Revista Cultura y Ocio

Juan maría jiménez lópez

Por Acalvogalan
JUAN MARÍA JIMÉNEZ LÓPEZ







Mencionado por:
Agustín Calvo
Menciona a:
Agustín Calvo Galán
Antonio Gamoneda
Paloma Corrales
Mayte Albores
Rebeca Álvarez Casal
Marisa Peña
Lucía de Fraga
José Zúñiga
Elena Medel
Fernando Valverde
Juan de Loxa
Tito Muñoz
Yolanda Saez de Tejada Vázquez
Francisco Brines
Ángel González
Raquel Lanseros
Pablo del Barco
Biografía
Nace en Loja (Granada) en 1956. Estudia Ciencias Empresariales en la Universidad de Granada, y Animación Sociocultural en la UNED. Vinculado al periodismo desde 1991, fue director de Aquí TV, Onda Loja Radio y el periódico El Corto de Loja hasta 2009, siendo en la actualidad subdirector. Comienza a escribir poesía a mediados de los años 70, publicándose en 1979 el libro “Trescientos gramos de poesía”, del que fue coautor con otros tres poetas, con prólogo de Juan de Loxa, quien a su vez dedicó a este poemario uno de los programas radiofónicos de “Poesía 70” (Premio Ondas). Ha ofrecido numerosos recitales poéticos, espectáculos poéticos audiovisuales y publicado en diversas revistas. En 2000 queda finalista del primer Premio Artífice de Poesía, incluyéndose sus poemas en el libro Proemio Uno. En todos estos años se fueron configurando seis libros que no vieron la luz como obra independiente y que se corresponden con los seis apartados que aparecen en el libro “Sin orden y con cierto” que se presentó en 2009 mediante un espectáculo audiovisual y teatral. Edita el blog http://sinordenyconcierto.blogspot.com/
Prepara una nueva publicación con los poemas escritos desde 2006 hasta el presente. Participó en el I Premio de Poesía Addison de Witt (2010) y colabora en el blog Videopoetry, del poeta Agustín Calvo Galán.
Bibliografía
Trescientos gramos de poesía, Granada, 1979
Proemio I, Ayuntamiento de Loja, 2000
Sin orden y con cierto, Lulu Ediciones, 2009
Poética
La poesía es para él la única posibilidad de ser él mismo sin cortapisas, sin máscaras ni guión previo, ni sentir la necesidad de justificarse. Es también un ejercicio de exorcismo del dolor que le atenaza en numerosas ocasiones; y una profunda inmersión en los sueños y deseos más apasionados y descarnados, en otras. Los poemas son fotografías de sus viajes interiores y considera que para poder realizar esos viajes es necesario vivir intensamente, aunque en ocasiones esas incursiones le lleven a los terrenos más dramáticos y dolorosos, y, en otras, a los paisajes humanos más sugerentes. De su poética ha dicho Francisco Javier Doncel: Creo que ha llegado a ese estado, incógnito e incierto en su llegada, pero una vez alcanzado, los buenos poetas consiguen arrivar, por fin, para estar en paz con su propia conciencia, cuando ésta, tras una resistencia numantina de muchos años pasa a ser la mejor vecina al cruzarse con ella en la escalera de la mutua convivencia. Cuando esto ocurre, el poeta se hace más fuerte, más guerrero si cabe; no necesariamente rebelde porque la realidad le haya ofrecido un campo de batalla inexcusable, sino porque se encuentra mejor parapetado de respuestas frente a las insidias de la duda, porque sabe esgrimir el lenguaje y sus formas de expresión poética como un desafío frente al abismo.

Poemas

Septiembre acuchilla

Septiembre siempre vuelve
(Marisa Peña)
Septiembre acuchilla
como el tajo milimétrico y preciso
de una navaja pendenciera,
blanco o negro, silenciosa
y secuaz alevosía. Sin más verdad
o sí
que una sóla
o no
de entre las dos sendas,
las dos fauces que se abren al filo del acero.
Septiembre es un precipicio
con dos laderas infinitas,
una a cada lado de la cima
a cada lado de la duda:
raramente asoma el rumor
del fondo de piedras que lo sustentan.
Por una de sus pendientes regresamos
a un estío que necesariamente se nos escapa,
por la otra nos precipitamos a la verticalidad otoñal
del tiempo que nos resta y no retorna.
Septiembre es un cortafuegos pasajero
en el incendio inextinguible de nuestros días.
(Inédito)
Afuera
Afuera:
El aire y nada.
Solo de todo.
Ni la frecuencia que reclama el espacio
entre las ondas de los besos que no nacen
o el socorro de los perdidos.
Ni un malherido pensamiento
que perturbe esa cruenta paz de silencio
y conspiraciones imposibles.
Ni un lanzacorazones que inflame
la resistencia de tanta parálisis obcecada
o el delirio exangüe de las sombras.
Afuera:
Nada y aire.
Todo de solo.
Ni un paso perdido o por arrancar
a ninguna parte
ni que de allí provenga.
Ni un muelle al que amarrar sueños
o instigados desvelos
por desguarecer tanta calma.
Ni el murmullo de un roce
a flor de piel
o epidermis adentro.
Afuera:
Un cataclismo inagotable
para cuanto fue
y un vacío insaciable para cuanto es.
Y yo.
(Inédito)
Venía de recorrer el límite
Venía de recorrer el límite
-de haber existido-,
de encausar
el último juicio a la manera de los dioses.
Regresaba de traspasar la distancia
que separa la huella indeleble
de la verdad esquiva,
y sobrevino -sin convocarlo-
el primer impacto.
Fue sordo
inevitable y anónimo
como un hola y adiós
en un cruce cualquiera de caminos:
de tono bajo,
mas sucedió certero aunque inaudible.
Breve el asalto,
presuntamente inócuo e indoloro,
no suscitó oposición
ni alzó en almas la resistencia
la tumefacta persistencia de su abrazo.
Fue de todo menos leve y huraño,
y aunque nada presintiera en ese instante
infartó las cuerdas esenciales de mi existencia:
pobre rudimento humano
del que pende la maquinaria de mis razones
y mis desvelos.
Lo hubiera preferido aurora y no ocaso,
pero no se elige destino
estación de partida, hora o itinerario,
apenas un salvoconducto y un escueto equipaje
para tan largo aunque efímero tránsito.
Fue
-digo-
de afuera hacia dentro
-¿o tergiversé quizás dirección y sentimiento?-
en cualquier caso opaco, profundo
y definitivo al fin,
tanto como taimado.
Ni un sollozo
ni un gemido ni un quiebro: silencio
grave.
Y después otra dentellada y ya una lágrima
y otro golpe y ya el daño
y la herida sucediéndose al zarpazo
y desencajado el gesto
y uno más en los rostros del recuerdo
y aún en la identidad de los sueños
y la mueca desdoblada por el rayo
y mortífera la acerada caricia de sus manos
y más llanto y menos esperanza
y menos aliento y más ausencia
y un envilecido nuevo ataque por certificar la nada
y el desprecio por la vida –mi vida-
y un hálito apenas en mi garganta abrasada por su fuego
y el frío, gélido, coagulado venas adentro
y un silbido siniestro y plano
tras un corazón abatido por un morse sanguinario.
(Inédito)

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