Revista Arte

Jes Holtsø & Morten Wittrock Band

Por Peterpank @castguer

Jes Holtsø & Morten Wittrock Band

CD

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Pensaba que de nuevo vuelve a la palestra el mito de Caín y Abel, no porque hubiera dejado de estarlo alguna vez,  sino porque su ancestral beligerancia parece retomar un más que preocupante protagonismo a medida que la crisis sistémica en la que estamos incursos se va haciendo cada vez más irreversible.

Caín representa, según la cosmología bíblica recogida en el Génesis, el símbolo del Mal, de lo maldito, de la proscripción eterna; mientras que Abel, por el contrario, es el símbolo del Bien, de la magnanimidad y la generosidad, aunque el texto sagrado no explique las razones del favor divino hacia el primero que provocaron la acción sanguinaria del segundo.

Dicho en otras palabras, el mismo Génesis parece consagrar el principio dualista del Bien y del Mal, o lo que es lo mismo, el principio del enfrentamiento, la división, la separación y la ruptura “irreversible” de esa Unidad primigenia de la que también habla la Biblia, aunque nadie sepa con exactitud quién la escribió y por encargo de quién, aunque los cinco primeros libros conocidos como el “Pentateuco” sean atribuidos al profeta Moisés.

No es mi intención abordar aquí los mil y un enigmas que rodean al origen de los tiempos, ni los motivos más que sobrados para poner en cuarentena la cronología histórica, ni tampoco lo es el profundizar en los contenidos de las sagradas escrituras, sino que el objetivo de esta reflexión es analizar la oscura y parece que “eterna” vigencia del mito alegórico de Caín y de Abel desde la noche de los tiempos.

Dejando a un lado las revolucionarias aportaciones de la física cuántica demostrando  la existencia de la realidad como mera ilusión; obviando, asimismo, las esclarecedoras contribuciones de la psicología transpersonal en el camino hacia la Verdad,  y haciendo abstracción también de esos oasis de luz que la experiencia personal de cada cual permiten vislumbrar más allá de la apariencia, somos muchos los que hemos llegado a la conclusión de que, desde el principio de los tiempos, se ha pretendido confundirnos, enfrentarnos y mantenernos separados, los unos de los otros, mediante cualquier excusa, pretexto, artificio o subterfugio, alegoría que parece remontarse a los albores de la cronología bíblica.

Piénsalo bien, ¿por qué en esos “oasis” de lucidez espiritual, en  esos momentos de templanza y de “éxtasis” que todos hemos experimentado alguna vez y en los que  todo parece estar en orden y armonía, adquiere un inefable sentido la Unidad con el Todo?, ¿se trata de una experiencia cercana al paroxismo o la locura, o se trata, más bien, de una aproximación a lo “real”, justo cuando emerge la Conciencia más profunda, más allá de la tercera densidad que es en la que habitamos?

Lamentablemente, esos “oasis” son escasos en nuestras vidas, no porque no puedan ser mucho más frecuentes, sino porque la frecuencia en la que vibramos, no nos permite gozar de experiencias como ésas, responsabilidad, en última instancia, nuestra, aunque existan muchos intereses ajenos encargados de ridiculizarlas cuando se manifiestan o de tildar a quién las testimonia de loco o de iluminado.

Se trata de tenernos confundidos, esa es la clave, disociados, disgregados; se trata de tenernos enfrentados permanentemente, no ya sólo a través de la guerra entre naciones, ideologías, religiones, etnias, nacionalismos o cualquier otro detonante, sino, de un tiempo a esta parte, con estrategias mucho más sutiles como son generando miedo, egoísmo, insensibilidad, aislamiento, soledad, incomunicación, odio y envidia entre quiénes convivimos, sean nuestros vecinos, compañeros de trabajo, amigos o los propios familiares.

De lo que se trata, es de que no perdamos nunca la “convicción” de ver al otro como rival o como enemigo, en esto  consiste este “juego” maquiavélico manejado desde, tiempos inmemoriales, por alguien muy interesado en que el ser humano continúe perdido en el reino de las sombras, empeñado en percibir al otro como ajeno a él en vez de como proyección de su propio yo, como enemigo en vez de colaborador, y como  rival en vez de un cooperador necesario e imprescindible en el proceso de integración.

Para la consecución de esta adormidera permanente en la que estamos anclados, ha valido y sigue valiendo todo, desde la violencia y el terror cuyo máximo colofón ha sido la guerra en nombre de nacionalismos, credos, ideas o razas, hasta otras estrategias actualmente más sutiles y  efectivas,  como crear la falsa ilusión de un bienestar material al precio de la devastación de los valores éticos más elementales, el embrutecimiento del ser humano ha conseguido alejándolo de la Naturaleza y de sus orígenes ancestrales,  corroyendo su capacidad creativa y autogestionaria y, sobre todo, “entreteniendo” a la población con desquiciantes experimentos de ingeniería social con la que la industria publicitaria y consumista ha llevado al ser humano a las mismas fronteras del olvido de sí mismo.

Y mientras nos tienen entretenidos y la crisis se agudiza día a día, cada vez son más las gentes condenadas a vivir en condiciones infrahumanas, realidad impulsada por un Caín y un Abel que cabalgan de nuevo a lomos de unos mass media cuya misión  es, en medio del caos y de la confusión, enfrentar a todos contra todos, esto es a trabajadores contra empleadores; activos contra parados; ciudadanos contra políticos; varones contra feministas; ricos contra pobres; nacionales contra extranjeros; cívicos contra mendigos; creyentes contra ateos; pudientes contra menesterosos; legales contra “sin papeles”; jóvenes contra ancianos; hijos contra padres; sanos contra enfermos; estatalistas contra anti sistemas;  urbanitas contra ecologistas,…………., y un infinito etcétera hasta hacer una lista que sería interminable.

Múltiple polaridad esta ilusión mental creada artificialmente, y alimentada por el fuego de aquella separación dual primigenia, que tanto daño y sufrimiento han causado desde siempre, escenario en el que el ser humano ha perdido la brújula de su esencia, convirtiendo su existencia en un conflicto permanente de intereses y un calvario desintegrado de pequeñas piezas sin sentido donde nadie gana y todos pierden y donde a cada uno le toca desempeñar, según el momento y en tanto el proceso disgregador permanezca, los roles de Caín y de Abel indistintamente.

La ilusión consiste en que Caín y Abel representan el arquetipo de la fragmentación de la unidad del ser humano, el proceso de su disociación, tras ser expulsados Adán y Eva, sus padres, del alegórico Paraíso, que más que un lugar físico representa un estado de paz y armonía que se perdió cuando quebró su sentido de la Unidad, viéndose abocado al enfrentamiento y a la separación.

Como consecuencia de este proceso disgregador, todo se relativiza, dependiendo de la perspectiva desde la que sea contemplada la realidad que, aun siendo única, percibimos de forma múltiple, al partir de la falsa creencia de que lo ajeno no nos pertenece, cuando, en realidad lo ajeno, es la otra cara de la misma moneda, al igual que el Bien y el Mal y el Yin y el Yang, y como lo han sido siempre también el Caín y el Abel cuyo proceso reintegrador conduciría a la Unidad, objetivo último de la existencia, tal y como así ha sido transmitida esta Enseñanza desde el principio de los tiempos por parte de los saberes más ancestrales.

Sólo en la medida en que el proceso de crecimiento de la Conciencia vaya expandiendo su comprensión, lo ajeno dejará de ser contemplado como tal y la diferencia que separa, dejará se serlo para integrarse como algo propio, o lo que es lo mismo, el mito de Caín y de Abel perderá vigencia al tiempo que el regreso al Paraíso resultará irreversible.

Todo lo que no se integra, se convierte en patológico” ( Carl Gustav Jump )

Que os guste la música!

Jes Holtsø & Morten Wittrock Band


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