Revista Cultura y Ocio

Juan de Palafox: diez años de su beatificación

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

Juan de Palafox: diez años de su beatificaciónEl día 5 de junio de 2011, en la Catedral de Osma tuvo lugar la beatificación de Juan de Palafox, Virrey de Nueva España, arzobispo electo de México, obispo de Puebla de los Ángeles y, después, de Osma-Soria. Se cumplen ahora diez años de ese acontecimiento, tan largamente deseado y preparado.

Recordemos que Palafox fue el primer editor de las Cartas de Teresa de Jesús, en 1658. Además, su madre ingresó como carmelita descalza en el convento de Tarazona, algo que lo vinculó para siempre a nuestra familia religiosa.

Hoy ofrecemos a los seguidores de este blog dos documentos en homenaje a esta gran figura, aún no suficientemente conocida:

El primero de ellos es un fragmento de una carta de Palafox a sus diocesanos de Puebla de los Ángeles en 1647, titulada «Suspiros de un pastor ausente» escrita desde su refugio en los montes. Es un desahogo en diálogo con Dios, con sus diocesanos y con los que han contribuido a llevarlo a la situación en que se encuentra. Son palabras que hablan por sí mismas de la altura moral de este pastor en medio de la persecución:

«A Vos suplico que, pues sabéis lo más interior de mi alma y que sólo mi intento ha sido acertar en lo que he obrado, recibáis mis deseos y que perdonéis mis obras. Vos sabéis, Señor, que el Santo Concilio Tridentino es el tesoro de la Iglesia, donde resplandecen las verdades de la Fe, en cuya santa obediencia y creencia consiste el bien de los fieles, y que en las Bulas Apostólicas consiste también nuestra dirección, erudición y enseñanza, pues aquella suprema Silla Romana es la madre, cabeza y maestra universal de todas las Iglesias. Estas Bulas, este Concilio, Señor, deseé ejecutar y cumplir, y que se cumpliesen y guardasen. Si erré en el modo, perdonadme, Señor, y, si no, defendedlo.

Bien sabéis, Señor, que mi deseo es y ha sido de paz, y que daré mi sangre por ella, pues la paz es el consuelo de las almas, el gozo de los fieles, la seguridad de las repúblicas, la disposición de la santa y verdadera doctrina, la corona de los reyes, el consuelo de los súbditos, la alegría de lo temporal, la mejor disposición para lo eterno. Con la paz, todo lo bueno crece y lo malo descaece; con la discordia, todo lo malo crece y todo lo bueno perece. Y así, la buena paz, Señor, siempre la he deseado y procurado: una paz entre el Criador y las criaturas y sus santos Mandamientos y reglas; una paz entre los vasallos y su rey y sus leyes; aquella paz que nos enseñasteis, cuando dijisteis a vuestros Apóstoles que les dejasteis vuestra paz (cfr. Jn 20, 21). No la paz del Profeta cuando dijo « Paz, paz, y no había paz » (Jr 6, 14), sino aquella que resulta de que Vos, Dios mío, seáis servido y obedecido. Esta es la que he procurado y promovido con los medios más eficaces, prudentes y moderados que he sabido. Si erré en el modo, Señor, perdonadlo, y si no erré, defendedlo.

Vos sabéis Señor, que desde que llegué a estas provincias, en los puestos seculares que he servido, todo mi deseo ha sido de acertar; y aunque con obras imperfectas, hijas de mi miseria y flaqueza, he conservado un intento constante, porque Vos me le dais y ayudáis a que le tenga, de que Vos seáis glorificado, vuestro servicio promovido, el rey obedecido, su justicia respetada, sus ministros amados y temidos, sus vasallos aliviados y amparados. Después de esto, habré errado en muchas cosas; en lo que erré, perdonadlo, y, si en algo he servido, recibidlo.

Vos sabéis, Señor, que no he puesto mi corazón en la codicia, y que aborrezco, por vuestra misericordia, cuanto no os agrada a Vos, y que cuanto tengo de renta lo he dado, y mucho más de lo que tengo; y no, Luz mía, a gastos ni vanidades, ni a intentos ajenos de vuestra Ley, pretensiones o locuras de este género, sino a los que yo creí que os agradaba en dárselo, esto es, a los pobres y obras pías y otros como éstos. Y no he hecho nada, Señor, en restituir la hacienda de los pobres a los pobres, pues nunca ha sido ella mía, sino suya, ni es fineza pagar, sino obligación. Después de esto, si en el modo o la sustancia o prodigalidad, me he apartado de aquello que era mejor, o debido, perdonadlo; y si en esto os he servido, recibidlo.

Finalmente, Gloria Eterna, Vos sabéis el ardor de mis deseos, la flaqueza de mis obras, y que quisiera mi corazón que fueran éstas como Vos me dais aquéllos. Cuando yerre, Señor, (en cuanto obro es mi intento acertar)  mirad más a mi intención que a mi acción. No censuro, Señor, las causas que han obligado a estos efectos a unos y otros: Vos nos habéis de juzgar, sea con misericordia.

Almas justas y devotas, no lloréis a los que penan por Dios, llorad a los que le ofenden (si hay alguno que le ofenda). No hay más mal en esta vida, que las culpas; que no son males las penas. Lloradme, cuando viereis que le ofendo, no lloréis cuando viereis que le busco. No lloréis a vuestro Pastor, que ahora lo comienza a ser. No es ser Pastor, vivir muy regalado, muy servido, muy respetado; eso sólo, es llevar su sueldo el Pastor. Ser Pastor, y buen Pastor, es vivir penando por su ganado, ya atribulado entre sus ovejas, ya dejándolas, perseguido, para volverlas a hallar.

No cuidéis de mis penas y fatigas, que Dios cuidará de mí, como de su criatura y su esclavo. Cuidemos todos de servirlo y adorarlo, que es bien cierto que él cuidará de nosotros. No estoy ausente de mis hijos, que en el corazón los tengo, y en él y con él los ofrezco a Dios; y así, tenedme presente en su divina presencia, suplicándole me ampare, me guíe, me aconseje, me conforte, me consuele; que yo, aunque malo, distraído, negligente y descuidado Pastor, lo mismo pido para vosotros, sin que cese de esta humilde petición» (cfr. Obras, Madrid 1762, t. 3º, 2ª parte, pp. 403-408).

El segundo documento es el Íter del proceso de su beatificación, redactado por el que fuera postulador de su Causa, el P. Ildefonso Moriones, ocd. Puede leerse en este enlace.


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