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Josep M. de Sagarra – La cultura del dolor

Publicado el 27 septiembre 2011 por Jordiguzman

Josep M. de Sagarra – La cultura del dolor

Hoy se cumplen cincuenta años del fallecimiento de Josep M. de Sagarra (1894-1961), escritor, poeta, dramaturgo y periodista catalán de notable éxito. También fue traductor de Dante, La divina comedia, de Shakespeare, Moliere o Gogol. Entre 1929 y 1936 publicó semanalmente unos artículos en el semanario Mirador con el titulo  L’aperitui (El aperitivo) en donde escribía sobre temas de actualidad, llegando a publicar más de 360.

Como él mismo definió posteriormente era: “un comentario de tema libre, redactado en un estilo que participaba de la columna periodística y del poema en prosa“. En el año 2004 editaron 186 de dichos artículos en un libro titulado El perfum del dies (El perfume de los días) editado por Quaderns Crema del que he traducido a trancas y barrancas un articulo publicado el 12 de diciembre de 1935. Resulta curioso como en algunas cosas – no todas – parece que pocas cosas han cambiado desde hace 76 años y que quejarse de la falta de cultura y criterio de los semejantes es lo habitual desde la Grecia antigua. Acertada y moderna es su apreciación de esa “cultura del dolor” que hoy en día vemos día si y día también en todas las televisiones y medios de comunicación. Hace casi un año ya le dediqué un post a otro de sus artículos, más abajo esta en enlace.

LA CULTURA DEL DOLOR

Se puede afirmar, sin miedo a equivocarse mucho que a pesar de la enorme producción de letra impresa que cada día se entrega al mercado. Los hombres en general saben hoy mucho menos cosas que hace cien o doscientos años atrás. Es evidente, pero, que hoy en días los conocimientos están más al alcance de todos, que hay infinitos medios para que las personas se enteren con una cierta rapidez de todo aquello que es necesario para formar la base de una cultura sobre cualquier ramo o materia. También es evidente que los hombres viajan mucho más y que es muchísimo superior el número de individuos que pueden entender e incluso hablar y escribir una o unas cuantas lenguas, además de la que les es natural y propia. Pero a pesar de todas estas cosas, se puede decir que el noventa y cinco por ciento de los humanos se tragan la dosis de cultura necesaria para ir tirando, con la rapidez y facilidad con que se tragan un comprimido de aspirina para liberarse de un dolorcillo pasajero. La inmensa mayoría de la humanidad (especialmente en nuestros países de clima benigno) con cuatro hojas de periódico, por encima de las cuales pasan los ojos con una rapidez sin contemplaciones, ya tienen bastante para ir tirando y para intervenir en las conversaciones y para producir las ideas del día. Y, en muchísimos casos, la radio sustituye el periódico con ventajas para quien la escucha, pues le hace falta menos esfuerzo y le dan las nuevas del día y los elementos de cultura en forma de comprimido mucho más tragable porque lo aliñan con  música.

Hoy en día las librerías viven exultantes de volúmenes y de novedad científica y literaria, pero al hombre medio, de todas las fortunas, esto no le interesa. Antes, hablo de cien años atrás, toda persona de cierta posición social tenía el deber de interesarse por alguna cosa que tuviese un cierto aire espiritual. Como que esa persona iba más lentamente que la gente de hoy en día, y no le habían puesto este motor idiota que todos llevamos en la presente época, tenía más tiempo para todo, tenía tiempo para meditar, para digerir, para asimilar aquello que formaba la base de su cultura, y esa persona, sin ser un profesional de las ideas, podía elaborar ideas propias que le servían para contemplar los atardeceres o las salidas del Sol.

Hoy en día, en que el nivel de la cultura y del pensamiento cada día es más bajo, se puede observar, pero, como a cada momento se crea un deseo de cultura, o una necesidad de cultura, que en ocasiones no pasa de ser una mera curiosidad o un cotilleo, pero que de una forma u otra crea conocimiento.

Este hecho es producido por el dolor (un dolor físico, un dolor moral, una desgracia, etc.); es lo que podríamos denominar la cultura del dolor. El hombre necesita que se produzca un desastre, de la forma y cantidad que sea, para interesarse a enriquecer sus conocimientos. Imaginaos, por ejemplo, una familia de tranquilos comerciantes, fuertes en aritmética y otras ciencias aptas para estrujar pacíficamente al prójimo. Esta buena familia que no se ha interesado nunca, ni el padre ni la madre ni las tías, por nada que haga referencia a las ciencias biológicas, tienen del cuerpo humano y de su funcionamiento una idea aproximada como de la que se tiene de un desván de trastos viejos, Un buen día, el padre, la madre o la tía son víctimas de un grave conflicto que se les ha producido en el hígado, pongamos por caso. Aquella buena gente consultan médicos especialistas y empiezan a tener una cultura sobre el hígado; si el enfermo y la enfermedad son de importancia, se crea un estado de preocupación la familia irradia a todos sus conocidos y amistades, en todo donde tenga relación o influencia, esa preocupación por el hígado, sobre la existencia, funcionamiento y patología del hígado. De esa manera, un núcleo humano cualquiera ha descubierto, y ha convertido en cotilleo, curiosidad o cultura, aquello que les ha servido el hígado de un señor conocido.

Este ejemplo de la cultura producida por el dolor se puede ir viendo en todos los campos y en todas las esferas, desde las más altas, hasta las más grandiosas catástrofes.

Sin ir más lejos, ahora vivimos un fortísimo caso de rápida y apasionada cultura producida por el dolor. Se trata de la guerra de Etiopia. Son miles las personas que, en nuestra ciudad, sin ir más lejos, han adquirido una serie de conocimientos geográficos y etnográficos que, sin el dolor, sin la cruenta y sensible catástrofe de una guerra, no habrían adquirido nunca.

¿Cuantos barceloneses ahora hace un año tenían idea de la existencia de Addis Abeba o del mapa de Etiopia? Yo estoy segurísimo que no llegaban ni mucho menos a un medio por mil. Exceptuando de algunos estudiantes, que casi tienen una idea mecánica de las cosas, a pesar de los grandes inventos de la pedagogía, porque la pedagogía moderna es una de las más autenticas encerronas que se conocen, estoy convencido de que la mayoría de señores que barajan un centenar de ideas por los cafés, los despachos y las casas particulares, tenían un concepto de Etiopia, de sus costumbres, de su organización política y social, de una vaguedad aproximada a la vaguedad de mis conocimientos sobre las penas eternas del infierno. Pero en este caso, como en muchísimos casos, el dolor fatalmente ha producido una cultura. Y yo encuentro lamentable que tenga que ser el dolor el que distraiga por unos momentos la banalidad de nuestra época, y le imponga el deber de abalanzarse sobre las cosas de enterarse de que son y cómo son las cosas.

Josep M. de Sagarra 12-XII-1935

El perfum dels dies. Edició de Narcís Garollera. Quaderns Crema 2004

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