hendrix —el nuevo rey del cotarro— se deshacía en elogios hacia su forma de tocar; no en vano, una de las condiciones que Jimi Hendrix “impuso” —es un decir— a su nuevo manager para viajar a Inglaterra era poder conocer a Clapton y a Beck. Todos los músicos veían algo especial en Jeff Beck: tenía un enorme potencial y además parecía dispuesto a absorber las nuevas influencias como una esponja. Fundamentalmente, cómo no, las que provenían de Hendrix, quien estaba poniendo el mundo de la guitarra patas arriba.

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Primera formación de The Jeff Beck Group, con las futuras superestrellas Rod Stewart y Ronnie Wood.

Tras su salida de Yardbirds, Jeff Beck se convirtió en el guitarra “soltero” más cotizado de la nación. Los Rolling Stones, que habían perdido a Brian Jones, intentaron hacerse con sus servicios. Él consideró la idea, dado que el puesto de guitarrista en los Stones era jugoso, pero terminó declinando la oferta. Si lo habían echado de The Yardbirds a causa de su carácter, difícilmente podría haberse adaptado al baile de egos de los Stones, y mucho menos haber pretendido que los Rolling —buenos músicos pero no virtuosos técnicamente— le siguieran el ritmo en la música que tenía previsto crear. También Pink Floyd quisieron contar con Jeff Beck entre sus filas. Acababan de expulsar a su guitarrista Syd Barrett, quien estaba perdiendo la cabeza a causa del abuso de LSD y se pasaba todo el tiempo colgado en una nube, y ahora necesitaban a un sustituto, aunque ya contaban con la baza de Dave Gilmour. Aunque ansiaban hacerse con Jeff Beck, no llegó a suceder y ni siquiera se reunieron para hacer una prueba porque, como ellos mismos recordarían más tarde con sencillez: “queríamos fichar a Jeff Beck pero ninguno de nosotros se atrevió a pedírselo”.

De todos modos, el papel de contratado de lujo en una gran banda consagrada no le bastaba. Eric Clapton había alcanzado el megaestrellato gracias a su breve etapa en Cream, donde había podido dar rienda suelta a sus afanes experimentales con dos compañeros que estaban a su altura, instrumentalmente hablando. El norteamericano Jimi Hendrix había llegado incluso a superar al propio Clapton en popularidad y prestigio con The Jimi Hendrix Experience. Incluso Jimmy Page había empezado a usar a The Yardbirds como plataforma para autopromocionarse. Jeff Beck pensaba que también tenía algo que aportar en una banda construida en torno a él mismo, y no simplemente ejerciendo como sustituto de lujo en un grupo ya existente, por exitoso que fuera. Así pues, con la idea de tener finalmente una formación donde fuese él quien mandabal, creó The Jeff Beck Group. El formato estaba basado en los “power-trios” de Hendrix y Clapton, pero Beck no cantaba, así que buscó también a un vocalista y cerró la banda como cuarteto. Fichó a un todavía desconocido Rod Stewart como cantante, y a Ronnie Wood (hoy en los Rolling Stones) como bajista. Irónicamente, ambos terminarían siendo más famosos que él.

The Jeff Beck Group seguía en principio la dirección de Jimi Hendrix y Cream: un blues-rock ruidoso con tintes de psicodelia. Aunque Beck le añadió el mismo toque que había dado a la música de The Yardbirds,  unos ritmos más potentes y sincopados, un sonido más “duro” basado en potentes “riffs” de guitarra, aunque también con espacio para canciones más suaves basadas en emotivas melodías instrumentales. Su antiguo compañero Jimmy Page se inspiró en el formato de The Jeff Beck Group para reformar los Yardbirds e imitar el nuevo sonido de Jeff Beck con The New Yardbirds, que en muy poco tiempo serían bautizados como Led Zeppelin y alcanzarían un monstruoso éxito mundial, haciendo olvidar a mucha gente que Jeff Beck había sido el primero.

Tras un par de grandes discos con su nueva banda, Truth (1968) y Beck-Ola (1969), el inquieto Beck volvía a dar muestras de una de sus características básicas: el inconformismo. Los dos álbumes habían sido bastante exitosos —aunque Led Zeppelin empezaban a adelantarlos por la derecha— pero Beck, por entonces muy dado a aburrirse rápidamente de los grupos con los que trabajaba, ya estaba pensando en nuevos proyectos. Acariciaba la idea de unirse al bajista Tim Bogert y al batería Carmine Appice, ambos procedentes de la banda Vanilla Fudge, para formar una “superbanda” de tres miembros con la que asolar los escenarios. Los tres tenían querencia a ese estilo de rock contundente que terminaría siendo conocido como “hard rock” y pensaban que podrían funcionar bien juntos, pero cuando la cosa estaba tomando forma, Jeff Beck sufrió un grave accidente de coche en el que sufrió severas heridas, incluyendo alguna fractura de cráneo. Milagrosamente, el guitarrista sobrevivió sin demasiadas secuelas, pero no sin estar hospitalizado durante una larga y dolorosa temporada. Tardó más de año y medio en recuperarse. Mientras, Bogert y Appice formaron Cactus, una banda que estaba, más o menos, en la onda de lo que Beck había pretendido hacer con ellos.

Cuando finalmente pudo volver a tocar, decidió retomar el Jeff Beck Group para volver a la carga. Rod Stewart y Ron Wood se habían marchado para formar The Faces, banda con la que grabar un rock más sencillo y divertido, lejos de las manías y mal carácter de su anterior jefe. Pero Beck no tardó en encontrar otro vocalista, Bobby Tench, además de hacerse con los servicios del espectacular batería Cozy Powell. Con ayuda de ambos The Jeff Beck Group grabó dos nuevos discos: Rough and Ready (1971), que por primera vez tuvo una recepción discreta por parte del público. Y sobre todo el álbum Jeff Beck Group (1972), que le devolvía el éxito anterior y que contiene una de las exhibiciones de electricidad más legendarias de Jeff Beck, una canción que marcó a muchísimos guitarristas en el futuro. Se trata de Goin’ down, una canción originalmente escrita por Don Nix, pero que como había sucedido con Hey Joe y Jimi Hendrix, quedó para siempre asociada al nombre de Jeff beck gracias a su inmejorable versión. Como decimos, una de las exhibiciones más apabullantes de lo que puede hacerse y expresarse con una guitarra eléctrica a todo volumen. Veinte años después de que el pequeño Beck hubiese escuchado los fraseos de Les Paul en la radio, daba su propia lección a los más jóvenes. La canción influyó a innumerables guitarristas de las siguientes hornadas, gente como Stevie Ray Vaughan, Joe Satriani, Steve Vai, Eddie Van Halen, Slash… no en vano hubo otra generación de niños prendados por aquellos extraños sonidos que procedían una vez más de la radio.

Por entonces volvía a conocer el éxito al frente de The Jeff Beck Group, pero se cansó una vez más y nuevamente contactó con Tim Bogert y Carmine Appice, quienes no habían conseguido que Cactus despegara comercialmente. Llegaron a un acuerdo, así que disolvió The Jeff Beck Group y formó un power-trío llamado sencillamente Beck, Bogert & Appice, con el que iba a escribir una nueva y brillante página en su biografía.

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Beck, Bogert & Appice: lo de tocar suave pop melifluo a bajo volumen no iba con ellos.

Por entonces su guitarra ya había enamorado a músicos más allá de las fronteras del rock. Uno de los principales fans de Jeff Beck era Stevie Wonder, quien llegó a escribir una canción especialmente pensada para que Beck la interpretara. Stevie llevaba tiempo ansioso por colaborar con él y lo llamó al estudio para hacer jams y tocar juntos. Una vez allí, a Jeff Beck se le ocurrió un ritmo de batería particular, que llamó la atención de Wonder. Basándose en ese ritmo, Stevie completó una canción llamada Superstition, con la intención de cedérsela a Jeff Beck para que la interpretase en su propio estilo. Pero Berry Gordy, el jefazo de Motown, oyó el tema y vio que aquello era un éxito en potencia. Obligó a Stevie a grabarla antes, así que Superstition terminó siendo editada en el siguiente LP de Stevie Wonder, Talkin’ Book. Donde, por cierto, podemos escuchar la guitarra de Beck en una de las canciones, haciendo un delicado y cristalino solo bastante alejado de su estilo habitual por entonces, con fraseos que nos traen a la memoria aquellas guitarras de Les Paul que Beck había escuchado en su infancia. Aunque Superstition se convirtió en un gran “hit” en manos de Stevie Wonder, Beck no renunció a grabar su propia versión para incluirla en el primer (y único) disco en estudio de Beck, Bogert & Appice (de 1973, titulado simplemente con el nombre de la banda) con lo que podemos hacernos una buena idea de lo que Stevie Wonder esperaba encontrar cuando el tema fuese grabado por el guitarrista a su manera (mención aparte merecen los fantásticos juegos de voces de Bogert y Appice, desde luego).

Con Beck, Bogert & Appice, Jeff Beck logró un éxito similar al obtenido con Jeff Beck Group y además el trío se ganó muchos elogios por su demoledor directo, que sonaba como una versión más dura y cortante de Cream. La crítica estaba fascinada por aquella conjunción de músicos y se preguntaba qué podrían hacer en el futuro, pero el carácter volátil de Jeff Beck hizo nuevamente aparición y surgieron grietas en el ambiente interno de la formación. El trío, pese al prestigio que habían acumulado en muy poco tiempo, no tardó en disolverse. Aquello sorprendió a mucha gente, y Jeff Beck empezó a arrastrar una muy merecida fama de no ser capaz de durar demasiado en ningún proyecto.

Aunque aún resultaría más sorprendente la siguiente jugada del guitarrista, cuando empezó a despistar a propios y extraños con cambios de estilo inesperados, que en ocasiones le reportaron un éxito todavía mayor del que había conocido hasta entonces, y que más tarde provocaron que el grueso del público fuese olvidándose de él. Pero fue con esos cambios con los que, si bien desapareció progresivamente de las portadas, se convirtió en el guitarrista eléctrico de su generación —y probablemente de todas las generaciones— que más profundamente ha evolucionado, hasta el punto de convertirse en un nuevo revolucionario décadas después de haberlo sido por primera vez en la escena londinense de mediados de los sesenta. Un buen día, Jeff Beck decidió que le importaba más mejorar con su guitarra y explorar las posibilidades de su instrumento que tratar de captar la atención de una audiencia que cada vez lo entendía menos. Las contradicciones en ocasiones exasperantes de Jeff Beck iban a causar la aparición de un nuevo monstruo de la guitarra. Habría una versión 2.0 de Jeff Beck que, increíblemente, terminaría por ser mejor incluso que la anterior.

Emilio de Gorgot

 

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